Se ha cumplido una semana del gran estallido. El jueves, 12 de junio de 2025 comenzó la que pasará a la pequeña historia de la era de Pedro Sánchez como la semana más negra de su mandato. Hasta ese momento, el escándalo rondaba la sede de la calle Ferraz de Madrid y el Palacio de La Moncloa con insidias sobre la esposa del presidente, Begoña Gómez, sobre hechos bastante evidentes de su hermano David y con asombrosas revelaciones de las andanzas porno-financieras de José Luis Ábalos y Koldo García, un espeso personaje del extrarradio de la política, pero influyente en los recovecos del poder. Pero ese día todo saltó por los aires: la UCO difundía un informe sobre las andanzas de Santos Cerdán, número tres del PSOE y hombre de tal confianza de Sánchez que fue su representante en la negociación con Puigdemont en Suiza. Con esas revelaciones, los tres mosqueteros que acompañaron a Pedro Sánchez en el mítico viaje del Peugeot por España eran la cara visible de una corrupción que llegaba al máximo nivel socialista. El presidente podía decir como aquel soldado: “Cada vez disparan más cerca”.
Se dispara tan cerca, que la semana termina de forma estruendosa. La vicepresidenta primera se quemó las manos de tanto ponerlas en el fuego por compañeros denunciados. La sesión de control del Congreso fue una feria de insultos, provocaciones y griterío. Los ministros del segundo partido de la coalición, empezando por la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, no ocuparon sus escaños para no contaminarse. Los portavoces de las demás fuerzas que votaron la investidura fueron convocados por Sánchez para conocer su grado de adhesión o deterioro del proyecto autollamado “progresista”, quizá con la intención de medir la probabilidad de éxito de una moción de confianza, pero las uvas no estaban maduras. Podemos se descuelga del bloque y pasa abiertamente a la oposición. Por si faltase algo, estalló la conexión navarra, con dimisiones en la dirección del partido y el descubrimiento de Cerdán como dueño del 45% por una empresa muy beneficiada en contratos públicos. Y por si siguiese faltando algo, la imagen feminista del socialismo reinante se destrozó con las conversaciones de Ábalos y Koldo y la utilización de la palabra “puta” en las crónicas y en las sesiones parlamentarias. Como muestra del deterioro nos queda la sentencia –creo que se le podría llamar epitafio– que escribió un actor tan respetado y de tanta autoridad moral como José Sacristán, que pidió “una solución terminante”.
Hasta aquí, un relato muy resumido de la semana horribilis. A partir de aquí, la reflexión obligada a partir de una pregunta: ¿ha comenzado el cambio de ciclo citado en tantas crónicas? Tratándose de Pedro Sánchez, yo no me atrevo a asegurarlo, porque ha demostrado que tiene siete vidas. Pero sí se pueden decir otras cosas. Se puede decir, como Gabriel Rufián, que el presidente “está tocado”, como se demuestra en la debilidad de su discurso, basado en el tópico de que la izquierda no roba o en el gastado recurso al “y tú más”, como si eso justificase latrocinios y abusos. Los contribuyentes que aún confiamos en la honestidad de los gobernantes tenemos derecho a una mayor grandeza. Se puede añadir que este país no merece levantarse cada mañana esperando un nuevo escándalo y en el momento que escribo y digo esta crónica no sabemos hasta dónde llegan las aguas pútridas. Y se puede concluir que el electorado socialista es víctima de un desaliento que no vivía desde las elecciones que perdió Rodríguez Zapatero, cuyo silencio actual, por cierto, conviene escuchar.
La gente está necesitada de explicaciones y de vaticinios sobre el futuro. Está tan necesitada, que hay personas que paran por la calle a rostros conocidos y nos piden una profecía. Yo solo me atrevo a decir que dudo que la palabra dimisión haya entrado en el diccionario del presidente. Quien ha basado su vida política en la resistencia, como demostró en su famoso libro, no se marcha ante la primera dificultad, por grande y grave que sea. Si decidiese dimitir, sería porque vio a sus socios dispuestos a dejarle morir en una triste soledad no deseada, penoso pago de los independentistas catalanes y vascos a quien tanto les concedió.
¿Le quedan balas en la recámara? Yo creo que le quedan cuatro, aunque de validez discutible.
La primera, renovar el pacto con sus socios en las dos únicas vías posibles: nueva agenda social para satisfacer a su izquierda y nuevas concesiones a los nacionalismos en la idea de Rufián: “aprovechemos el tiempo que queda para progresar”.
La segunda, apelar a la militancia, con el fin de anular también la disidencia interna, hoy liderada por el muy valeroso García Page.
La tercera, confiar en que las sentencias judiciales que mencionó el miércoles en el Congreso desplacen la ira contra la corrupción hacia el Partido Popular. (Atención, que el juicio de la Kitchen se celebrará en los meses de mayo y junio de 2026, con sentencia poco antes del año electoral mágico de 2027).
Y la cuarta, la OTAN. Negarse a aumentar la contribución española al 5 por ciento del PIB tiene una eficacia popular innegable, sobre todo en el electorado de izquierda, suficiente para movilizarle. Y tiene, en lo más cercano, un claro efecto informativo: es esa noticia que, bien agitada, es capaz de superar en tiempo y espacio a la mismísima corrupción. Hubo un tiempo en que Sánchez tenía tanta baraka, que así hubiera ocurrido. Hoy no estoy tan convencido. Pero él lo intentará.