Cultura

65Ymás publica uno de los 11 relatos de 'La ciudad de vapor', el libro póstumo de Carlos Ruiz Zafón

65ymás

Sábado 14 de noviembre de 2020

ACTUALIZADO : Domingo 15 de noviembre de 2020 a las 15:39 H

6 minutos

El próximo martes, 17 de noviembre, sale a la venta

65Ymás publica uno de los 11 relatos de 'La ciudad de vapor', el libro póstumo de Carlos Ruiz Zafón
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Muere Carlos Ruiz Zafón a los 55 años

Las novelas imprescindibles de Carlos Ruiz Zafón

El escritor barcelonés Carlos Ruiz Zafón falleció a los 55 años en su residencia de Los Angelers el pasado 19 de junio. Al autor de la inolvidable La sombra del viento, de la que vendió 15 millones de ejemplares en tocdo el mundo y por la que recibió numerosos galardones, nos lo arrebató un cáncer hace tan solo cinco meses.

Pero el próximo día 17 de noviembre se pondrá a la venta en toda España el libro póstumo de Carlos Ruiz Zafón con el título de La Ciudad de Vapor: Todos los cuentos" (Ed. Planeta)

Carlos Ruiz Zafón concibió está obra como un reconocimiento a sus lectores, que le habían seguido a lo largo de la saga iniciada con La Sombra del Viento.

Muere Carlos Ruiz Zafón a los 55 años

"Puedo conjurar rostros de chiquillos del barrio de la Ribera con los que a veces jugaba o peleaba en la calle, pero ninguno que quisiera rescatar del país de la indiferencia. Ninguno excepto el de Blanca", confiesa el autor.

El universo literario de Ruiz Zafón

Los temas de los cuentos cortos que conforman el libro son siempre propios del rico universo literario de Ruiz Zafón. Un muchacho decide hacerse escritor al descubrir que sus invenciones le regalan un rato más de interés por parte de la niña rica que le ha robado el corazón. Un arquitecto huye de Constantinopla con los planos de una biblioteca inexpugnable. Un extraño caballero tienta a Cervantes para que escriba un libro como no ha existido jamás. Y Gaudí, navegando hacia una misteriosa cita en Nueva York, se deleita con la luz y el vapor, la materia de la que deberían estar hechas las ciudades.

De la tetralogía de El Cementerio de los Libros Olvidados, Carlos Ruiz Zafón escribió once relatos -cuatro de ellos inéditos hasta hoy, y el resto de difícil acceso- que se entrelazan para proyectar el eco de los personajes y que vuelvan a resonar los motivos de las grandes novelas con las que nos hizo soñar.

Las novelas imprescindibles de Carlos Ruiz Zafón

Con La Ciudad de VaporRuiz Zafón quería reconocer la fidelidad de sus lectores ofreciéndoles una nueva obra que profundiza en su universo literario.

Como los grandes escritores no se van nunca, Carlos Ruiz Zafón nos aguarda en cualquier rincón de sus novelas

65Ymás, gracias a la gentileza de la Editorial Planeta, adelanta para sus lectores uno de los cuentos que se contienen en La Ciudad de VaporSe titula La mujer de vapor y resulta más que complicado no calificarlo como de pequeña gran obra maestra del género.

'La mujer de vapor', de Carlos Ruiz Zafón

"Nunca se lo confesé a nadie, pero conseguí el piso de puro milagro. Laura, que tenía besar de tango, trabajaba de secretaria para el administrador de fincas del primero segunda.

La conocí una noche de julio en que el cielo ardía de vapor y desesperación. Yo dormía a la intemperie, en un banco de la plaza, cuando me despertó el roce de unos labios. "¿Necesitas un sitio para quedarte?" Laura me condujo hasta el portal. El edificio era uno de esos mausoleos verticales que embrujan la ciudad vieja, un laberinto de gárgolas y remiendos sobre cuyo atrio se leía 1866.

La seguí escaleras arriba, casi a tientas. A nuestro paso, el edificio crujía como los barcos viejos. Laura no me preguntó por nóminas ni referencias. Mejor, porque en la cárcel no te dan ni unas ni otras. El ático era del tamaño de mi celda, una estancia suspendida en la tundra de tejados. "Me lo quedo", dije. A decir verdad, después de tres años en prisión, había perdido el sentido del olfato, y lo de las voces que transpiraban por los muros no era novedad.

Laura subía casi todas las noches. Su piel fría y su aliento de niebla eran lo único que no quemaba de aquel verano infernal. Al amanecer, Laura se perdía escaleras abajo, en silencio.

Durante el día yo aprovechaba para dormitar. Los vecinos de la escalera tenían esa amabilidad mansa que confiere la miseria. Conté seis familias, todas con niños y viejos que olían a hollín y a tierra removida. Mi favorito era don Florián, que vivía justo debajo y pintaba muñecas por encargo.

Pasé semanas sin salir del edificio. Las arañas trazaban arabescos en mi puerta. Doña Luisa, la del tercero, siempre me subía algo de comer. Don Florián me prestaba revistas viejas y me retaba a partidas de dominó. Los críos de la escalera me invitaban a jugar al escondite. Por primera vez en mi vida me sentía bienvenido, casi querido.

A medianoche, Laura traía sus diecinueve años envueltos en seda blanca y se dejaba hacer como si fuera la última vez. La amaba hasta el alba, saciándome en su cuerpo de cuanto la vida me había robado. Luego yo soñaba en blanco y negro, como los perros y los malditos. Incluso a los despojos de la vida como yo se les concede un asomo de felicidad en este mundo.

Aquel verano fue el mío. Cuando llegaron los del ayuntamiento a finales de agosto los tomé por policías. El ingeniero de derribos me dijo que él no tenía nada contra los okupas, pero que, sintiéndolo mucho, iban a dinamitar el edificio. "Debe de haber un error", dije. Todos los capítulos de mi vida empiezan con esa frase.

Corrí escaleras abajo hasta el despacho del administrador de fincas para buscar a Laura. Cuanto había era una percha y medio palmo de polvo. Subí a casa de don Florián. Cincuenta muñecas sin ojos se pudrían en las tinieblas. Recorrí el edificio en busca de algún vecino. Pasillos de silencio se apilaban debajo de escombros. "Esta finca está clausurada desde 1939, joven —me informó el ingeniero—. La bomba que mató a los ocupantes dañó la estructura sin remedio". 

Tuvimos unas palabras. Creo que lo empujé escaleras abajo. Esta vez, el juez se despachó a gusto. Los antiguos compañeros me habían guardado la litera: "Total, siempre vuelves". 

Hernán, el de la biblioteca, me encontró el recorte con la noticia del bombardeo. En la foto, los cuerpos están alineados en cajas de pino, desfigurados por la metralla pero reconocibles. Un sudario de sangre se esparce sobre los adoquines. Laura viste de blanco, las manos sobre el pecho abierto.

Han pasado ya dos años, pero en la cárcel se vive o se muere de recuerdos. Los guardias de la prisión se creen muy listos, pero ella sabe burlar los controles. A medianoche, sus labios me despiertan. Me trae recuerdos de don Florián y los demás. "Me querrás siempre, ¿verdad?", pregunta mi Laura. Y yo le digo que sí".

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