Cultura

Un desconocido detalle dio a los cristianos la victoria frente a los turcos en la batalla de Lepanto

Antonio Castillejo

Sábado 16 de octubre de 2021

8 minutos

El combate naval más sangriento de la historia duró cuatro horas y se cobró la vida 40.000 personas

Un desconocido detalle dio a los cristianos la victoria frente a los turcos en la batalla de Lepanto
Antonio Castillejo

Sábado 16 de octubre de 2021

8 minutos

Hace ahora 450 años, el el 7 de octubre de 1571, tuvo lugar en aguas hoy griegas, en la costa norte del estrecho que separa el golfo de Patras del golfo de Corinto, frente a la costa de Náfpaktos, Lepanto en español e italiano, el combate naval más sangriento de la historia.

Durante las apenas cuatro horas que duró la batalla murieron de 30.000 a 40.000 personas, según los historiadores que se consulten. Fue uno de los momentos trascendentales de la edad moderna. Para Paul K. Davis, reputado historiador especializado en historia militar, "la derrota turca supuso detener la expansión otomana en el Mediterráneo, así como también asegurar el dominio en Occidente y la confianza en el oeste de que los turcos, antes imparables, podían ser derrotados".

Todos sabemos que la batalla entre la armada cristiana y la turca la ganaron los primeros, pero tal vez no todo el mundo conoce el detalle clave para que esa victoria, librada por los cristianos en inferioridad de condiciones y en aguas otomanas, se inclinara hacia su bando.

La batalla de Lepanto

Las fuerzas otomanas contaban con 205 galeras y las cristianas con 204, ambas con unos 50 barcos menores en labores de apoyo. Pero las huestes otomanas al mando del almirante Alí Pachá superaban las 90.000 almas mientras que los soldados comandados por el hermano bastardo de Felipe II, Don Juan de Austria, la conocida como 'Santa Liga', compuesta por combatientes españoles y de los Estados Pontificios, la Orden de Malta, las repúblicas de Venecia y Génova y el ducado de Saboya, alcanzaba menos de la mitad que las de sus enemigos, unos 48.000 hombres.

Sin embargo, al final de aquellas cuatro terribles horas solo se salvaron 30 galeras otomanas y los cristianos solo perdieron 12 embarcaciones. Fueron 170 galeras y 20 galeotas, además de 12 bancos de apoyo los apresados a los otomanos. Se hicieron 5.000 prisioneros turcos y se liberó a 12.000 cautivos cristianos. Las bajas cristianas no llegaron a 8.000, las turcas se estiman entre 25.000 y 30.000. Y una vez más nos preguntamos, ¿cómo pudo sufrir el hasta entonces imbatible Imperio de la Sublime Puerta, tal absoluta humillación?

Galeras y galeotes

La respuesta está en las galeras y sus galeotes. Las galeras eran embarcaciones impulsadas por la fuerza de los remos que fueron utilizadas desde los remotos tiempos del antiguo Egipto hasta el siglo XVI. En esta última etapa eran, como los dromones bizantinos, embarcaciones muy ligeras y sus dimensiones llegaron a alcanzar los 140 pies de eslora (60 metros de la popa a la proa) y 20 de manga (6, 25 metros de estribor a babor).

Estas naves también estaban equipadas con un espolón en la proa, el rostrum de los navíos romanos, fabricado de bronce o madera reforzada con grandes aros cuadrados de hierro, que estaba situado casi en la linea de flotación de la embarcación para poder embestir con él a las naves enemigas.

Galeotes, por César Álvarez Dumont, hacia 1897, Museo del Prado.

Sobre la cubierta, en las galeras del siglo XV se disponían a una y otra banda los bancos de los remeros divididos por la crujía o línea imaginaria que divide la de la embarcación en dos partes exactamente iguales y paralelas a la quilla. Y justo en la crujía se situaba el cómitre o nostromo, la persona encargada de vigilar y animar a los remeros o galeotes,

Los galeotes, la tracción humana gracias a la cual navegaba la galera, cuyo conjunto se denominaba chusma (término que ha llegado a nuestros días para definir a gente que se considera muy vulgar y despreciable) eran de tres clases: hombres libres que remaban a cambio de un salario y esclavos o personas que cumplían condena. Estos dos últimos grupos remaban, lógicamente, encadenados y en consecuencia, con toda la energía de la que eran capaces puesto que en caso de hundimiento al estar cargados de cadenas acabarían irremisiblemente en el fondo del mar.

La insospechada clave de la victoria

Entre turcos y cristianos sumaban nada menos que 100.000 remeros y como muy bien explicó la semana pasada Nieves Concostrina, periodista y escritora especializada en historia, en la Cadena SER, los cristianos tenían 50.000 galeotes y fue a esos hombres a lo que, en una maniobra táctica perfecta, antes de la batalla se les ofreció quitarles las cadenas si estaban dispuestos a combatir contra los turcos. Si lo hacían se les concedería, a los que quedasen con vida, el indulto y la libertad y, como era de esperar, todos aceptaron y todos aquellos que sobrevivieron recuperaron su libertad.

Retrato de Don Juan de Austria, poco después de la batalla de Lepanto   Museo del Prado.
Don Juan de Austria

 

Los turcos no pudieron plantear ese mismo acuerdo -explica Concostrina- porque la casi totalidad de sus galeotes eran esclavos cristianos que de haberles retirado las cadenas se hubiesen sumado al enemigo con lo cual los otomanos tenían más soldados, pero menos hombres a la hora del combate.

Así se demostró que era más rentable utilizar a los presos como galeotes que mantenerlos en las cárceles. La pionera en esta técnica fue la corona de Aragón, pero la primera legislación documentada es de 1530 bajo el reinado del emperador Carlos I de España y V de Alemania y en ella se decía que los jueces podían conmutar las condenas de destierro o las mutilaciones corporales por un servicio temporal en la armada. Desde entonces -explica Concostrina-, prácticamente todas las condenas era de azotes o galeras.

Los galeotes de 'el manco de Lepanto'

Como todo el mundo conoce, si bien es cierto que Don Juan de Austria, el almirante de aquella armada cristiana, regresó a España en olor de multitudes, no lo es menos que el genial autor del sempiterno Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes Saavedra, tardó nada menos que cinco años en volver de aquella batalla en la que tomó parte por y en la que fue hecho prisionero y terminando con sus huesos en la cárcel. Eso sin contar con que durante el combate recibió un disparo de arcabuz en la mano mano izquierda que la dejó inútil, aunque no le fue amputada, y le valió el apodo de 'el manco de Lepanto'.

Cervantes
Miguel de Cervantes

 

Muy bien y muy de cerca conoció por tanto Cervantes a aquellos galeotes que remaron y combatieron en Lepanto y fue por eso por los que les incluyó en su imperecedero Quijote. Fue él, que siempre expresó su orgullo por haber participado en aquella batalla, quien se refirió a ella como "la más memorable y alta ocasión que vieron los siglos, ni esperan ver los venideros" en el prólogo de sus Novelas Ejemplares.

Y también fue Miguel de Cervantes, señalado en el siglo XIX como "ilustre inválido de Lepanto y gloria de los ingenios" por la desaparecida y benemérita orden del Cuerpo de Inválidos de la Patria que además le nombró Coronel, quien unió literatura y milicia, plumas y armas al escribir: "Nunca la lanza embotó la pluma, ni la pluma la lanza".

Don Quijote de la Mancha

En el conocidísimo capitulo XXII de la primera parte de Don Quijote, titulado "De la libertad que dio don Quijote a muchos desdichados que mal de su grado los llevaban donde no quisieran ir", el escritor de la madrileña localidad de Alcalá de Henares, narra como su Ingenioso Hidalgo junto a su fiel escudero Sancho Panza se topan con un grupo de galeotes.

- Esta es cadena de galeotes, gente forzada del rey, que va a las galeras -dice Sancho Panza-.

- ¿Cómo gente forzada? -preguntó don Quijote-. ¿Es posible que el rey haga fuerza a ninguna gente?

- No digo eso -respondió Sancho-, sino que es gente que por sus delitos va condenada a servir al rey en las galeras de por fuerza.

- En resolución -replicó don Quijote-, como quiera que ello sea, esta gente, aunque los llevan, van de por fuerza, y no de su voluntad.

- Así es -dijo Sancho-.

- Pues, desa manera -dijo su amo-, aquí encaja la ejecución de mi oficio: desfacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables.

- Advierta vuestra merced -apuntó Sancho- que la justicia, que es el mesmo rey, no hace fuerza ni agravio a semejante gente, sino que los castiga en pena de sus delitos.

Llegó en esto la cadena de los galeotes y don Quijote con muy corteses razones pidió a los que iban en su guarda fuesen servidos de informalle y decille la causa o causas porque llevaban aquella gente de aquella manera.

Una de las guardas de a caballo respondió que eran galeote, gente de Su Majestad, que iba a galeras, y que no había más que decir, ni él tenía más que saber.

- Con todo eso -replicó don Quijote-, querría saber de cada uno dellos en particular la causa de su desgracia.

Añadió a estas otras tales y tan comedidas razones para moverlos a que le dijesen lo que deseaba, que la otra guarda de a caballo le dijo:

- Aunque llevamos aquí el registro y la fe de las sentencias de cada uno destos malaventurados, no es tiempo este de detenerles a sacarlas ni a leellas: vuestra merced llegue y se lo pregunte a ellos mesmos, que ellos lo dirán si quisieren, que sí querrán, porque es gente que recibe gusto de hacer y decir bellaquerías.

Después de esto, como todos los millones y millones de lectores conocen, el Caballero de la Triste Figura logró liberar a los galeotes y él mismo y su fiel escudero fueron apedreados por los reos que, además, les robaron la ropa.

Sobre el autor:

Antonio Castillejo

Antonio Castillejo

Antonio Castillejo es abogado y periodista. Comenzó su carrera profesional en la Agencia Fax Press dirigida entonces por su fundador, Manu Leguineche, en la que se mantuvo hasta su desaparición en 2009. Especializado en información cultural y de viajes, desde entonces ha trabajado en numerosos medios de prensa, radio y televisión. Actualmente volcado con los mayores en 65Ymás desde su nacimiento.

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