En esto de que te consideren mayor, el primero que te da un palo cerebral es el médico; que dicen que es tuyo, "tu médico", pero el tío ese te engaña o algo pasa porque para verlo tienes que esperar varias semanas o meses, si es que vives, claro.
Bueno, pues tú vas a un ambulatorio, y aquello más que un lugar para curarte parece una de cadena montaje: Te ponen una goma en el brazo, te pinchan, te quitan un chupito de sangre, te ponen una tirita y ni tiempo te da a dar las gracias.
Al cabo de unos días vuelves a por los resultados y entonces ocurre una cosa muy curiosa. Entras en un despacho donde está el médico, te sientas frente él, coge un folio donde figuras tú, pero por dentro, y te dice: "tiene un poco bajo los glóbulos rojos, los triglicéridos y también…".
Tú no eres médico, pero cuando alguien dice "bajo" sabes que el asunto no va bien y te da lo mismo los leucocitos, que los glóbulos sean rojos o amarillos o incluso si ha encontrado un manojo de cerezas; oyes bajo, y ya puedes medir 1,80 o 2,40, que bajo estás.
Luego, te pregunta: "¿Y qué vida hace?". Esto, al principio, no lo entiendes, incluso eres tan inocente que tu primer pensamiento es: "mira qué curiosillo…". Entonces le dices que te levantas a las once, y que escribes de doce a tres y de seis a diez. ¡Hombre!, igual se te olvida algo, preguntarle por qué no ha comprado uno de tus libros, pero bueno.
Para ti la vida que haces es normal, pero en ese momento y no en otro, oyes una frase que al principio no la pillas: "tiene que andar". Claro, tú escuchas "tiene que andar" y no sabes muy bien quién está peor, si tú o el médico, porque tú no has entrado en silla de ruedas, sino con un paso, no digo ligero, pero andando, andando… casi diría que sí.
Entonces, como eres muy respetuoso, contestas, "pues habrá que andar", que lo dices por decir; pero inmediatamente me asaltaron varias dudas: ¿Y cómo ando?, ¿Deprisa?, ¿Muy deprisa? Pues qué influencia tienen estos tipos de la bata blanca, ¡pero qué influencia!; al cabo de una semana ya estaba yo haciendo dos kilómetros como dos soles; plis-plas, plis-plas, a una marcha… a un "a que me ahogo que me muero…".
Y entonces, ves a un amigo, lo paras, y cuando ya por costumbre vas a sacar un cigarrillo te dice que dejó de fumar y que además se tiene que ir "porque pierdo el ritmo". ¿El ritmo? ¿Qué pierde el ritmo ese sosainas?
Y allí te quedas, parado en medio del paseo, un tanto cansado, pero es momentáneo, porque al poco rato, te sientas y, entre nosotros, para olvidarte de lo que te dijo el médico, un cigarrillo después de andar sienta… ¡buah!.