Cuando el cuerpo humano no obtiene los nutrientes necesarios, como las vitaminas y minerales esenciales para el buen funcionamiento del organismo, se está produciendo lo que se conoce como desnutrición, que puede llegar a empeorar la calidad de vida de las personas mayores. Y es que esta afección eleva el riesgo de mortalidad en general, las posibilidad de sufrir caídas o fracturas, de padecer infecciones y de que empeoren las enfermedades crónicas y agudas, entre otros problemas. La doctora Nuria El Kadaoui Calvo, Jefa de Servicio de Geriatría del Hospital Universitario General de Villalba, nos da todas las claves, desde los factores de riesgo hasta las señales de alarma y recomendaciones para evitarla.
P.- ¿Cuáles son los factores que influyen en la desnutrición en los mayores?
R.- Los factores de riesgo de desnutrición en edades avanzadas de la vida están relacionados con el proceso fisiológico de envejecimiento y con factores externos determinados por nuestras circunstancias y hábitos de vida. Al envejecer, se produce una pérdida de masa muscular, que es metabólicamente un tejido muy activo, disminuyendo las necesidades energéticas y, por tanto, el apetito. Disminuye la masa ósea, fuente de calcio para nuestro organismo, sobre todo en la mujer tras la menopausia. Además, aumenta la grasa que envuelve los diferentes tejidos, pero disminuye la grasa subcutánea.
El deterioro de la dentición asociado a la edad nos impide ingerir ciertos alimentos y que sea una experiencia agradable. Aparecen problemas digestivos, como son el reflujo gastroesofágico, el estreñimiento, la disminución de la salivación y sequedad de boca, o problemas de disfagia (dificultad para tragar ciertos alimentos sólidos o líquidos). La pérdida de capacidades cognitivas es otro factor determinante. Provoca pérdida de interés o habilidades para cocinar, seleccionar alimentos, programar las comidas o acceder a las mismas. La pérdida de olfato y gusto influye igualmente en el interés y disfrute de los alimentos, al igual que el déficit visual que nos impiden leer etiquetados, seleccionar alimentos que son de nuestro agrado o elaborarlos.
Muchas enfermedades que provocan limitación funcional o cognitiva (demencia, ictus, fractura de cadera, obesidad, EPOC, artrosis severa...) pueden influir en el apetito y el acceso al alimento. Igualmente. muchos fármacos en pacientes polimedicados provocan inapetencia o cambian el sentido del gusto.
También una baja actividad física, que supone una pérdida de fuerza y requerimientos nutricionales, es un factor de alto riesgo. Un estado de ánimo bajo, la depresión, la ansiedad, la soledad no deseada, el aislamiento social, la dificultad para relacionarnos, puede llevarnos al desinterés por la comida, abusar de comidas preparadas y poco saludables, llevar horarios desordenados o al abuso de sustancias alcohólicas y baja ingesta. No olvidar tampoco que, en este periodo vital, pueden aparecer dificultades económicas en relación con el cese de la vida laboral.
P.- ¿Qué riesgos supone para la persona mayor?
R.- Es sabido que un buen estado nutricional, junto con la actividad física, son un pilar fundamental para un envejecimiento saludable. La desnutrición está relacionada con unpeor funcionamiento de nuestro sistema inmunológico y mayor vulnerabilidad frente a múltiples infecciones, con pérdida de fuerza muscular, lo que repercute en nuestra capacidad para movilizarnos, fomenta las caídas y la inestabilidad de la marcha, disminuye nuestra independencia, aumenta el riesgo de hospitalización y disminuye la capacidad de recuperación posterior. La desnutrición nos predispone a ciertas enfermedades a la vez que estas enfermedades provocan desnutrición, círculo vicioso que hay que evitar a toda costa.
P.- ¿Alguna recomendación para evitarla y que sigan una dieta saludable?
R.- Las siguientes pautas son fundamentales:
Mantener una buena salud bucal y dentalen la medida de lo posible.
Alimentos variados, con interés energético, con alta densidad de nutrientes en pequeñas cantidades.
Asegurar la presencia de minerales, vitaminas, proteínas, grasas saludables e hidratos de carbono en cantidades adecuadas y en alimentos saludables.
La actividad física es un elemento fundamental que siempre acompaña y favorece un buen estado nutricional.
Horarios ordenados, comidas no copiosas, fraccionar las comidas en cinco: desayuno, almuerzo, comida, merienda y cena.
Que los platos sean apetecibles, con olor y texturas agradables.
Adaptar la dieta a diferentes texturas y formatos adecuados en caso de problemas en la dentición, o frente a problemas de disfagia.
Que las comidas sean un momento agradable del día, en un entorno adecuado, para que podamos relacionarlas con momentos positivos de nuestra vida.
Más habitual en verano
P.- ¿Es cierto que es más habitual en verano? ¿Por qué?
R.- Nuestro cuerpo regula su temperatura en función de la temperatura ambiental. En verano, con la subida de estas, nuestro organismo precisa de menos energía para su ajuste, por tanto, nuestras necesidades energéticas bajan, lo que puede disminuir nuestro apetito. Si, además, debido a las altas temperaturas, nuestra actividad física disminuye, salimos menos, nuestras necesidades energéticas también disminuyen. No nos apetecen comidas calientes y pesadas, y si más ligeras y frescas.
P.- ¿Cuáles son las señales de alarma a las que debemos prestar atención?
R.- Pérdida de masa muscular, pérdida de peso a gran velocidad sin causa aparente, cansancio y fatiga en las actividades del día a día, ingesta de alimentos poco saludables de manera habitual, excesivo consumo de alcohol, aislamiento social o dificultades para tragar son señales frente a las que tenemos que estar atentos.
Sobre el autor:
Stefano Traverso
Stefano Traverso es licenciado en Ciencias de la Comunicación en la USMP de Perú; con un máster en Marketing Digital & E-commerce en EAE Business School de Barcelona. Ha trabajado en diferentes medios de comunicación en Perú, especializándose en deporte, cultura y turismo.