

Sergio Mattarella ha cumplido 81 años. Y a esa edad, los partidos políticos italianos le han vuelto a encomendar la presidencia de la República de Italia. Había otros aspirantes, como Berlusconi, que se tuvo que retirar ante la clamorosa falta de apoyos por razones que todos podemos imaginar. Y se barajó el nombre de otro aspirante, el primer ministro Mario Draghi, que no pertenece a ningún partido y es uno de los personajes más respetados de Italia y de toda la Unión Europea. Pero al final la responsabilidad volvió a recaer en un anciano con fama de sabio y respeto de hombre ponderado. Cuando termine su mandato, estará cerca de los 90 años. No tuvo ni tendrá capacidad ejecutiva, pero ha demostrado otra capacidad superior: la de ser referente nacional cada vez que Italia se encontraba en una situación sin salida. Cumplió perfectamente las funciones que las constituciones democráticas encomiendan a los jefes de Estado: moderar, arbitrar y ser símbolo de unidad. En su caso, no importan los años. Importa su trayectoria. Importa su experiencia. Importa su garantía. ¡Qué suerte tienen las naciones cuando encuentran un personaje así! ¡Y qué suerte tienen los pueblos cuando saben aprovechar esas cualidades en cualquier oficio sin fijarse en la edad!