En una sociedad donde la juventud se exalta como el no va más de la productividad, cual prejuicio, quienes superamos los 50 años enfrentamos un reto constante: demostrar que la experiencia, lejos de ser un lastre, es un motor de cambio y progreso. A esta forma de discriminación por edad la llamamos edadismo, una barrera que no solo limita a las personas mayores, sino que también priva al conjunto social de la riqueza de nuestra experiencia.
El edadismo: un prejuicio que todos perdemos
El edadismo se manifiesta de formas sutiles y explícitas: desde la publicidad que ignora a las personas mayores hasta las empresas que priorizan contratar a perfiles más jóvenes, solo por serlo. Pero su efecto más dañino es el interno, cuando nosotros mismos empezamos a creer que hemos dejado de ser útiles. Este prejuicio está profundamente arraigado en narrativas culturales que asocian juventud con innovación y madurez con obsolescencia. Sin embargo, esta idea es errónea y carece de fundamentos en el mundo real. Veamos:
La longevidad como oportunidad
Vivimos en un mundo en el que la esperanza de vida ha crecido exponencialmente. Esto significa que muchas personas tienen décadas por delante después de los 60 años, tiempo que puede y debe ser productivo. Desde esta perspectiva, la longevidad no es una carga, sino una ventana de oportunidad para redescubrirnos y seguir contribuyendo a nuestras comunidades y al mercado laboral. En España, por ejemplo, los sénior representan el segmento con mayor capacidad adquisitiva, concentrando más del 66% de la riqueza nacional. Quizá tengan más del 70% del talento ;-)
Mi experiencia: un valor añadido
Si algo me ha enseñado la vida es que el tiempo es el mejor maestro. La vida pasa, la vida pesa, la vida pisa. Pero también posa, pues deja el poso del saber. La experiencia nos da herramientas que no se enseñan en ninguna universidad: resiliencia, empatía, capacidad de decisión y visión estratégica. Hemos enfrentado crisis económicas, visto surgir y desaparecer tecnologías, y entendido que el cambio no es algo que temer, sino que abrazar (tanto si lo abrazas como si no, está ahí, y mejor llevarse bien con él, como ciertos vecinos). Como vengo señalando en mis trabajos en el marco de la Silver Economy, las empresas que ignoren este conocimiento acumulado se arriesgan a perder una ventaja competitiva clave y una capacidad de conexión con el mercado senior, que tiene dinero, tiempo y ganas de vivir (gastando).
Rompiendo los mitos del envejecimiento
El primer paso para combatir el edadismo es desmontar los mitos que lo perpetúan. No es cierto que los mayores sean incapaces de aprender nuevas tecnologías; según varios estudios, quienes superan los 65 años están cada vez más abiertos a adoptar herramientas digitales si estas son accesibles y relevantes para sus necesidades. Además, los sénior no son un segmento homogéneo; nuestras trayectorias de vida les convierten en un grupo diverso con intereses, habilidades y potencial único.
Empatía digital y la adaptación del mercado
El mundo digital debe ser inclusivo. Muchas empresas han entendido esto y están diseñando plataformas más intuitivas y accesibles. Esto no solo facilita la interacción de los mayores con la tecnología, sino que también mejora la experiencia del cliente para todos. La empatía digital es, en este sentido, una herramienta clave para cerrar la brecha generacional en el ámbito tecnológico.
El poder del talento sénior en el mercado laboral
La salida prematura del mercado laboral de los mayores no es solo una injusticia, sino también un desperdicio económico y social. Las empresas necesitan incorporar políticas que valoren la experiencia sénior, como programas de mentoría o esquemas de trabajo flexible. El éxito de empresas que han adoptado estas prácticas demuestra que incluirnos no es solo una cuestión de justicia social, sino también una estrategia de negocio.
Acción colectiva contra el edadismo
Combatir el edadismo requiere un esfuerzo colectivo. Necesitamos campañas de sensibilización que eduquen a las nuevas generaciones sobre el valor de la experiencia y políticas públicas que promuevan la inclusión de los mayores en todas las esferas sociales y económicas. Al mismo tiempo, es fundamental que como individuos no dejemos que el edadismo defina nuestra autoestima ni nuestras aspiraciones.
Conclusión: la experiencia es el futuro
En la era de la longevidad, el mayor error sería ignorar a quienes más han vivido. Mi experiencia, tu experiencia, es nuestra ventaja colectiva. Y el combate contra el edadismo no es una lucha individual, sino un movimiento por el reconocimiento de que cada etapa de la vida tiene su valor y propósito. Solo cuando reconozcamos esto podremos construir una sociedad que realmente aproveche todo su potencial humano, sin importar la edad.
En este viaje, recordemos siempre que el futuro está en la gente con mucho pasado. Y también en el mundo del talento: mi experiencia es mi ventaja.