Antonio Castillejo
Opinión

De cómo me vacunaron en el Isabel Zendal bajo la expresa prohibición de hacer fotos o vídeos

Antonio Castillejo

Jueves 8 de abril de 2021

6 minutos

De cómo me vacunaron en el Isabel Zendal bajo la expresa prohibición de hacer fotos o vídeos. Foto: Europa Press

Jueves 8 de abril de 2021

6 minutos

Debido a mi edad y conforme al plan de vacunación de la Comunidad de Madrid, ayer me inocularon la primera dosis de la vacuna contra la covid de AstraZeneca.

Vaya por delante que más que animar a todo el mundo a que se vacune, se lo ruego, porque es la única forma de acabar con esta pesadilla en forma de pandemia que nos acecha desde hace ya demasiado tiempo. El pinchazo prácticamente no se nota y la única reacción que he tenido ha sido un pequeño dolor de cabeza y unas décimas de fiebre, pero todo ha desaparecido diez minutos después de tomarme un comprimido de paracetamol.

Aclarado lo anterior, también quiero dejar constancia de mi experiencia tras conseguir llegar a ese edificio apartado de todo que algunos califican de hospital, cuando en realidad el conocido como Enfermera Isabel Zendal es una inmensa y desangelada nave con mamparas prefabricadas por todas partes y colas de gente que espera su turno separada por inacabables metros de cinta blanca y amarilla que la empresa Ferrovial utiliza para señalar sus obras.

Cumplida la larga cola de acceso al edificio, llegas a la puerta de lo que seguramente sea en su día una especie de jardín. Un guardia de seguridad te pide que le muestres el SMS enviado por la Comunidad de Madrid con el día y la hora en los que te van a inyectar la vacuna, unos datos que nadie comprueba porque lo único que les interesa es que aparezca en la pantalla el gran disco de color verde en cuyo interior se aprecia claramente un check también verde.

 

Hospital Isabel Zendal. Foto: Europa Press

 

Una vez que el guardia de seguridad franquea la entrada al recinto llegas al interior del edificio y lo primero que encuentras es otra cola en un pasillo antes de poder entrar a la zona de vacunación en cuya puerta de acceso se encuentra una enfermera que, con cuentagotas, va permitiendo el acceso del público tras volver a pedir ver el SMS de turno, con la misma dedicación que tuvo el guardia de seguridad del que hemos hablado, y posteriormente, también prácticamente sin mirarlo ni cotejar con el nombre que aparece en el famoso SMS, solicita tu DNI para permitir tu incorporación a la siguiente e interminable cola que debe llevarte entre pasillos, mamparas que acotan espacios en su gran mayoría vacíos y cintas de Ferrovial hasta la zona de vacunación.

Me hubiera gustado haber sacado algunas fotografías para poder ilustrar con ellas esta pieza pero por alguna razón todo el recinto estaba lleno de unos folios en los que se hacía con sar la prohibición expresa de tomar fotografías o grabar vídeos con el teléfono móvil. Y para asegurarse de que nadie incumpliese la norma, los agentes de seguridad privada recorrían constantemente las inacabables colas para comprobar que se cumpliera la prohibición y nadie de los que íbamos a recibir la vacuna inmortalizase aquel lugar ni lo que en él sucedía.

Justo en el momento de franquearme el paso hacia una de las enfermeras encargadas de vacunar su compañera me dice que me descubra el brazo antes de atravesar los diez pasos que me separaban de la vacuna, acción que me fue imposible completar puesto que no tuve tiempo material de desabrocharme todos los botones de la camisa que cubría mi camiseta interior.

 

Hospital Isabel Zendal. Foto: Europa Press

 

Por tanto, tuve que terminar la maniobra mientras contestaba a la enfermera que me iba a vacunar y me preguntaba si padecía alguna enfermedad. Yo le contesté que lo normal para mi edad, problemas de corazón, tensión alta, colesterol... y no me dio tiempo a más porque ya tenía en su mano derecha la jeringuilla que iba a percutir en mi brazo derecho aunque por suerte me dio tiempo a pedirle que me inyectase en el izquierdo porque soy diestro cerrado y como me gano la vida escribiendo prefería mantener mi brazo derecho en perfecto estado de revista.

Tras recibir el pinchazo, del que como ya dije ni noté, me recomendó que si sentía alguna molestia me tomase un paracetamol, "nunca ibuprofeno" me advirtió antes de decirme que entonces debía ir al puesto de control instalado entre otras mamparas.

Así lo hice y la nueva enfermera que allí estaba me pidió que le dijese mi número de DNI, que le contase en que brazo me habían pinchado y que volvería a recibir un SMS para citarme, entre 10 y 12 semanas después, y recibir la segunda dosis de la vacuna. Todo ello se detalló en un folio del que me hizo entrega.

 

Hospital Isabel Zendal. Foto: Europa Press

 

Al salir de la mampara de control me encontré con una nueva enfermera que me llevo a una habitación grande, naturalmente con mamparas en lugar de paredes, en la que había dispuestos una docena de cómodos sofás en los que debía esperar tumbado durante quince minutos para comprobar que no sentía ninguna reacción.

Es curioso la distinta percepción del paso del tiempo que tenemos las personas. Yo estuve allí quince minutos justos porque miré la hora al sentarme y me levanté cuando se cumplieron. Sin embargo había gente que ya estaba sentada cuando yo llegué y aún seguían ahí cuando me fui. Y al contrario, también vi gente que llegó cuando yo ya estaba sentado y permanecieron sobre el sofá entre dos y diez minutos. 

Y es que había una enfermera para controlar que te sentaras pero ninguna para ver cuando te levantabas. Con lo cual, una vez finalizado el reposo me encaminé hacia la salida, volviendo a recorrer un dédalo de pasillos y habitaciones hechas con mamparas, y gané la calle. Había llegado ante el edificio a las 9.30 porque mi hora de vacunación era las 10.02. Cuando salí y volví a ver la luminosa mañana, feliz por haberme vacunado al fin, mi reloj marcaba las 11.11.

Sobre el autor:

Antonio Castillejo

Antonio Castillejo

Antonio Castillejo es abogado y periodista. Comenzó su carrera profesional en la Agencia Fax Press dirigida entonces por su fundador, Manu Leguineche, en la que se mantuvo hasta su desaparición en 2009. Especializado en información cultural y de viajes, desde entonces ha trabajado en numerosos medios de prensa, radio y televisión. Actualmente volcado con los mayores en 65Ymás desde su nacimiento.

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