Las vitaminas son elementos esenciales que nos permiten a nuestro cuerpo funcionar y, tanto su carencia como su exceso pueden provocar problemas de salud. En los estantes de nuestro supermercado podemos encontrar todo tipo de alimentos, unos más saludables que otros. Seguir una dieta sana no es difícil si sabemos lo que buscar y conocemos cuáles son aquellos productos que mantienen casi intactos sus nutrientes y, en especial, las vitaminas.
No nos engañemos, si es fresco, sin procesar, será más saludable. Y ahí entrar las frutas y verduras como el brócoli. De la familia de las coles, tiene más vitamina C que la naranja, es rico en carotenos, vitamina A, potasio, calcio y un largo etcétera. Además, tiene una fuerte acción antioxidante en nuestro organismo.
Con la moda de las cocinas orientales las semillas de sésamo son más fáciles de encontrar en nuestro supermercado. Son una buena fuente de vitaminas A y E así como de una amplia variedad de la familia B (B1, B2, B3, B6 y B9). Tampoco hay que desdeñar su aporte en minerales como el calcio, el hierro, o el fósforo.
No es un producto fresco, pero desde la antigüedad sabemos lo saludables que son las conservas y lo bien que consiguen conservar sus propiedades. La sardina es un pescado azul, con ácidos grasos insaturados y de omega-3. Si el aceite utilizado es de oliva se multiplican los beneficios, aportando vitaminas de los grupos B y D así como selenio y fósforo.
Son los reyes de las dietas bajas en caloría: un bote de 100 gramos solo aporta 18 kilocalorías. Además, contienen vitaminas de los grupos C, E, flavonoides y ácido fólico.
Ojo que estos productos pueden confundirnos. Los cereales integrales, sin refinar, y sin añadidos como chocolate o azúcares, son un preparado sano y que pueden contener una cantidad importante de vitaminas B2, B3, B5, B7 y E.
Bien sean para preparar en casa o en bote, las lentejas nos aportan tanto vitaminas como minerales. En tan solo una ración podemos encontrar fósforo, cobre, hierro y vitamina B6.
Una ensalada con hoja de espinaca contiene muchas más vitaminas, en especial A, y minerales que la tradicional de lechuga. Eso sí, hay que consumirla lo más fresca posible ya que pierde propiedades de manera muy rápida. En su versión congelada se mantienen por mucho más tiempo tanto las vitaminas como los minerales.