Año tras año, la utilización del botijo es menor en nuestro país. Si hace décadas era raro no encontrarse alguno en cualquier hogar, ahora parece haberse convertido en una rara avis, en algo “antiguo” que no tiene sentido en el modernizado mundo actual... cuando debería estar más vigente que nunca.
Este objeto típico de la cultura española se ha utilizado durante siglos para almacenar y refrescar el agua. Y aunque su “funcionamiento” parezca simple (se echa el agua por la abertura más amplia y se bebe por el pitorrillo), lo cierto es que tiene su intríngulis y este radica en el material del que están hechos: barro cocido (arcilla).
“Los botijos, por muy simples que parezcan, son capaces de enfriar el agua y mantenerla fresca incluso cuando la temperatura ambiente es elevada. El agua que introducimos en el botijo va poco a poco filtrándose a través de los poros de la arcilla y al entrar en contacto con el ambiente seco exterior una parte del agua se evapora, produciendo un enfriamiento equivalente a unas 500 calorías por cada gramo de agua evaporada”, explican desde Ecologistas en Acción (@ecologistas). En este sentido, cuanto más seco sea el ambiente, más enfriará el agua, de ahí su popularidad en nuestro país, cuya mayor parte del territorio no es húmeda.
Aunque a algunos les pueda sonar a broma lo de comprarse un botijo, hay que tener en cuenta todos los beneficios que puede aportar.
En definitiva, el uso de un objeto milenario como el botijo aporta múltiples ventajas. Eso sí, si ya se te ha olvidado cómo beber de él, será mejor que “entrenes” para retomar el hábito.