José Antonio Herce
Opinión

¿Detendrá el Covid-19 la expansión de la Esperanza de Vida?

José Antonio Herce

Miércoles 18 de noviembre de 2020

8 minutos

Herce: ¿Detendrá el Covid-19 la expansión de la Esperanza de Vida?

Miércoles 18 de noviembre de 2020

8 minutos

José Antonio Herce (@_Herce) es economista y socio fundador de LoRIS (Longevity & Retirement Income Solutions). Miembro del Foro de Expertos del Instituto Santalucía (@santalucia_inst)


En términos generales, la longevidad es la duración de la vida o, mejor, la capacidad de vivir más años que los referentes de cada sujeto del que se predica dicha capacidad. Es un término no científico, ni basado en una definición estadística rigurosa, que se usa coloquialmente para referirse a especies animales o vegetales, sociedades o individuos que viven más tiempo que sus referentes. Al usar esta expresión, podemos referirnos tanto a “vivir mucho” como a “vivir más que”.

Es habitual confundir “longevidad” con “Esperanza de Vida” (EV). Pero no son lo mismo. La EV es el número de años (vida restante) que, estadísticamente, se espera que vivan sujetos de determinadas características a diferentes edades. El cálculo de la EV puede hacerse respecto a una población entera o a determinados colectivos, por género, estado civil, edad puntual (de 0 a 100 o más años), nivel socioeconómico o educativo, etc. El uso del término “longevidad” no requiere la realización de cálculo o estimación alguna, mientras que la EV es tan solo uno de los momentos de la distribución por edades de la población en un año cualquiera y requiere de un cálculo preciso.

Pero, por otra parte, una longevidad creciente implica necesariamente vidas más largas que se traducen en una mayor esperanza de vida. De forma que el uso indistinto de una u otra expresión para referirse a lo mismo está claramente justificado. El debate popular y mediático utiliza ambas expresiones sin hacer distingos.

De 30 años en el neolítico a 80 hoy en países avanzados

El hecho es que, hoy, las sociedades y los individuos son mucho más longevos que hace siglos. Dicho así, podría inferirse que el aumento de la longevidad (o la EV) viene produciéndose a lo largo de la historia de manera más o menos regular. Pues no. Antes de la revolución neolítica (hace unos diez mil años), la EV al nacimiento en aquellas sociedades, según muestra el registro fósil, se situaba alrededor de los 32 años. Los cambios alimenticios y en la organización social que trajo consigo dicha revolución hicieron que la EV descendiese manifiestamente hacia los 30 años. Desde entonces, con oscilaciones, la EV se mantuvo alrededor de esta edad hasta el Renacimiento, cuando se inició una lenta subida de este indicador que, a mediados del S. XIX, ya consolidada la revolución industrial, se situó algo por debajo de los 40 años. En 1900, muchos países avanzados todavía no habían superado esta cota y hoy, siglo y medio después, la EV se sitúa ya por encima de los 80 años en muchos de ellos.

Este vertiginoso repaso sobre la evolución de la longevidad en la historia revela que, dentro de los límites de la duración absoluta de la vida humana (vid infra), los factores que determinan su aumento generalizado en una población dada no son predominantemente genéticos, sino ambientales. Es decir, la genética influye en la duración de la vida en entre un 20% y un 30%, según los estudios. Los hijos de personas longevas serán longevos con probabilidad significativa, pero no todos los individuos son longevos y esta no parece ser una característica que se refuerza con los intercambios genéticos. Existe lo que se conoce como “regression to the mean” o regresión a la media, es decir, el “desgaste” progresivo de “ventajas” como la altura, larga esperanza de vida, etc. Pero además de la genética, hay dos potentes factores que determinan el curso de la EV de una población: los estilos de vida saludables y, sobre todo, la existencia de sistemas de higiene y sanitarios de calidad que cubran a toda la población.

¿Existe un límite absoluto a la duración de la vida humana?

Convencionalmente, se admite que tal límite existe y que es de 120 años. Obviamente, no hay ningún procedimiento para aseverar que la duración máxima de la vida humana es de 120 años, aunque diversas investigaciones, especialmente estadísticas, certifican esta barrera simbólica. La persona, de la que existe evidencia documentada, que más años ha vivido en la historia de la humanidad fue Jeanne Calment, nacida y fallecida en Francia en, respectivamente, 1875 y 1997, habiendo vivido 122 años y 164 días. También hay muchos casos certificados de lo que se denominan “supercentenarios” (personas que han llegado a los 110 años). Los centenarios ya se cuentan por cientos de miles en cualquier país avanzado con cifras de población similares y superiores a las de España. De alguna manera, la hipótesis de que todos los individuos pueden llegar a cumplir 120 años con elevadísima probabilidad es algo realizable y se da por hecho.

En España, tomando como base las Tablas de Mortalidad (TM) del Instituto Nacional de Estadística de los últimos 15 años, se comprueba que la EV aumenta (promedio de todas las edades) en 3,8 horas cada día. Un espectacular 3,8/24. A los 0 años, el aumento es superior a 5 horas/día y todavía, pasados los 100 años, se produce un leve aumento de la EV cada día. Hay registros estadísticos históricos internacionales de los que se deduce el sorprendente hecho de que a edades extremas la EV aumenta… ¡17 años cada década! 

Las ganancias de tiempo restante de vida, en las décadas de la inflación de la longevidad (1850-1950), han sido espectaculares, de unas 10 horas cada 24. Pero ello se debió al enorme impacto de la generalización de las medidas de higiene y salud pública (redes de saneamiento, lavarse las manos, etc.) adoptadas en el periodo. Una vez agotado este efecto (por la vía del radical descenso de la mortandad infantil), la intensificación sanitaria continúa haciendo posible que cada día que pasa añadamos tiempo de vida.

¿Quiere esto decir que la barrera de los 120 años se va a romper? Estoy convencido y, de hecho, cada vez son más los científicos que cuestionan esta barrera. Aubrey de Grey, un biomédico y gerontólogo angloamericano, basado en California, es muy conocido por haber declarado en numerosas ocasiones que “la persona que ha de vivir 1.000 años ha nacido ya”. Esta confianza en una tendencia incesante al alargamiento de la duración de la vida, a todas las edades, nos sitúa ante una prospectiva preñada de consecuencias de diverso signo.

Impacto del Covid-19

En esta línea argumental, es preciso aludir directamente al momento actual caracterizado por una pandemia global, el Covid-19. ¿Supondrá esta que la Esperanza de Vida va a detener, incluso revertir, su tendencia de crecimiento? Antes de la pandemia ya se venía observando cómo amplios colectivos en países avanzados incluso, sin guerras ni tras catástrofes, presentaban un estancamiento o reversión de su EV. Las causas de esto se sitúan, por lo general, en la generalización de malos hábitos de salud, vida cotidiana y alimentarios, generados incluso durante las edades más jóvenes (obesidad infantil, por ejemplo). La pandemia del Covid-19 ha hecho que numerosísimas personas de edades avanzadas fallezcan prematuramente.

Pasará un tiempo hasta que se establezca con precisión científica si este patrón de muerte prematura de cientos de miles de víctimas mortales de la pandemia ha acortado vidas llamadas o no a un fallecimiento prematuro, en cualquier caso, pues la mayoría de estas víctimas ya sufrían condiciones que el contagio ha terminado por combinar más letalmente. Si esto fuese efectivamente así, la mortandad extra debida al virus solo causaría un pasajero, aunque significativo, impacto en la EV.

Las razones por las que Aubrey de Grey manifiesta su certidumbre en aumentos de vértigo en la EV radican en el desarrollo de tratamientos genéticos personalizados que ya se están testando en los laboratorios cuyos efectos sobre aquella serán comparables a los de las simplicísimas medidas de salud pública e higiene adoptadas desde finales del S. XIX. Y no cabe duda de que a la agenda de investigación de las ciencias de la vida se están adaptando también para afrontar esta y venideras pandemias.

Al final de esta rápida incursión por la longevidad, mirando hacia el futuro, si fuéramos consultores diríamos que la creciente longevidad presenta riesgos y oportunidades y se da en un marco de debilidades o fortalezas que nos caracterizan a escala individual y como sociedad.

Y así es, en efecto. Para cada individuo y cada sociedad, el aumento de la EV representa uno de los fenómenos más relevantes a los que nos enfrentamos. Si bien este aumento de la esperanza de vida viene produciéndose desde mediados del S. XIX, nunca como ahora se ha dado una conjunción de grandes cambios estructurales en la historia de la humanidad, y no solo entre los países avanzados.

El momento actual, axial en muchos sentidos, se caracteriza por la conjunción de la revolución de la longevidad (y de la reproducción humana, la “revolución reproductiva” para algunos demógrafos) y la revolución digital. Un momento en el que, además, las sociedades han superado el balance sostenible entre la vida laboral y la vida en jubilación, teniendo sus sistemas de pensiones (públicas y privadas) un complejo horizonte de sostenibilidad y suficiencia de sus prestaciones por delante.

Sobre el autor:

José Antonio Herce

José Antonio Herce

José Antonio Herce es Licenciado y Doctor en Economía por la Universidad Complutense de Madrid y Master of Arts en Economía por la Universidad de Essex (Reino Unido). Es uno de los principales expertos en longevidad y pensiones en habla hispana.

Con más de 30 años de experiencia en la docencia como profesor de Economía en la Universidad Complutense de Madrid, perteneció al Cuerpo de Titulados de la Comisión de la Unión Europea entre 1987 y 1991. También ha dirigido la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (FEDEA) y ha sido socio director del área de economía aplicada de Analistas Financieros Internacionales (Afi) y, hasta 2019, senior advisor de la consultora y profesor de su Escuela de Finanzas.

Igualmente, forma parte del Foro de Expertos del Instituto Santa Lucía de Ahorro y Pensiones, preside el Consejo de Expertos del Instituto BBVA de Pensiones y es miembro del Global Advisory Board del Center for Financial Education and Capabilities de BBVA.

En la actualidad, junto a otros socios profesionales, dirige un proyecto profesional dedicado a la consultoría avanzada en materia de longevidad, jubilación y pensiones, LoRIS (Longevity and Retirement Income Solutions). Forma parte, además, del Comité de Expertos de 65Ymás.

Ha realizado numerosas publicaciones en revistas nacionales e internacionales y en revistas profesionales de economía, finanzas y seguros, es autor de ensayos y libros y un conferenciante enfocado en temas de longevidad, pensiones, mercado de trabajo y las ramificaciones y relaciones entre estas áreas y frente a los cambios sociales, los estilos de vida y el cambio tecnológico. Como consultor, ha escrito y dirigido un elevado número de monografías, informes y dictámenes profesionales. También participa habitualmente con tribunas de opinión en numerosos medios y redes sociales. 

En 2019 recibió el galardón Economista Gran Reserva 2019 del Colegio de Economistas de La Rioja por toda su trayectoria académica y profesional.

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