La fragilidad constituye hoy una de las áreas prioritarias en la investigación geriátrica a nivel internacional. Según la Sociedad Iberoamericana de Información Científica (SIIC @SIICsalud), las personas mayores en riesgo de deterioro funcional son aquellas que “conservan su independencia de manera inestable y que se encuentran en situación de riesgo de pérdida funcional, bien porque tienen una serie de factores de riesgo para tener deterioro, o bien porque tienen ya un deterioro incipiente en su funcionalidad, todavía reversible, sin causar aún dependencia ostensible”.
Por su parte, la Guía de la buena práctica clínica en geriatría, de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (@seggeriatria), dice que la fragilidad se podría definir “como un síndrome que se caracteriza por una disminución de la fuerza y de la resistencia, con un incremento de la vulnerabilidad frente a agentes estresores de baja intensidad, producido por una alteración en múltiples sistemas interrelacionados, que disminuye la reserva homeostática y la capacidad de adaptación del organismo, predisponiéndole a eventos adversos de salud, mayores probabilidades de dependencia e incluso muerte”.
Actuando sobre la fragilidad, se pretende prevenir la discapacidad y mantener el mayor grado de autonomía en cada persona. Según el documento Detección y manejo de la fragilidad en Atención Primaria (SIIC, 2014) , algunos de los factores de riesgo que se tienen en cuenta para la detección del anciano frágil son los siguientes:
Otra manera potencial de detectar ancianos frágiles se basa en la consideración de un estado “preclínico de la fragilidad”, en base a la determinación de marcadores biológicos. Según el informe del SIIC, estos marcadores pertenecen al sistema músculo-esquelético (sarcopenia y disfunción de las fibras musculares), endocrino (testosterona, leptina, hormona del crecimiento/IGF-1, cortisol, testosterona, dihidroepiandrosterona o vitamina D), mediadores de la inflamación e inmunidad (citocinas, PCR), albúmina, e incluso cromosómicos. De todos ellos, el más estudiado es la inflamación, y se ha propuesto que la fragilidad constituye un estado inflamatorio crónico de bajo grado.
El informe también enumera algunas de las principales recomendaciones en el manejo y tratamiento de la fragilidad: