Como cada año, el semanario británico The Economist acaba de publicar su lista de las ciudades más caras del mundo según la Unidad de Inteligencia (EIU) de la revista. El resultado es que hay una ciudad que nunca antes había estado en el primer puesto de la lista pero que tras escalar cinco peldaños ya ocupa en 2021: Tel Aviv.
Los expertos consideran que fortalecimiento frente al dolar de la moneda israelí, el shékel, sumado a una acelerada inflación, es lo que ha llevado a la capital de Israel al primer puesto de esta clasificación de las ciudades más caras del mundo que el pasado año compartieron ex aequo París, Zúrich y Hong Kong.
Los 450.000 habitantes de Tel Aviv han sufrido durante los últimos meses un importante alza de la carestía de la vida con importantes aumentos de los precios, principalmente en la alimentación, transporte, materias primas y alcohol.
En el lado opuesto a la capital israelí se encuentra la de Siria, Damasco, que figura en el último puesto de la clasificación de 173 ciudades del mundo realizada por The Economist y para cuya elaboración se han comparado los precios de más de 200 productos.
Trípoli en Libia se sitúa como la segunda ciudad desde abajo y tanto Barcerlona como Madrid que otros años han llegado a figurar entre las 20 primeras de la lista han abandonado ya esos puestos de cabeza.
Este es el orden de las diez primeras posiciones de la lista:
1. Tel Aviv
2. París y Singapur
4. Zurich
5. Hong Kong
6. Nueva York
7. Ginebra
8. Copenhague
9. Los Ángeles
10. Osaka
La revista matiza que cuando se realizó la encuesta, entre los meses de agosto y septiembre, el costo promedio de un litro de gasolina sin plomo en todas las ciudades era un 21% más alto que el año anterior. "Acontecimientos como el enorme aumento de los precios del gas natural en Europa y Asia y compras motivadas por el pánico en las gasolineras de Gran Bretaña sucedieron con posterioridad al mes de septiembre, demasiado tarde para influir en la clasificación de este año. Pero no auguran nada bueno para los precios en 2022", concluye The Economist.
