

La noticia dominante de hoy es la caída de Pablo Casado en la presidencia del Partido Popular. Es tan dominante estos días, que el plan de pensiones de Escrivá se libra del debate político y periodístico. Incluso el comienzo de la invasión de Ucrania con las artes mendaces de Putin parece un asunto de segundo nivel por el que las tertulias y otros parlamentos pasan de puntillas. Yo lo trato de entender. Lo del PP no es una anécdota, sino el esfuerzo a la desesperada por salvar a uno de los pilares de la democracia. Y lo de Pablo Casado es la crónica de un drama que se podría llevar al cine o producir una serie de plataforma de televisión. Como apunte del día quiero expresar solamente un asombro: ¿habéis visto la cantidad de deserciones y la rapidez con que se produjeron? No quiero hablar de las ratas que abandonan el barco, porque se trata de gentes muy honorables. Pero es una desbandada. A Pablo Casado lo aplaudieron, lo ensalzaron, le proclamaron una inquebrantable lealtad. Y ahora no queda literalmente nadie que lo defienda en el partido. Nadie. Solo tengo una conclusión: si ahora dicen la verdad, ¡cuánto han sufrido esos desertores! Tenga cuidado, señor Feijóo.