

Las guerras dejan imágenes de suma crueldad, pero también de suma humanidad. Hoy me quedo con estas últimas. E incluyo entre ellas las atenciones que los refugiados de Ucrania reciben en los países a los que llegan. Son, sobre todo, madres que han huido con sus hijos, a veces bebés, porque sus maridos y padres han sido movilizados para la defensa nacional. Han pasado infinitas horas para recorrer unos quilómetros hasta la frontera. Se llevan lo estrictamente necesario para sobrevivir y para que sus criaturas no se mueran de frío. Y quienes los reciben los acogen con todo calor. Hay ejemplos emocionantes de altruismo. Me vais a perdonar, pero al ver esas imágenes, me vinieron a la memoria otras en blanco y negro de la España de 1939: una multitud que cruzaba a pie, sabe Dios desde dónde, la frontera con Francia. Huían de la represión. Muchos murieron en el camino. Otros, como Antonio Machado, muy poco tiempo después de su llegada a Colliure. En este momento hay ochenta millones de refugiados en el mundo, más del doble de la población española. En un siglo no hemos avanzado nada. Solo en el color de las fotos.