Josep Moya Ollé
Opinión

¿Cómo tratamos a nuestros abuelos?

Josep Moya Ollé

Sábado 26 de julio de 2025

4 minutos

¿Cómo tratamos a nuestros abuelos?

Sábado 26 de julio de 2025

4 minutos

"Sí, recuerdo muy bien el día que se proclamó la República, fue el 14 de abril de 1931. Antes habíamos tenido la Dictadura del General Primo de Rivera, que duró hasta 1930, cuando el Rey de España le hizo dimitir. Después de la proclamación de la República se produjeron muchas revueltas hasta que llegó el 18 de julio y empezó la Guerra Civil. Fueron años muy duros, también lo fueron los años de la posguerra, con mucha miseria. Hubo que trabajar mucho, para poder mejorar la calidad de vida". 

Quien así se expresaba era una abuela de 90 años en una entrevista concedida a un medio local. Resulta casi sorprendente la precisión de las fechas así como su análisis de la situación en España en aquellas décadas: la de 1920 a 1930, la de la República y la Guerra Civil, y, posteriormente, los años de la posguerra, la llegada de colectivos procedentes del Sur de España, las huelgas, la muerte de Franco, el período de la Transición, la época actual.

El relato de Joaquina, nombre real de aquella mujer, nos da la visión de una anciana que fue testigo de épocas convulsas, que sufrió pobreza, que apenas pudo estudiar pero que siempre mostró tenacidad, gracias a la cual siguió adelante, como muchas otras de su generación, como muchos abuelos, como Alberto, su pareja hasta la muerte. Para este, las cosas fueron mucho más duras, ya que en las primeras semanas de la Guerra Civil perdió a su padre, cuyos restos siguen todavía en paradero desconocido. Alberto, en tanto primogénito, tuvo que hacerse cargo de sus hermanos, de José, Joaquín, María y Amparo. Todos ellos quedaron marcados por un conflicto fratricida, pero eso no les impidió remontar y construir un relato de vida, justamente aquello que pudieron transmitir a sus hijos y nietos. Sí, trabajaron duro, sufrieron penalidades, pero gracias a sus esfuerzos, gracias a las jornadas de 14 horas, contribuyeron a forjar el país que ahora tenemos. A menudo olvidamos que lo que somos se lo debemos a ellos y a ellas. Es el olvido, la ingratitud, la amnesia que borra las historias de quienes sentaron las bases de lo que ahora nos enorgullecemos. Y, sí, estamos orgullosos de lo que hemos construido, de nuestro estilo de vida, de tener una de las esperanzas de vida más altas del planeta, de ser europeos, de poder viajar y conocer mundo.

Estamos orgullosos de nuestro sistema de sanidad, constituido por profesionales muy bien preparados, pero también orgullosos de haber superado una crisis económica, la del 2008, y una pandemia. Y, ciertamente, tenemos motivos para potenciar nuestra autoestima, aunque, de vez en cuando, nos quejamos y exigimos más recursos para esto y lo otro, pero seguimos olvidando que si pedimos pasar del siete al ocho es porque muchos y muchas trabajaron para alcanzar el seis. Y, ahora, viene la pregunta obligada: ¿Cómo tratamos a nuestros abuelos?

No es posible dar una respuesta sencilla porque la realidad es heterogénea y compleja. De entrada, no es lo mismo ser abuelos en un entorno rural que en un entorno urbano; como tampoco es lo mismo vivir en el seno de la propia familia o en una residencia. Hay abuelos que tienen la vivencia de la inutilidad, de ser un estorbo para sus hijos. En cambio, los hay que tienen un papel muy activo en sus estructuras familiares. Ellos se ocupan de ir a buscar a sus nietos a la escuela, de llevarlos al parque, de enseñarles juegos y transmitirles su “experiencia”.

Como explica Josep Maria Fericgla, para los ancianos la familia sigue siendo la estructura central de sus referentes sociales, y en caso de faltar algún elemento filial para constituir la estructura familiar no dudan en buscar componentes que puedan ocupar el rol vacío. Pero, Joaquina, Alberto, José, Joaquín, Maria y Amparo son ejemplos que representan un ideal de convivencia, un modelo que supone el reconocimiento de una autoridad, en el sentido romano de la palabra, una auctoritas, es decir, un saber reconocido por los otros: Fulanito o fulanita son una autoridad en la materia. Recordemos que Joaquina, a sus 90 años, podía recordar con precisión datos que muchos de nuestros jóvenes estudiantes serían incapaces de citar. 

Pero, desafortunadamente, la realidad predominante es otra. Fericgla explica que los ancianos han dejado de ser el núcleo de la identidad familiar, en especial en el caso de individuos que han emigrado y se han visto obligados a realizar un reajuste de las formas familiares originales. En ocasiones, ello supone la vivencia de un desarraigo de su ambiente de origen. Y la situación deviene todavía más dramática cuando los hijos deciden internar al “abuelo” o la “abuela” en una residencia geriátrica. Allí la historia personal se fractura, de un día para otro la persona anciana no solo se ve desvinculada de su familia, sino que se ve obligada a prescindir de todos aquellos objetos que la han acompañado a lo largo de su vida. En adelante, su cotidianidad transcurrirá en un entorno apersonal, con horarios rígidos y muchas horas de televisión. Ah, y de vez en cuando alguien le recordará, en tono infantil, que es la hora de la pastilla azul, o roja, o amarilla. Hace pocos días, alguien, en este mismo diario nos recordaba que España no es país para viejos, aunque la pirámide poblacional muestre una marcada tendencia al envejecimiento.

Permítanme que acabe este breve articulo citando un párrafo de una excelente novela de Benito Pérez Galdós, llevada al cine por nuestro querido y admirado José Luis Garci y protagonizada por Fernando Fernán Gómez, El abuelo: “He llegado a los escalones más bajos de la pobreza; pero por mucho que descienda, no he llegado ni llegaré nunca al deshonor. Fuera de la decadencia material, soy y seré hasta el último día lo que fui”. 

Sobre el autor:

Josep Moya Ollé

Josep Moya Ollé

Josep Moya Ollé (Barcelona, 1954) es psiquiatra y psicoanalista. Actualmente es presidente de la Sección de Psiquiatras del Colegio Oficial de Médicos de
Barcelona.

Ha trabajado activamente en el ámbito de la salud pública, siendo presidente del comité organizador del VII Congreso Catalán de Salud Mental de la Infancia y psiquiatra consultor del SEAP (Servei Especialtizat d'Atenció a les Persones), que se ocupa de la prevención, detección e intervención en casos de maltratos a mayores.

Es el fundador del Observatori de Salut Mental i Comunitària de Catalunya.

Su práctica clínica privada la realiza vinculado a CIPAIS – Equip Clínic (Centre d’Intervenció Psicològica, Anàlisi i Integració Social) en el Eixample de Barcelona.

Como docente, imparte formación especializada en ACCEP (Associació Catalana per a la Clínica i l’Ensenyament de la Psicoanàlisi), en el Departament de Benestar Social i Família y en el Centro de Estudios Jurídicos y Formación Especializada del Departament de Justícia de la Generalitat de Catalunya.

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