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¿Sabes cuál es la historia de los barquilleros de Madrid?

Teresa Rey

Foto: Wikimedia Commons

Jueves 23 de mayo de 2019

3 minutos

Fueron personajes populares de la tradición madrileña a finales del siglo XIX y principios del XX

Sabes cuál es la historia de los barquilleros de Madrid
Teresa Rey

Foto: Wikimedia Commons

Jueves 23 de mayo de 2019

3 minutos

Los barquilleros fueron unos personajes muy populares de la tradición madrileña, especialmente durante finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Eran vendedores ambulantes y con sus famosas frases de reclamo: “¡Al rico barquillo de canela para el nene y la nena!” o “¡Barquillos de canela y miel, que son ricos para la piel!”, pretendían atraer a los viandantes para que les compraran su tentadora mercancía.

Los primeros barquillos

La verdad es que el dulce tiene un sabor agradable y según la documentación que se posee se cree que empezó a fabricarse alrededor del siglo IX. En un primer momento se vendía a la puerta de las iglesias haciéndose allí mismo en hornos portátiles de carbón.

Con el tiempo se empezaron a elaborar en obradores, panaderías y buñolerías. Se preparan con una masa de trigo que se hornea sin levadura y a la que se añade azúcar y miel, y se espolvorea con canela. Los originales son finos y planos, acanalados por el molde que se emplea en su elaboración en forma de barco, de ahí el nombre. Después, se hicieron también en forma de canuto.

El oficio

Poco a poco la venta de barquillos se convirtió en un oficio dentro de la repostería que proporcionaba el sustento económico de algunas familias. Los barquilleros recorrían las calles con su bombo o barquillera cargada a las espaldas y una cesta de mimbre donde llevaban los barquillos. Generalmente, se dirigían a los lugares donde había aglomeraciones, como ferias, mercados, fiestas o calles concurridas.

Su uniforme de trabajo consistía en un blusón rayado, una gorrilla y unas alpargatas, aunque algunos no siempre portaban este vestuario. En las fiestas de Madrid, sí se vestían de gala y sacaban su traje de chulapo.

Las barquilleras llevaban una ruleta en la parte superior para que los compradores la giraran y probaran suerte. Se trataba de tirar previo pago de unas monedas, de modo que el cliente tenía derecho a un barquillo en cada tirada a no ser que la aguja se situara sobre el clavo, ya que entonces perdía todo lo ganado.  Si eran varios los que participaban, el que sacara el menor número tendría que pagar todos los barquillos.

Actualmente se ven algunos barquilleros en las fiestas de la capital rememorando lo que fue este oficio. Esta profesión tal como antaño no perdura, pero Julián Cañas, descendiente de barquilleros castizos, lo mantiene en cierto modo en su obrador de la ciudad, donde fabrican estos dulces artesanalmente.

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Teresa Rey

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