Aunque al final pierdan votos
Viernes 14 de enero de 2022
ACTUALIZADO : Viernes 14 de enero de 2022 a las 11:52 H
4 minutos
Viernes 14 de enero de 2022
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Leo con tristeza y preocupación en las últimas encuestas –que considero no tan manipuladas– el ascenso de la ultraderecha y la alternativa que se puede presentar en unas elecciones generales para formar un gobierno conservador, no, retrógrado.
Desde luego dice bien poco a favor de nuestra democracia, pues salvo las generaciones que soportaron el golpe del estado del 36 y sus descendientes, ya casi nadie habla de los peores años de la dictadura, donde las libertades sin matices estaban cercenadas.
Padecimos un régimen autoritario con miles de represaliados en las cárceles y sin vida en las cunetas, donde el trabajador estaba “amparado” por un sindicato vertical que consultaba con el patrón las reclamaciones de sus empleados.
Nuestro régimen del 78 alumbrado por una nueva Constitución, fruto de mil componendas para que los franquistas siguieran controlando los poderes oscuros del Estado, atisbó un hilo de esperanza para el pueblo en las elecciones del 82 con el triunfo de Felipe González.
Aquello, entendimos muchos que inauguraba realmente el cambio de la dictadura a una joven democracia con mucho camino por recorrer.
Luego vendrían las decepciones con el referéndum de la OTAN, las privatizaciones de las empresas públicas estratégicas, las reconversiones del naval y minería que llevaron a languidecer a muchas regiones como Asturias.
Pero hay que recordarles a estos jóvenes y los de mediana edad, que los gobiernos posteriores del PP añadieron más recortes sociales, sangría de derechos laborales y precariedad que se arrastra hasta nuestros días, con unos niveles de paro inasumibles para un país europeo.
Por eso no admito cómo se puede creer que un gobierno de la derecha más los ultras, puede traer a este país una mejoría económica analizando su gestión anterior y lo que predican todos los días en recortar libertades individuales (salvo ir a tomar cañas) o mantener la reforma laboral de 2012 y de pensiones de 2013 que supuso un empobrecimiento de los trabajadores y pensionistas.
Es un hecho que la pandemia vino en un momento inoportuno para el arranque del gobierno de coalición, limitando su acción social y el necesario cambio de leyes para mejorar las condiciones del empleo.
A pesar de que el resultado con un parón económico tan bestia sea meritorio, no queda mucho tiempo para tomar decisiones valientes que alivien las dificultades de muchos hogares para llegar “a fin de mes”.
Los apoyos parlamentarios son complicados pues cada grupo “aliado” mira para los votos que puede perder en las próximas y la oposición conservadora no está ni se le espera pues como dijo Rajoy “Cuanto peor para todos, mejor. Mejor para mí el suyo beneficio político” (quien lo entiende).
Pero la responsabilidad es de quien gobierna y tiene el compromiso de devolver la esperanza a miles de ciudadanos afectados por las sucesivas crisis económicas y las políticas de adelgazar el estado de bienestar.
No está nada fácil, pues hay muchos buscando la falta de ortografía para derribar el discurso, es a lo que nos ha llevado una democracia imperfecta construida en base al dinero fácil, la especulación, el transfuguismo, la corrupción, las puertas giratorias, una “independencia” judicial a la española, el poder de los bancos y las eléctricas, con una monarquía exiliada…
Pero los que seguimos creyendo que no basta con ir cada cuatro años a las urnas, sino que se practica día tras día: en la calle, el centro de salud, en las residencias, las empresas, el sindicato y en los medios de comunicación; reivindicamos un gobierno progresista, valiente, transparente y que piense antes en la ciudadanía que en las elecciones. Aunque al final pierdan votos.