Cuentan que la inolvidable Edith Piaf comentó después de escuchar por primera vez a Jacques Brel cantando ‘Ne me quitte pas’: "Un hombre no debería cantar cosas así". Pero lo hacía, y con ello, aquel hombre que nació hace ahora 90 años en Bélgica, llenó toda una época, la más dorada de la música francesa, y entró, como uno de los más grandes de todos los tiempos, en la historia de la música.
Jacques Romain Georges Brel nació el 8 de abril de 1929 en la localidad belga de Schaerbeek, perteneciente a la Región de Bruselas-Capital, aunque buena parte de su vida transcurrió en París, donde moriría en 1978, a los 49 años, después de haber pasado los últimos años de su vida en las Islas Marquesas, donde ahora reposan sus restos junto a los de otro genio enamorado de la Polinesia Francesa, Paul Gauguin.
Fue a partir de 1952 cuando Brel comenzó a componer las primeras canciones, que luego interpretaba en los bares de Bruselas, a pesar de la oposición de su familia que no veía con buenos ojos su dedicación a la música a pesar de su innegable talento tanto para la composición como para la interpretación de unos temas capaces de llegar a lo más profundo del corazón de quienes los escuchaban.
A pesar de estar casado desde 1950 con Thérese Michielsen, a la que el artista se refería cariñosamente como ‘Miche’, y de que ya habían nacido dos de sus tres hijas (la tercera, Isabelle, a la que dedicaría la canción del mismo título, llegaría al mundo en 1958), el joven Jacques Brel estaba dispuesto a abrirse camino en el mundo de la música y tras grabar su primer disco en 1953 decide marcharse sólo a París donde se ganaba la vida dando clases de guitarra y componiendo canciones para los cabarets que proliferaban en la ciudad de la luz.
Poco a poco fue convirtiéndose en un habitual en los escenarios parisinos y su éxito le permitió trasladar a su familia a la capital francesa desde la que comenzó a iniciar sus giras por el resto de Europa en 1957, coincidiendo con su colaboración en el prestigioso espectáculo de Maurice Chevalier y Michel Legrand. Por entonces también grabó 'Quand on n'a que l'amour', su segundo álbum, por el que fue galardonado con el Grand Prix de l'Académie Charles Cros y gracias al cual se le abrieron las puertas del mítico Teatro Olympia. A partir de este momento, las giras eran continuas y Brel daba más conciertos que días hay en el año.
Talento, miedo y ganas de hacer algo
A partir de aquí su éxito no conocería límites ni fronteras, sus giras y conciertos eran constantes y siempre salía de ellos aclamado por un público enfervorizado que le pedía una y otra vez temas hoy convertidos en clásicos como ‘Je t'aime’, ‘Dulcinéa’, ‘Le bon Dieu’, ‘Dites, si c'était vrai’, ‘Les bonbons’, ‘Au printemps’, ‘Voir un ami pleurer'... "El talento son las ganas de hacer algo", repetía siempre un Jacques Brel convencido de que "un hombre que no tiene miedo, no es un hombre, lo importante es asumirlo".
Edith Piaf explicó que con su música de Jacques Brel "va hasta el límite de sus fuerzas, cada frase te llega a la cara y te deja como groggy". Sin duda, esto quedó bien patente en la más famosa de sus canciones, la que para muchos es la canción de amor más bella de la historia, ‘Ne me quitte pas’, en la que el cantante suplica a su amada: "No me dejes. No quiero llorar más. No voy a hablar más. Me esconderé aquí, para mirar, bailar, sonreír y escuchar. Deja que me convierta en la sombra de tu sombra, la sombra de tu mano, la sombra de tu perro. No me dejes".
Con sus canciones Brel se convirtió en un cronista de la vida que relataba sus historias de amor, de humor o de denuncia a partir de la poesía que sólo él era capaz de dramatizar, de forma tan innovadora como creativa, sobre un escenario. Ya fuera con desbordante humor o con tierna ironía, Brel hablaba en sus canciones de todo y de todos y por su música desfiló toda una inacabable galería de personajes en ocasiones marginados, otras veces odiados y a menudo entrañables como marginados, alcohólicos, burgueses, vagabundos, damas de la alta sociedad, prostitutas y, por supuesto, enamorados.
“No me gusta la gente idiota"
De su carácter, tan inquieto como rebelde, da idea el hecho de que llegase a declarar: "No me gusta la gente idiota. La idiotez es simplemente pereza. La idiotez es un tío que vive y se dice, ya tengo suficiente. Vivo, me va bien, es suficiente. Es ése que no mueve el culo y por las mañanas no se dice a sí mismo que no es suficiente, que aún no sé lo suficiente, que aún no he visto lo suficiente. La idiotez es una especie de capa de grasa alrededor del corazón y del cerebro".
En plena cima de su éxito, en 1967, Jacques Brel decide retirarse de la canción después de haber sido durante dos décadas el gran icono sagrado de la música francesa porque, según declaró más tarde, "estaba en el momento en que se empieza a engañar". A partir de aquí se dedica más al cine y al teatro y en 1973 decide retirarse a la Polinesia Francesa y allí, en las islas Marquises, empleó su tiempo en navegar en su velero, su querido ‘L'Askoy’, y a trasladar a los habitantes de las islas de un lugar a otro en su avioneta reconvertida en aerotaxi.
Sólo volvería a París, ya enfermo de cáncer de pulmón, en 1977 para grabar, con muchas dificultades a causa de su enfermedad, el que sería su último disco que incluiría una canción titulada como las islas a las que tanto amó, ‘Les Marquises’. El 9 de octubre de 1978 Jacques Brel moría en París y tras su desaparición vio cumplido su deseo de ser enterrado, muy cerca de su admirado Paul Gauguin en la Bahía de Atuona de la isla polinesia de Hiva Oa.