

Cuidar no puede seguir siendo un asunto privado
Laia OrtizDomingo 21 de septiembre de 2025
3 minutos

Domingo 21 de septiembre de 2025
3 minutos
Cada 21 de septiembre, el Día Mundial del Alzheimer nos recuerda la magnitud de esta enfermedad, pero también nos obliga a mirarnos al espejo como sociedad. En España más de 900.000 personas conviven con el alzhéimer; en el mundo ya son más de 57 millones los diagnósticos de demencia. Y todo apunta a que estas cifras se duplicarán en las próximas décadas. ¿De verdad estamos preparados para afrontarlo?
Los datos sugieren que aún no. Aunque España ha duplicado su inversión en atención a la dependencia en los últimos años, seguimos destinando la mitad que la media europea a cuidados de larga duración. El resultado es un sistema fragmentado, con recursos que llegan tarde, apoyos desiguales según el territorio y una carga desproporcionada sobre las familias. Ocho de cada diez hogares terminan asumiendo el cuidado directo, dedicando una media de 70 horas semanales. La mayoría de estas personas cuidadoras son mujeres de unos 57 años, que sacrifican su tiempo, su carrera y, con frecuencia, su propia salud. Así lo constatamos en nuestro último informe, Cuidando en Alzheimer, donde recogemos el impacto real que supone convivir con la enfermedad para quienes cuidan.
Lo paradójico es que nunca habíamos tenido tanta capacidad científica para comprender el alzhéimer. Hoy contamos con biomarcadores, modelos celulares y herramientas de detección precoz. Sabemos que mantener rutinas, hacer ejercicio y estimular la cognición ayuda a prolongar la autonomía. Y, sin embargo, ese conocimiento no se ha traducido en políticas públicas sostenidas, ni en presupuestos estables, ni en una atención realmente integrada. La ciencia avanza, pero la política camina muy por detrás.
Cuidar no es solo una cuestión de recursos también requiere acompañamiento. Lo comprobamos en los programas que desarrollamos en la Fundación, como los Grupos Terapéuticos o Aprende a Cuidar y Cuidarte. Ofrecen herramientas prácticas, pero también algo igual de valioso: un espacio de encuentro donde las personas cuidadoras se sienten comprendidas y apoyadas. Y muchas veces esa red de apoyo perdura más allá de la propia intervención.
Cuando se pone a la persona diagnosticada en el centro y se le permite participar en su propio plan de vida, incluso en fases iniciales, el alzhéimer deja de ser únicamente un diagnóstico y se convierte en una experiencia más digna y acompañada. El alzhéimer nos enseña algo esencial: cuidar no significa solo atender necesidades básicas, sino sostener vínculos, ofrecer dignidad y fortalecer la comunidad. Pero ese cuidado no puede seguir siendo un asunto privado que cada familia resuelve como puede. Es un reto de país. Si queremos que los años añadidos a la vida se vivan con plenitud, necesitamos más recursos, más equidad y, sobre todo, más voluntad política.
Porque hablar de alzhéimer es hablar de nosotros mismos, de cómo queremos envejecer y del tipo de sociedad a la que aspiramos. Y ahí está el verdadero desafío: lograr que el cuidado deje de ser invisible y se asuma como lo que realmente es, una responsabilidad colectiva.