Sociedad

Homofobia y edadismo: la doble discriminación a la que se enfrentan los mayores LGTBI

Paula Buedo

Foto: La memoria escondida

Miércoles 28 de junio de 2023

21 minutos

Reclaman construir la memoria histórica del colectivo

Fabio y Antonio ByN
Paula Buedo

Foto: La memoria escondida

Miércoles 28 de junio de 2023

21 minutos

Existen mayores trans, lesbianas que superan los 70 años y parejas de jubilados gays que disfrutan juntos de su nueva etapa vital. Pese a todo, la sociedad ha borrado su presencia en el colectivo LGBTIQ+, pues la ausencia de libertad de unas décadas atrás truncó el desarrollo público de su sexualidad. Ahora, su visibilidad se reivindica con más fuerza que nunca, en un Orgullo que no es solo para jóvenes.

Las personas trans, lesbianas, gays o bisexuales tienen ante sí el enorme reto de existir en libertad frente al odio. En el caso de los mayores, se hecho pesar sobre ellos una doble discriminación que, en ocasiones, les ha sumido en la soledad. No solo han lidiado durante toda su vida con el rechazo por ser disidentes, sino que ahora son víctimas del edadismo, que les anula y desplaza a los márgenes.

Los mayores enfrentan el estigma del envejecimiento y los prejuicios asociados a la edad, especialmente en lo referente a la sexualidad. Así, problemas como la soledad no deseada se pueden agudizar en el caso de las personas que sufren también discriminación por motivo de su orientación sexual o identidad de género en entornos familiares no inclusivos.

Además, los miembros del colectivo con más de siete décadas de vida lidiaron en su juventud con un grave estigma que marcó su vida con heridas lacerantes que aún no han sanado completamente. Una larga dictadura les obligó a vivir ocultos, pero ahora sus historias son más necesarias que nunca para reivindicar la importancia de los mayores LGBTIQ+. “Las personas que vivieron el franquismo están ahí y hay que visibilizarlas, porque también tienen sexualidad e identidad”, señala José Luis Pecharromán, director del documental La memoria escondida, que visibiliza las vivencias de los mayores del colectivo.

cartel LME con laureles def BAF b

Cuatro voces ponen rostro y vida a una historia de silencio, represión y dolor bajo un manto blanco y negro. A pesar de que el arco iris inunda estos días las calles, las heridas siguen abiertas en muchos mayores del colectivo LGBTIQ+ español que han vivido gran parte de su vida en la oscuridad del armario y la marginación.

Además, a pesar de todo lo que se ha andado, el dolor sigue incrustado en muchos mayores que quedaron atrapados en el armario y todavía hoy siguen dentro, con miedo a una sociedad de la que han conocido uno de sus peores rostros y sin fuerza para hacerla frente. Mayores a los que, con décadas en la sombra, Pecharromán busca hacerles sentir acompañados y demostrarles que su sufrimiento es compartido.

La historia de nuestro país está profundamente marcada por cuarenta años de dictadura franquista que sepultaron en los márgenes a todas las personas disidentes del modelo familiar tradicional. En esa clandestinidad vivieron Antonio Ruíz, Montserrat González, Antonio Sánchez y Rosa Araúzo, cuatro personas que ya superan los 70 años y cuya historia ahora se visibiliza en la gran pantalla.

La memoria escondida no solo es la ópera prima de Pecharromán como director. Después de casi tres décadas como director de fotografía, con importantes trabajos a la espalda como Los Hombres de Paco o Mar de Plástico, Pecharromán pone el foco en el pasado de un colectivo que todavía hoy se enfrenta al odio y a la discriminación. El filme, producido por LYO Media y distribuido por Begin Again Films, llegó a las salas el 23 de junio tras haber ganado el Premio Especial del Jurado y el Premio del Público a Mejor Documental en el Festival de Cine Lesgaicinemad

Durante una hora y media, se vuelve la vista atrás para dar el reconocimiento, hasta ahora casi inexistente, a aquellas personas que sobrevivieron a la marginación y al estigma de los últimos años del franquismo y a una transición que no estuvo exenta de dolor. “Hoy estamos muy legalizados, pero para mí surgía la necesidad de hablar sobre quién le devuelve a estas personas sus oportunidades perdidas, qué hacemos con lo que sufrieron en el pasado”, reflexiona Pecharromán en una entrevista con 65YMÁS.

El documental surge de la necesidad del director de poner voz y rostro a una situación del pasado. Cuando comenzó a materializar la idea, no sabía dónde iba a terminar. “Esto fue una idea mía que salía adelante sin saber muy bien cómo, pagada de mi bolsillo”, señala. Encontrar a los protagonistas no fue una tarea fácil: varias personas no quisieron hablar y encontrar a Montserrat, una mujer que transicionó en aquella época, fue complicado, aunque mereció la pena la espera. “Montse fue un regalo caído del cielo, fue la mejor persona que pude haber encontrado”, comenta con agradecimiento.

Después de horas y horas de grabación, Pecharromán confirmó que su corazonada le había llevado a buen puerto. En ese material había muchas heridas que sanar y muchas historias que sacar a la luz. Tras apostar por Nino Martínez Sosa como montador y con la colaboración desinteresada de muchísima gente que se unió por el camino, como Toboggan Studios o Subtitula.com, se lanzó a por un documental que pusiera la palabra, el silencio y la emoción en el centro.

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Tomando café, charlando en la terraza o en el salón de su casa. La escenografía de La memoria escondida no es grandilocuente, no eclipsa las emociones que se generan espontáneamente ni resta relevancia a una palabra que es la verdadera protagonista. Después de décadas de invisibilidad, el testimonio queda vibrando en el oído, estómago y corazón del espectador. Se opta por el blanco y negro, una apuesta arriesgada, pero que resalta las historias y silencios.

Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera son dos nombres bien conocidos por las personas del colectivo LGBTIQ+ de todo el mundo. Ellas tiraron la primera piedra que supuso el punto de inflexión en la lucha contra el odio en Estados Unidos y, a la vez, germinó con Stonewall lo que terminaría siendo el Orgullo actual.

Sin embargo, ¿dónde está la historia del colectivo en España? Pecharromán prende los interruptores de la memoria para sacar a la luz que también en nuestro país tenemos una gran genealogía LGBTIQ+, pese a que ha sido invisibilizada. “Existen muchas pinceladas de historia de represión y cárcel, pero hay que hablar de ello, visibilizarlo y empezar a poner primeras personas con hechos concretos”, incide el director.

Son muchas las historias que se han quedado fuera de la versión final del documental, pues es imposible condensar cuatro largas e intensas vidas en una hora y media. A pesar de todo, se realiza un viaje por distintas temáticas: la infancia, el servicio militar para las personas del colectivo, la persecución policial, las relaciones familiares, la prostitución, el impacto del SIDA y la discriminación sanitaria… Cuestiones que pesaban en el corazón de estas personas.

La emoción es la columna vertebral del filme, pues traspasa la pantalla e impacta en el espectador. Además, según recuerda el director, al apagar la cámara también se sintieron muchas cosas: liberación, alivio, necesidad de hablar para sanar… “Vi que unos cargaban más las tintas en unos asuntos que en otros, pero en todos experimenté un cierto alivio de poder expresar todo el dolor y fue muy bonito”, explica.

Montse tocador ByN

La memoria histórica de los “maricones”

No hay una única historia para el colectivo, sino que está formada por hebras diferentes que se entrelazan. Cada experiencia es única, lo que da lugar a un mosaico donde todas las voces encuentran su lugar.

La memoria escondida es una muestra de ello: los cuatro protagonistas son muy diferentes, aunque los hilos de su historias se encuentran en algunos puntos, como en la importancia de Madrid y el anonimato que esta gran ciudad brindaba.

Sin embargo, esta diversidad se pone en valor ahora. Antes, todas las personas del colectivo cayeron en el mismo abismo: eran “maricones”, sin matices. ¿Mujeres trans? ¿Personas fuera del binarismo de género? ¿Bisexuales? No había cabida para distinciones: o se era un ciudadano decente o un “maricón”.

La represión del franquismo fue feroz desde el principio hasta el final. En las cunetas siguen enterrados cuerpos sin vida aplastados por la dictadura a los que la memoria histórica intenta dar reconocimiento. Sin embargo, esta memoria sigue anclada en los represaliados políticos, que fueron muchos, como apunta el director. “Esto es algo incontestable y es una cuestión humana, la memoria histórica ha de culminarse y llevarse hasta las últimas consecuencias”, subraya. No obstante, los disidentes políticos no fueron los únicos que sufrieron violencia, pues también vieron su vida truncada muchas personas del colectivo que merecen memoria, como Montserrat pone de manifiesto con su testimonio en el filme.

Con La memoria escondida, Pecharromán reivindica esa memoria ya desde el mismo título: “Abrimos una punta de lanza para empezar a hablar, hay que construir toda la memoria histórica del colectivo y es importante que la hagamos desde el mismo, por las propias personas que lo vivieron, para que la memoria no se falsee”.

Para los años 70, en España ya casi no quedaban comunistas y republicanos, los objetivos que durante varias décadas persiguieron las fuerzas dictatoriales. Fue en ese momento cuando esos “maricones” quedaron en el centro de la diana. Aunque el Tribunal de Orden Público siguió persiguiendo a la disidencia política clandestina, la Ley de Vagos y Maleantes, transformada en la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, convirtió la vida de las personas LGBTIQ+ en un infierno terrenal.

Tal fue la persecución y odio al colectivo que se crearon dos cárceles destinadas a lo que llamaban “reeducación”, que no era más que la represión de la identidad y sexualidad. En Huelva y Badajoz, las libertades eran cercenadas, dejando a homosexuales y personas trans marcadas para el resto de su vida. “Hasta tal punto era denigrante el rechazo que el régimen distinguía dentro de los hombres homosexuales a los activos, a los que llamaba pervertidos, y a los pasivos, a los que calificaba como invertidos; y cada uno iba a una cárcel, no los mezclaban”, explica el director. Hoy, las vejaciones y humillaciones que allí padecieron se recuerdan con placas y asociaciones que buscan devolver la dignidad a los que pasaron por ellas.

Palizas, detenciones, noches en calabozos, amenazas… Esto era el día a día del colectivo gay y trans. Sin embargo, en el caso de las mujeres lesbianas, su realidad era algo distinta. Ellas no existían. El armario lésbico estaba cerrado con tantos candados que fue imposible de abrir hasta la muerte de Franco. Existían mujeres que amaban a otras mujeres, como Rosa, pero su homosexualidad estaba socialmente ahogada en el silencio. Como ella, muchas terminaron en matrimonios con hombres, formando familias con hijos, y no todas consiguieron acariciar la libertad con los años.

Rosa playa ByN

En los márgenes

La violencia policial no fue la única losa que pesó sobre el colectivo en el franquismo ni en las décadas posteriores a la muerte de Franco. Empujadas a la marginalidad, las personas LGBTIQ+ se vieron sumidas en la precariedad más extrema.

Sobrevivir no era fácil. Se encontraron con un gran muro para acceder a cualquier trabajo que solo podían sortear ocultando su identidad o sexualidad. Sin embargo, cuando esta salía a la luz, volvían a los márgenes.

Así, la gran mayoría de las mujeres trans terminaron malviviendo de la prostitución, algo que les costó la vida a muchas de ellas. Cada día que salían a “hacer la calle” podían no volver, o hacerlo con lo que era una condena de muerte: un diagnóstico de SIDA.

Un porcentaje muy alto del colectivo vio como sus compañeras, sus amigos y seres queridos quedaban atrás por las infecciones de VIH. Ahora, la memoria de estas víctimas de la enfermedad y el estigma salen a flote de la mano de los testimonios recogidos por Pecharromán.

Marginación, represión, silencio, prostitución, precariedad y enfermedad. Palabras que marcaron una realidad que temen ver de vuelta. Quienes sufrieron en primera persona la violencia de la dictadura miran con pavor el ascenso de la ultraderecha, que despierta fantasmas que no terminan de quedar en el pasado. 

El presente y futuro del colectivo atañe también a sus miembros más mayores. Rosa y su hija Silvia, al igual que Antonio Sánchez, manifiestan su preocupación por los días que están por venir con el crecimiento del odio al colectivo en los últimos tiempos. También el director ha pensado en la expansión de ideas reaccionarias, pero se resiste a darles espacio en su mente: “Si nos autocensuramos empezamos a perder la batalla, que solo se gana visibilizando y exponiendo los hechos”.

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Paula Buedo

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