Petra Fidela Rodríguez, vallisoletana de 93 años, no tiene hijos ni nietos. Para ella, trasladarse todos los jueves desde la residencia Amavir El Encinar del Rey (en la que vive desde hace 2 años) hasta la guardería Hadas y Duendes es muy gratificante. “Me lo paso muy bien con los niños del centro y procuro que ellos también lo hagan conmigo”, comenta.
La dinámica es sencilla: siete mayores se trasladan, una vez por semana, al centro infantil donde un grupo de niños, todos ellos menores de tres años, esperan impacientes. En cuanto cruzan la puerta, los pequeños corren a abrazar a los mayores como si de sus abuelos se tratase y entonan una canción para dar los buenos días a sus visitantes.
Tras este ritual, comienzan los talleres que duran alrededor de una hora. “Llevamos cajas repletas de objetos como rompecabezas, pelotas o peines. Los niños aprenden a identificarlos y, luego, se juega con ellos”, cuenta la nonagenaria. Y añade: “También les enseñamos canciones de toda la vida como El patio de mi casa, Que llueva que llueva, La vaca lechera o Tengo una muñeca vestida de azul”.
“Algunos se divierten tratando de quitarme el collar. Otras veces, soy yo la que se lo pone a ellos. Son unos niños muy lindos y guapos”, afirma entusiamada Ignacia Rodríguez, otra residente de Amavir El Encinar del Rey. En abril, cumplirá 98 años y estar con niños tan pequeños le recuerda a su infancia. Cuando tenía sólo 10 años, tuvo que hacerse cargo de sus hermanos pequeños por el fallecimiento de su padre. “Cada vez que voy a la guardería, me acuerdo de mi hermano”, cuenta. Y sentencia emocionada: “Me entran ganas de llorar cuando les veo. Mientras pueda, voy a seguir yendo”.
Mejora la calidad de vida de los mayores
El centro, que cuenta con 150 residentes, comenzó con estas dinámicas (conocidas bajo el nombre de Contigo-Conmigo) en octubre de 2018 y, desde entonces, los resultados han sido muy positivos. “Desde Amavir, se da mucha importancia a las actividades intergeneracionales. Son buenas tanto para mayores como para niños”, argumenta la directora de la residencia, Luz María Pelayo.
Son los mayores los que se suelen desplazar al centro infantil, puesto que los niños son aún demasiado jóvenes para moverse y, así, los mayores aprovechan para salir de la residencia. “Cambiar de aires y relacionarse con otras personas es muy beneficioso para ellos. Gracias a esta rutina, se reduce el aislamiento y se potencian las emociones positivas”, explica. Así, además de servir como remedio para la soledad, “se sienten muy queridos por los niños y, por ello, aumenta su autoestima”, argumenta.
Estas actividades no se limitan sólo al tiempo de juego con los niños. Los siete residentes pasan el resto de la semana pensando en cuál será la próxima actividad que prepararán para satisfacer a sus jóvenes anfitriones. Y, gracias a ello, trabajan su capacidad de memoria y mantienen ciertas habilidades físicas. Tan es así que, según la directora de la guardería, Nerea García, a una de las residentes, que padece alzhéimer, “se le abren los ojos y, cada jueves, vuelve a recuperar su estar presente”, mejorando así, por un momento, sus capacidades cognitivas.
Beneficios también para los niños
Los mayores no son los únicos que sacan provecho de este intercambio, también es muy beneficioso para los más pequeños. “Es una relación muy pura. Por una parte, aprenden valores como la espera o la paciencia y, por otra, establecen un vínculo muy especial basado, únicamente, en el amor y el afecto”, apunta García. Y añade: “Nuestro objetivo principal es el disfrute de los más pequeños”.
Para la educadora, debido al incremento de horas que deben de dedicar los padres al trabajo, las personas mayores con nietos ejercen un rol de educador o de cuidador más que de abuelo. Gracias a estos talleres se puede recuperar el antiguo papel del abuelo que pasaba horas jugando con su nieto.