Están pasando los años… por todo mi cuerpo

El tiempo pasa inclemente. Una noche te duermes y despiertas de 20 años, otra noche pasa y abres los ojos cuando ya tienes 40, te quedas dormido en un sillón y alguien te despierta cuando ya tienes 50, otro día vas dormitando en el transporte público y en un frenazo abres los ojos y ya te ves de 60…

No hay manera de detener el tiempo. En el cuerpo las líneas cada vez son más, más profundas, más largas, más rebeldes, aparecen en donde menos quisiera. Se conectan unas con otras, como las líneas del metro. Casi se acabaron los terrenos tersos, ahora quedan los surcos que se han hecho por tantas risas, tantos gestos, en esas líneas están escritas todas mis penas y alegrías ¿Cómo olvidar lo vivido, lo sentido, lo amado? Ni siquiera lo que he querido olvidar lo he olvidado y no he muerto por eso. Sigo acumulando líneas. Y surcos.

Las rodillas también se han puesto tremendas, hay mañanas que al levantarme de la cama pareciera que acabo de subir el monte. Hemos sido libres, hemos ido y venido de donde hemos querido. En ocasiones el mal clima también arruina el cuerpo, anuncia el deterioro de algunas partes muy importantes. Las piernas tiesas, los dedos trabados, los brazos acalambrados, la nariz helada y goteando como llave descompuesta. Este cuerpo ha ido y venido tantas veces que hoy no me importa estar al cien. Mañana hará mejor clima, volveré a ver el sol.

Los ojos, tan hermosos y engañosos. De un día para otro se volvieron flojos, han pedido ayuda de los lentes y ni hablar, fuimos a buscar unos muy lindos. Me hacen lucir con cierto aire intelectual y podría decir que hasta misterioso. Ya me acompañan siempre, fieles y leales. Me pintan la vida de otro color.

¿Y qué tal el héroe de la vida? Mi maravilloso cerebro. A veces se desconecta, elimina momentos, escenas, conversaciones. Me desconcierta, me pone alerta, me apresura a seguir aprendiendo para que no deje de funcionar. También tiene un cofre especial reservado para mis más hermosos recuerdos. En los días de soledad me muestra que algún día estuve rodeada de todos mis seres queridos juntos y vivos ¿Acaso eso no es maravilloso? Es la sensación más bonita y más amorosa que inunda todo mi cuerpo. La soledad me recuerda todo lo que un día tuve.

Cada día no es un día más, cada día es una oportunidad y yo elijo si la vivo padeciendo o creando mis grandes momentos. Yo opté por, a pesar de todo, levantarme, generar encuentros y decirle a las mujeres que no somos un bonito florero.