"Mi nombre es Alejandro Nieto García y nací en Valladolid en 1930, por tanto tengo ahora mismo 91 años, camino de 92. Soy viudo y tengo tres hijos y seis nietos. Mi vida laboral la he dedicado fundamentalmente a la universidad como catedrático de Derecho Administrativo habiendo ejercido ocasionalmente otras actividades, siete años como abogado en ejercicio y otros tres años como presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas". Así comienza la conversación que hemos mantenido con Alejandro Nieto que desarrolló su labor docente en la universidades de La Laguna, Autónoma de Barcelona, Alcalá de Henares y Complutense de Madrid habiendo sido vicerrector de todas ellas y decano de Derecho y Ciencias Económicas en la de Madrid.
Como él mismo nos recuerda fue presidente del CSIC entre 1980 y 1983 y recibió la Medalla de Plata del Centro. También es doctor 'honoris causa' por la Universidad Carlos III de Madrid y por la Universidad de Buenos Aires. Es miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y es autor de casi cuatro decenas de libros. Entre sus muchos títulos destacan Los primeros pasos del estado constitucional: historia administrativa de la regencia de María Cristina de Borbón por el que recibió el Premio Nacional de Ensayo, Balada de la justicia y la ley,España en astillas, La corrupción en la España democrática y el último de todos que llegó a las librerías el pasado mes de abril, El mundo visto a los 90 años.
PREGUNTA: Tengo entendido que tiene alguna dificultad con su vista, pero eso no le ha impedido escribir...
RESPUESTA: Sí, tengo una dificultad grave pero reciente, de hace un par de meses, estoy en tratamiento y no recuperaré del todo la vista pero confío en que podré defenderme.
P.: ¿Por qué decidió escribir el mundo visto a los 90 años?
R.: Porque a base de reflexionar me di cuenta de que a los 90 años se ve el mundo de una manera muy distinta de la que se tiene a los 30 y a los 60. Pero también por la convicción de que los viejos somos unos perfectos desconocidos para los jóvenes. Nos pueden tratar bien o mal, nos pueden cuidar con cariño, pero somos un mundo aparte, unos personajes desconocidos.
P.: ¿Por qué son desconocidos?
R.: Porque los viejos ni hablan ni escriben sobre sí mismos, cuentan sus batallas de épocas pasadas, pero de ellos y de lo que ven, sienten y piensan no les gusta o no tienen ocasión de hablar y por eso yo decidí aprovechar la oportunidad escribiendo este libro
P.: Ha dicho que también lo escribió para contar cómo se ve el mundo a los 90, porque no es igual que a los 60, pero: ¿cómo se ve el mundo?
R.: Eso es lo que cuento en un librito de 200 páginas y reducir eso a una conversación es demasiado difícil porque hay demasiadas cosas que relatar.
P.: Nos ha dicho que lo ha escrito porque los jóvenes no conocen a los mayores, ¿qué deberían conocer los jóvenes de los mayores?
R.: Sencillamente, cómo somos los mayores a los que yo llamo viejos porque somos viejos y no mayores, pero en fin, eso es una cuestión marginal. Nosotros vemos las cosas de distinta manera y como somos más bien silenciosos y no contamos nada de la actualidad nos vamos aislando, nos vamos alejando de los demás y los demás no reparan en nosotros más que para cuidarnos y para lamentarse de lo que les cuesta que podamos sobrevivir y hay que aprovechar las pocas ocasiones que hay de que nos vean.
P.: Usted sostiene en su libro que "a los 90 años no hay más opción que la de seguir adelante a tientas hasta que la máquina se pare definitivamente"...
R.: Así es, ¿qué otra cosa podemos hacer? A tientas, porque vemos las cosas de manera muy confusa y nuestras posibilidades de actuar se reducen cada día de modo que vamos caminando casi mecánicamente, cuando no mecánicamente del todo, hasta que un día se pare la máquina y se acabó.
P.: Pero esto implica que la máquina sigue funcionando, que se puede seguir, como usted también ha escrito, "con la libertad de hablar aunque nadie me escuche, de escribir aunque nadie me lea, de pensar por mi cuenta aunque a nadie le importe lo que llevo en la cabeza"...
R.: Efectivamente, la libertad hasta el último momento, la libertad siempre. En la vida anterior es muy difícil ser libre porque estamos demasiado condicionados por lo que pueda pasar y por el temor a estropear nuestro presente y nuestro futuro. En cambio, a los 90 años ya nadie nos puede estropear nada, de modo que por fin somos libres y el que quiere puede utilizar su libertad al máximo, tanto en política como en la vida social y en la personal. El que no utiliza su libertad es porque no quiere. Somos inmunes, ¿qué le pueden hacer a un hombre de 90 años…? Pues nada.
P.: Usted apunta que hablar, escribir y pensar "no son caprichos costosos y puede asumirlos la Seguridad Social sin arruinarse" ¿Cómo ve el hecho de que la generación que ha levantado este país a sus espaldas tenga ahora las pensiones que tiene y que parece que algunos además consideran como algo que regala el estado y no un derecho que se tiene tras muchos años de cotización?
R.: Desde luego hay quien tiene su pensión sin haber cotizado tanto como otros, pero lo cierto es que con la pensión casi todos, casi todos, podemos vivir, entre otras cosas porque aunque la pensión no sea ni mucho menos espléndida, nuestros gastos a estas edades se reducen drásticamente. Dígame usted en qué puedo gastarme yo el dinero, aparte de, naturalmente, en la salud, ¿en qué puedo yo gastarlo?, pues en nada, no me atrae nada, ni en comer… si como como un pajarito, en beber menos todavía, viajar prácticamente nada, vestir me es indiferente… ¿Qué otros gastos puedo tener si encima vivo solo? Por eso muchos pensionistas están en condiciones de ayudar a sus hijos que estando en edad de trabajar o no trabajan o no les llega el sueldo porque ellos tienen muchos más gastos. Yo he procurado en este libro que lo sepa la gente para que a los viejos nos miren de otra manera.
P.: ¿Cómo le gustaría que les miraran?
R.: Con que nos miraran, me bastaría (sonrisa triste). Ya no pedimos que haya una particular forma de mirarnos, sería suficiente con que nos miraran porque somos rigurosamente invisibles y si alguna vez nos ven es cuando molestamos porque nos movemos despacio, entorpecemos la circulación o vamos en sillas de ruedas. No nos ven más que, repito, cuando estamos estorbando, si no somos rigurosamente invisibles. Mire, si a mí me están buscando y yo he pasado por un café y preguntan si ha pasado por allí un viejo con barba, el camarero contestará: “Pues la verdad es que no he reparado en ello”, aunque yo haya estado allí toda la tarde. Pero lo cierto es que él no me ha visto, me habrá servido el café y habrá continuado su trabajo sin verme.
P.: Imagino que por eso dice en su libro que "lo único que se nos pide a los viejos es estorbar lo menos posible y lo único que pedimos nosotros es tener un rincón tranquilo donde poder descansar meciéndonos en nuestros recuerdos"...
R.: Efectivamente, es por eso. Es que nos molestan mucho exigiéndonos, sobre todo con las formalidades tecnológicas y burocráticas que nos reclaman, obligándonos a hacer cosas que no estamos en condiciones de realizar. Tengo casi 92 años, a mí con que me dejen un banco al sol... ya no pido mucho más a parte de la pensión de la que vivo, claro.
P.: Le supongo al tanto de la campaña “Soy mayor, no idiota” que ha puesto en marcha Carlos San Juan contra los bancos que obligan a los mayores a realizar digitalmente sus trámites…
R.: Sí claro, pero eso es por lo que respecta a los bancos, pero si se acerca usted a la administración, si va solo no llega, necesita a alguien que le ayude para hacer lo que necesite.
P.: Uno de los capítulos de su libro se titula, 'Lo que se ve ahí fuera', ¿qué ve usted ahí fuera?
R.: Demasiadas cosas. Pero a lo que yo me refiero en ese capítulo, que como todos los del libro es muy breve, es a una porción reducidísima del mundo. Es decir, hay gente que cree que ve el mundo, pero a los 90 años somos conscientes de que en este larguísimo tiempo transcurrido desde que estamos aquí, hemos visto una parcela mínima de este mundo que es tremendo, inagotable. Cada cual ve un trocito del mundo y tenemos que ser conscientes de ello. Ni siquiera hemos visto el mundo geográficamente, incluso los que dan la vuelta al mundo cada verano no lo han hecho, esos no ven nada, no se enteran de nada. Ni geográficamente, ni etnográficamente, ni culturalmente, no se enteran de nada. Por muy arrogantes que seamos y por mucho que creamos haber visto, vivimos en un rinconcito. Piense usted lo que yo habré visto en 90 años, pues bien, eso que he visto y que creía que era mucho, ahora comprendo que es es una parcela mínima del mundo.
P.: También habla de los secretos de la vida, ¿cuáles son esos secretos?
R.: No sería capaz de condensarlo en esta conversación. En la vida, algunos tenemos que ser breves y digo algunos porque hay quien en la televisión o en la radio se ponen pesadísimos alargando historias que no le importan a nadie, pero en fin, en general a todos se nos exige rapidez y brevedad y se nos dice que contemos en 60 segundos lo que hemos visto. ¡Hombre, por Dios!, o me da usted cuatro horas o renuncio a intentar contar nada por muy acostumbrado que esté a ser breve
P.: El filósofo existencialista danés Soren Kierkegard decía que el hombre es un ser para muerte, pero ¿qué dice, qué piensa del destino del ser humano Alejandro Nieto?
R.: No lo creo así, es una formulación certera por quien lo dijo y sobre todo por la provocación que significó cuando lo dijo porque lo hizo para provocar. No, no hemos nacido para la muerte. Hemos nacido, precisamente, para ese brevísimo intervalo que transcurre entre la nada y la nada. No éramos nada, no existíamos y sin embargo se nos ha dado un plazo, a unos aparentemente largo de noventa y pico años y después otra vez volveremos a la nada.
P.: ¿Y cuáles deberían ser nuestros objetivos durante ese "brevísimo intervalo"?
R.: Pues debemos aprovechar ese intervalo y en él, como mínimo, sufrir lo menos posible. Ese es el primer objetivo, sufrir lo menos posible porque parece que nos han creado con mala intención, con la de sufrir. Pero también nos han creado para gozar y además, para saber. Se nos da la oportunidad de saber algo y hay que aprovecharla. Pero qué adelantamos con saber algo, pues creo que muy poco porque lo sabido llegado un momento se olvida. Muchas veces pienso en esos seres privilegiados que saben 20 o 30 idiomas, que los hay, ¿qué adelantan con saber tantos idiomas si llega un momento en que esa inmensa sabiduría que tanta envidia nos produce a los demás, desaparece, no queda nada? ¿Qué adelantó esa persona con saber tantos idiomas? Nada. ¿Qué se adelantó con saber todo de matemáticas y profundos secretos de la física? Nada, es un soplo de viento que una vez pasado desaparece por completo, pero se nos da la oportunidad de conocerlo, de saberlo, y realmente, a parte del dolor y del gozo, que son el verdadero objetivo de la vida, de lo que nos ocupamos es de aprender algo porque aunque no valga para nada es un objetivo fundamental de la existencia, aprender.
P.: Alejandro, denos un consejo para los jóvenes
R.: Muy sencillo, que nos vean, que nos escuchen y que no nos hagan demasiado caso porque en la sabiduría de los viejos hay cosas que realmente son de sabios, pero la mayor parte son de personas orgullosas e ilusas que creemos saber muchas cosas cuando en realidad no es cierto. Hay muchas, muchas cosas, que los jóvenes saben mejor que nosotros y si ellos nos hicieran caso terminarían yendo a peor. A los jóvenes les diría que nos tomen en serio, pero no demasiado.
P.: Y para los no tan jóvenes, los cincuentones, sesentones, setentones…
R.: Que os deis cuenta de que ya os queda poco y hay que aprovecharlo. Aprovechadlo.
Sobre el autor:
Antonio Castillejo
Antonio Castillejo es abogado y periodista. Comenzó su carrera profesional en la Agencia Fax Press dirigida entonces por su fundador, Manu Leguineche, en la que se mantuvo hasta su desaparición en 2009. Especializado en información cultural y de viajes, desde entonces ha trabajado en numerosos medios de prensa, radio y televisión. Actualmente volcado con los mayores en 65Ymás desde su nacimiento.