
Jueves 22 de mayo de 2025
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Máscara de Dionisio. Museo de Louvre
Las tragedias, escritas en los siglos VI y V a. C. por Esquilo, Sófocles y Eurípides, muestran cómo los griegos afrontaron de manera distinta los conflictos de su época. Son escritos extensos que tratan sobre problemas universales. Provienen de mitos que relatan los sufrimientos y castigos del héroe. Están ligados a rituales de sacrificios en los que se hacían ofrendas a los dioses.
Se convirtieron en metáforas de profundas heridas en la humanidad. Si los vemos de manera simbólica nos atraviesan a todos sin excepción. Son recreadas por autores de todos los tiempos en la cultura occidental, manifiestan los impulsos irracionales, matricidio, parricidio, incesto, suicidio, infanticidio. En las fiestas dionisíacas de la Antigua Grecia se exponían ante todo el pueblo. Al realizar el drama, representación teatral, se producía un exorcismo o catarsis colectiva.
Los horrores en la humanidad siguen repitiéndose y manifestándose en hechos sangrientos de mayor o menor crueldad y violencia que dejan traumas en nuestro psiquismo y en nuestro mundo emocional.
Al ser lo afectivo emocional tan central en el proceso de envejecimiento, los traumas sufridos pasivamente o producidos a otros se convierten en piedras de difícil remoción, nudos a desatar que frenan el feliz fluir de la vida.
Su gravedad o incidencia depende no sólo del hecho en sí mismo, sino de la resiliencia para afrontarlo en un proceso transformador.
El acceso al inconsciente y una profunda introspección son caminos de apertura, preventivos, para evitar lo encarnizado de las tragedias o como sendero reparatorio de aprendizaje en el trabajo de sanar el trauma.