Lenguaje, cerebro, emociones y conducta están absolutamente unidos. De nosotros depende que sea de manera positiva o negativa.
Un ojo inexperto puede apreciar como hablar mal a alguien suele provocar una reacción en la otra persona, generar una conducta negativa y romper vínculos con ella. Esa misma acción no suele dejar un buen sabor de boca en el emisor de las malas palabras y, generalmente, deja un malestar que en ocasiones se convierte en arrepentimiento y tristeza, y en otras recrudece y agudiza la situación generando peores sentimientos aún.
Podríamos decir, por tanto, que utilizar un lenguaje negativo no es bueno ni para la persona a la que nos dirigimos, ni para nosotros mismos. Una máxima que nos lleva a otra evidente: hablar bien, usar un lenguaje positivo con nosotros y los que nos rodea es, no solo constructivo desde el punto de vista social, sino saludable desde el punto de vista médico.
Y no lo decimos nosotros. Los autores del libro Las palabras pueden cambiar tu cerebro, el neurólogo Andrew Newberg y Mark Robert Waldmen, explican que una sola palabra tiene el poder de influenciar la expresión de los genes que regulan el estrés físico y emocional. Así, cuando se escucha la palabra “no”, al principio de cualquier frase, nuestro cerebro empieza a liberar cortisol; que es la hormona del estrés, y la que nos pone en situación de alerta. Por el contrario, cuando escuchamos un “si”, el cerebro libera dopamina; que es la hormona del bienestar y la recompensa.
En esta misma línea algunos estudios neurológicos han analizado como una palabra negativa, insultante o dicha con un tono agresivo y en un volumen alto activa una parte del cerebro que genera una sensación de malestar y de rabia. Mientras que las palabras positivas, amables, dichas con un volumen normal o, incluso, suave y con un tono nada agresivo son asimiladas por el hemisferio derecho del cerebro que se encarga de las emociones y, por tanto, generan bienestar.
La mayoría de los expertos en estos temas coinciden en señalar la tendencia que el ser humano tiene a hablar —sobre todo a sí mismo— de manera negativa. Diremos antes “que mal se me da hacer esto” que “voy a intentarlo de nuevo a ver si lo consigo”. Y es que parece que es más sencillo buscar el lado negativo que el positivo, por lo que hay que empeñarse en encontrar palabras “sanas”, aquellas que van a activar las hormonas y partes del cerebro en nuestro beneficio.
Para ello, podemos seguir algunas pautas:
En definitiva, las palabras positivas, y todo lo que conllevan, son una herramienta al alcance de todos, solo nos hace falta entrenarnos en su uso. ¿Por qué no probamos?