Los mayores también tenemos algo que decir
Miércoles 11 de junio de 2025
3 minutos

Miércoles 11 de junio de 2025
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Sí, estamos preocupados. Y mucho.
Quienes hoy somos mayores vivimos —y muchos participamos activamente— en la Transición. Fuimos testigos y protagonistas de uno de los periodos más esperanzadores de nuestra historia reciente. Dos grandes logros marcaron aquel tiempo: la Ley de Amnistía y la Constitución de 1978. Ambas nacieron del deseo profundo de reconciliación nacional, y permitieron que, desde posiciones ideológicas diversas, los españoles trabajáramos juntos en la construcción de un futuro mejor, en paz y en libertad.
No fue fácil. Tuvimos que superar un intento de golpe de Estado, sufrir durante años el terrorismo de ETA —con sus atentados, sus asesinatos, y miles de familias rotas— y sortear numerosas dificultades económicas y sociales. Pero con trabajo, esfuerzo y unidad, levantamos nuestras familias y disfrutamos del periodo de paz más largo que hemos conocido como país.
Hoy, lamentablemente, la política se ha convertido en algo muy distinto: un espacio cada vez más crispado, superficial y estéril.
Las cámaras de representación se asemejan a estadios de fútbol, donde los partidos colocan aplaudidores profesionales —bien remunerados a través de listas cerradas— que actúan como forofos incondicionales. El debate público ha caído en el absurdo: si unos preguntan la hora, los otros responden “¡Y vosotros más!”. La política convertida en espectáculo. Y a la inversa.
A los jubilados y pensionistas se nos señala ahora como insolidarios con los jóvenes, como si nuestras pensiones —en muchos casos fruto de décadas de cotización— fuesen culpables de los problemas del presente. Algunos incluso afirman que cobramos más que los salarios de nuestros nietos. Pero nadie habla del gasto público innecesario, del clientelismo, de las duplicidades administrativas o del coste que tiene mantener estructuras políticas orientadas más a conservar el poder que a mejorar la vida de los ciudadanos.
Mientras tanto, nuestros hijos y nietos siguen atrapados en el paro o en empleos precarios, con sueldos que no les permiten emanciparse, acceder a una vivienda digna ni formar una familia. La cesta de la compra sube, los alquileres se disparan y la pobreza se extiende en cifras impropias de un país que dice ser la cuarta economía de Europa.
No era esto lo que esperábamos los que apostamos por la democracia hace más de cuatro décadas.
Por eso, quizá, algo hicimos mal. O tal vez hemos permitido que otros deshagan lo que tanto costó construir.
Pero aún estamos aquí. Somos más del 20% de la población y más del 30% del censo electoral.
No queremos quedarnos callados. Porque todavía tenemos voz. Y tenemos, además, una responsabilidad: la de alzarla para defender lo que tanto costó lograr, y para contribuir, una vez más, a enderezar el rumbo.
Pasemos de ser ciudadanos pasivos a ciudadanos activos.
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