Es una de nuestras señas de identidad tan irrenunciable como imprescindible. Llega el verano y en España de inmediato nos lanzamos a mezclarvino tinto, fruta, azúcar, gaseosa y a quedar con la familia y los amigos para tomarnos una refrescante sangría o prepararla para acompañar nuestra comida.
Pocas cosas, salvo la paella o el jamón, nos identifican más fuera de nuestras fronteras que la sangría. Marca España cien por cien. Pero ¿cuál es el origen de nuestra popular y españolísima sangría? Una idea ampliamente difundida es que nace como producto típicamente mediterráneo que une vino y frutas para combatir el calor veraniego durante la cosecha. Pero lo cierto es que los estudiosos del tema no suelen ponerse de acuerdo en este punto; sucede lo mismo que a la hora de prepararla, hay casi tantas maneras de hacerlo como consumidores existen y, para muchos, la cuna de nuestra insustituible sangría no estaría en España sino en las Antillas de la época colonial británica.
Por sorprendente que pueda parecernos, lo que sí está comprobado es que ya en 1788, en el Diccionario del Castellano del padre Esteban Torres, se afirmaba que la sangría es una “bebida inventada por los ingleses que se toma mucho en las colonias inglesas y francesas de América”. De hecho, la palabra sangría provendría del término inglés sangaree -sang-gris en las Antillas francesas- tomado del español sangre debido al color de esta bebida y en un principio habría sido conocida como limonada de vino hasta que a mediados del siglo XIX, con su popularización en nuestro país, comenzaría a conocerse como sangría.
Sea como fuere, a día de hoy todo el mundo identifica la sangría con nuestro país, incluso en 2014 el Parlamento Europeo aprobó que el término sangría estuviese reservado para aquellas que se hayan elaborado exclusivamente con vinos de España o Portugal y que la preparada con cualquier otro vino no podría recibir tal denominación.
La sangría perfecta es... la de cada uno
Con la sangría pasa algo muy parecido a lo que sucede con la tortilla de patata, que cada cual la prefiere y la hace de una manera diferente. Son casi infinitas las combinaciones de bebida y fruta que admite la sangría. Hay tantas recetas como adeptos, pero, sobre el papel, la fórmula de la sangría perfecta es una. Lo fundamental es siempre utilizar productos de calidad: buen vino, fruta natural de temporada, nada de peleones ni de jugos de bote, y, por supuesto, buscar mezclas que combinen bien entre sí.
Sangría y calorcito veraniego son dos cosas que van íntimamente unidas, así que para que una buena sangría explote de sabor al llegar a nuestra boca deberemos utilizar las frutas más presentes del verano, los melocotones, manzanas, nectarinas e incluso fresas y cerezas que darán un toque de color especial al combinado. Pero para los amantes de la sangría durante todo el año habrá que tener también presentes las peras, plátanos y naranjas sanguinas entre otras frutas. Lo ideal no es solo mezclar el vino con la fruta, sino dejar que armonicen tranquilamente, dejar que la fruta macere durante dos o tres horas en el refrigerador y que destile todo su sabor antes de servirla, momento en el que se debería añadir algo más de vino, el licor y la bebida gaseosa que cada cual haya decidido incorporar para no interrumpir la maceración de la fruta.
Las proporciones, o sus múltiplos, deberían ser de un litro de vino, cuarto de litro de refresco gaseoso de naranja o limón, lo mismo de gaseosa o sifón y, troceados, un limón, una manzana, dos naranjas, dos melocotones, una ramita de canela y cuatro cucharadas de azúcar blanco.
Por supuesto, hay mucha gente que defiende que la verdadera sangría solo se hace con vino tinto afrutado, de Garnacha o Tempranillo, pero también hay mucha otra que piensa que es mucho mejor si se le añade el sabor de un buen brandy, ron, ginebra, vermut o un puntito de cava.
Otro aspecto importante es la manera de presentar y servir la sangría. Lo ideal es hacerlo en una jarra transparente que permita ver los tipos de fruta que se han utilizado en su elaboración y con una cuchara de madera para remover el hielo y volver a mezclar los sabores y levantar del fondo el azúcar depositado cada vez que se sirva un nuevo vaso. Claro que si no se quiere que el azúcar se deposite en el fondo de la jarra, basta con calentarlo brevemente en vino hasta su disolución antes de añadirlo al combinado.
Para gustos, los colores...
Ya ha quedado dicho que cada cual prepara la sangría como más le gusta, pero si bien la sangría tradicional es la de vino tinto, también es tremendamente refrescante y deliciosa la que se puede elaborar con vino blanco, cava, manzana, melocotón, zumo de naranja natural y azúcar. Lo mismo sucede con la sangría, bastante común en Asturias, de sidra natural, manzana, melocotón, naranja, limón, refresco de manzana, de naranja o limón y un toque final de brandy, ron, vermut o Cointreau. En la sangría de cava, además del espumoso conviene utilizar el doble de naranja que de limón y melocotón, unas cuantas fresas, azúcar y un vasito de vino tinto. La mexicana, típica del país hermano, lleva tan solo vino tinto, más agua que vino, limones y mucho azúcar. Y hay incluso quien prefiere la sangría sin alcohol, simplemente con abundante zumo de uva o mosto, zumo de naranja natural, manzana, limón, naranja, mucha gaseosa y azúcar.
No todo es sangría
Pero nuestra entrañable y deliciosa sangría no es el único combinado que tradicionalmente tiene el vino como elemento estrella. De hecho, el vino disputa el protagonismo a la ginebra, el vodka o el tequila en muchos cócteles. Ahí está por ejemplo el Kir, delicioso aperitivo de origen francés a base de buen vino blanco siempre seco y crema de cassis o licor de grosella negra.
El vino tinto también es la base de la Vaina, en la que al licor de cacao se unen brandy, yema de huevo, azúcar y canela molida. En el tradicional Ponche de vino tinto se agrega Oporto y se macera a fuego lento hasta que comienza a hervir y entonces se añade jugo de limón natural, algunos clavos, canela y azúcar. Después se retira del fuego, se cuela y se deja enfriar tras incorporar unas rodajitas de naranja.
Por su parte, el Glühwein es un combinado centroeuropeo especialmente indicado para los días de invierno que incluye, además de vino tinto, jugo de naranja, ralladura de limón, clavo, jengibre y azúcar moreno, todo ello calentado hasta que hierva, que se sirve caliente tras ser filtrado.
La Bernardina es un dulce combinado de vino blanco, miel, hielo picado y hojitas de menta agitado en coctelera. El Siete Mares, para fuertes y curtidos paladares, une al vino tinto licor de menta, vodka, ron, tequila, ginebra y cerveza negra a partes iguales. El Sweet Memories se prepara con vino tinto, Cointreau, ginebra y zumo de limón mezclados en una coctelera para añadirle hielo picado y unas hojitas de menta. El siempre romántico Batido de Rosas se prepara con vino dulce al que se añade azúcar moreno, agua de rosas, el zumo de un limón y su ralladura. Todo ello se pasa por la licuadora y se deja reposar durante al menos doce horas antes de añadirle crema de leche y unos pétalos de rosa.
Y es que el vino es un regalo que los dioses nos mandan para disfrutarlo y compartirlo sin más aditamentos pero que, como don divino que es, permite mil y una deliciosas combinaciones que van mucho más allá de nuestra imprescindible y entrañable sangría.
Sobre el autor:
Antonio Castillejo
Antonio Castillejo es abogado y periodista. Comenzó su carrera profesional en la Agencia Fax Press dirigida entonces por su fundador, Manu Leguineche, en la que se mantuvo hasta su desaparición en 2009. Especializado en información cultural y de viajes, desde entonces ha trabajado en numerosos medios de prensa, radio y televisión. Actualmente volcado con los mayores en 65Ymás desde su nacimiento.