Sociedad

Decir adiós al pueblo: el precio de ser mujer y envejecer sin servicios en la España rural

Miriam Gómez Sanz

Miércoles 15 de octubre de 2025

10 minutos

El 15 de octubre pone rostro a las mujeres que aún mantienen viva la vida rural

Decir adiós al pueblo: el precio de envejecer sin servicios. Cedida por Blanca Almazán.
Miriam Gómez Sanz

Miércoles 15 de octubre de 2025

10 minutos

Paquita ha vivido toda su vida en Suellacabras, un pequeño pueblo de Soria donde el invierno llega temprano y el silencio se confunde con la rutina. Allí nació, fue a la escuela, crió a sus hijos y vio pasar las estaciones al ritmo de las campanas de la iglesia.

Ahora, a sus 86 años, ha hecho las maletas para irse a vivir con su hija a Zaragoza. "No quería marcharme, pero ya no puedo estar sola", dice con una mezcla de resignación y nostalgia. Su historia se repite en otros pueblos de la España rural, donde muchas de las mujeres que durante décadas sostuvieron la vida comunitaria se ven obligadas a abandonar el lugar en el que echaron raíces.

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El 15 de octubre es el Día Internacional de las Mujeres Rurales. Fotografía cedida por Blanca Almazán Oteo.

 

Cada 15 de octubre se celebra el Día Internacional de las Mujeres Rurales, una jornada que busca reconocer el papel esencial que han tenido —y siguen teniendo— en la supervivencia de los pueblos. Ellas han sido agricultoras, cuidadoras, maestras sin título y memoria viva de las comunidades rurales. Sin embargo, en muchos casos, llegan a la vejez enfrentándose a la soledad, la falta de servicios y la pérdida de autonomía.

Según el boletín de Cruz Roja sobre vulnerabilidad socialdos de cada tres personas que abandonan un pueblo son mujeres. "En cuanto tienen una oportunidad de estar cerca de sus hijos, abandonan el pueblo para vivir cerca de ellos, para que las cuiden o para convivir con sus nietos", explica Carmen Quintanilla, presidenta de la Asociación de Familias y Mujeres del Medio Rural (AFAMMER).

La provincia de Soria refleja bien lo que ocurre en buena parte de la España vaciada. En sus zonas rurales viven 48.827 personas, de las que solo el 47% son mujeres. A diferencia del conjunto del país —donde hay casi un millón más de mujeres que de hombres—, la provincia sigue las tendencias del mundo rural, con un claro desequilibrio de género. Así, el estudio Demografía de la población rural en 2020 muestra que en los municipios de menos de mil habitantes hay 112,8 hombres por cada 100 mujeres.

Al mismo tiempo, la tasa de dependencia de las personas mayores en España supera ya el 34% y se estima que alcanzará el 69,8% en 2050, según la AIReF. Es decir, por cada 100 personas en edad de trabajar habrá casi 70 mayores a mediados de siglo.

Esta situación responde a un problema estructural: la falta de oportunidades laborales, de servicios y de infraestructuras básicas empuja a los jóvenes —especialmente a las mujeres— a marcharse, lo que, a su vez, separa a las familias y deja atrás un territorio cada vez más envejecido y masculinizado.

Fotografía cedida por Blanca Almazán Oteo.
Dos de cada tres personas que abandonan un pueblo son mujeres. Fotografía cedida por Blanca Almazán Oteo. 

Cuando faltan servicios, falta autonomía

En el pueblo de Paquita no hay médico ni tiendas ni centros de día ni un bus que conecte con la capital. La ausencia de estos servicios básicos agrava la situación de quienes envejecen en el medio rural, pues limita su autonomía y su capacidad de seguir viviendo de forma independiente.

Blanca Almazán Oteo, fotógrafa que desde hace años documenta la vida de las mujeres rurales, lo resume con claridad: "El principal problema es el transporte. Las mujeres mayores no suelen tener carné de conducir y en los pueblos más pequeños tampoco hay autobuses. Hacer cualquier gestión o ir al médico puede convertirse en algo muy complicado".  

Muchas personas mayores dependen de familiares, vecinos o voluntarios para acceder a servicios sanitarios o asistenciales que, por lo general, se encuentran a kilómetros de distancia, en las cabeceras de comarca. 

Aun así, algunas evitan pedir ayuda por miedo a que las convenzan de irse a una residencia o a casa de sus hijos, lo que implicaría dejar atrás su hogar y parte de su independencia. En muchos casos, la falta de recursos a su alcance provoca que esa decisión se tome antes de lo necesario, cuando todavía podrían vivir solas.   

"Ninguna mujer está dispuesta a dejar su casa. Siempre van a preferir permanecer en su entorno y no tener que acudir a uno nuevo", explica la socióloga  Lidia Sanz Molina, doctora por la Universidad de Santiago de Compostela y especialista en mujeres rurales. "Si lo hacen es por dependencia, por afectividad o por falta de servicios en la propia vivienda o en los alrededores", añade. 

  La soledad que no se elige 

Cruz Roja destaca la soledad como el principal problema de las personas mayores, un problema que se acentúa en los pueblos, donde las casas son grandes y los vecinos escasos. "En general impacta más en las mujeres, que han vivido con un papel secundario, con menos formación, más limitadas en el movimiento y asumiendo un rol de cuidadoras desde muy jóvenes", señala el informe.

    Es una realidad que también perciben las asociaciones de mujeres rurales. "Muchas de las mujeres de nuestra asociación, que hoy tienen 80 años, no quieren vivir solas", explica Quintanilla. "Es una soledad no deseada que afecta especialmente a las mujeres rurales".

El manifiesto de AFAMMER por el Día Internacional de las Mujeres Rurales reclama precisamente acabar con esa soledad no deseada que, según sus datos, afecta al 28% de las mujeres rurales mayores —unas 380.000 personas—, frente al 13 % de los hombres.

Por ello, Sanz considera la soledad uno de los principales motivos por los que muchas mujeres abandonan el pueblo: "Puede ser dependencia física, pero también emocional. Cuando estás muy sola, al final accedes a dejar tu entorno por estar acompañada, por tener alrededor a tu familia, hijos o nietos".

"Vivir en un pueblo es calidad de vida, es vida saludable, pero siempre que se tengan los servicios básicos esenciales y te encuentres a gusto. Pero si echas de menos a tus hijos, lo que haces es correr a su lado", añade Quintanilla.

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La soledad no deseada afecta al 28% de las mujeres rurales mayores. Fotografía cedida por Blanca Almazán Oteo.

Dejar el hogar: entre la necesidad y el desarraigo

Para muchas mujeres rurales, irse del pueblo no es una elección, sino una renuncia. "Me asusta pensar en la casa vacía que he dejado atrás, en los rincones donde crecieron mis hijos", confiesa Paquita. El cambio implica no solo abandonar su hogar, sino todo un universo de recuerdos y vínculos.

Además, mudarse con los hijos o ingresar en una residencia implica adaptarse a normas y horarios ajenos, perdiendo la autonomía y las rutinas que las habían acompañado toda la vida. "Tienen que cambiar algo que es suyo por algo que les sobreviene, no porque lo deseen, sino porque es obligatorio", explica Sanz.

"Cuando una mujer mayor se marcha del pueblo, pierde sus raíces", lamenta por su parte Almazán. "Han cuidado siempre a sus madres, a sus familiares, y ahora se las llevan a una residencia. Aún no están preparadas para asumir ese paso ni para dejar toda su vida en los pueblos. Al final, el pueblo es su pueblo, es donde han vivido siempre y donde están todas sus pertenencias y amigos".

Los datos reflejan esta realidad. Según el CSIC, las provincias con mayor proporción de personas mayores de 65 años viviendo en una residencia suelen coincidir con territorios con alta dispersión rural: Soria (11%), Palencia (10%), Guadalajara, Teruel, Ávila y Segovia (en torno al 9%), frente a la media nacional de 4%. Además, según el INE, algo más de dos tercios de los residentes son mujeres.

Aunque Sanz matiza que para algunas este cambio supone una apertura, descubrir cosas nuevas e incluso florecer, también admite que no es lo más habitual. Normalmente, esta ruptura provoca miedo, inseguridad, frustración y sufrimiento por desarraigo. "Creo que para un 60% supone una pérdida, una dificultad muy grande al principio. Con el tiempo, algunas se adaptan, descubren cosas, pero hay un porcentaje que se queda anclado o que somatiza algún tipo de conducta o patología", explica.

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Ir a misa ayuda a las mujeres a socializar. Fotografía cedida por Blanca Almazán Oteo.

 Tejer redes para quedarse

A pesar de las dificultades, hay mujeres que deciden quedarse, que resisten. Lo hacen porque todavía tienen animales, una huerta, una vecina con la que hablar o una rutina que las ancla a la tierra. Pasear, acudir a misa, ir a por setas o jugar a las cartas son actividades en compañía que sostienen la vida cotidiana y permiten mantener cierta autonomía, pese a la soledad y las limitaciones.

"Todavía hay muchas redes solidarias y de apoyo que les permiten sobrevivir ahí durante un tiempo y mantener un poco su vida autónoma", señala Sanz. Según la socióloga, el futuro del mundo rural dependerá en gran medida de la capacidad de estas mujeres para tejer redes y mantenerse activas socialmente. 

"Tienen que participar más, colaborar con otras mujeres, unirse como grupo y, si es posible, formar parte de otras organizaciones. Si no lo hacen, la soledad, la falta de servicios y la brecha tecnológica seguirán siendo un freno para permanecer en el pueblo".

Almazán se muestra positiva en este sentido: "Las mujeres mayores tienen más recursos que los hombres: se juntan, hablan y, por lo general, tienen más empatía las unas con las otras. Es súper importante que tengan una red de apoyo o una comunidad de mujeres que les sirva de sostén". La fotógrafa subraya que estas redes protegen su salud mental y su calidad de vida. "Sería lo ideal el envejecer en los pueblos, rodeadas de los recuerdos". 

El reto es permitir que quienes deseen quedarse puedan seguir viviendo con dignidad. Que una mujer de ochenta años no tenga que marcharse para conseguir una cita médica o para poder hablar con alguien cada día. Porque detrás de cada mudanza hay una historia que se apaga. Y detrás de cada mujer que se queda, hay una forma de esperanza: la de que el pueblo siga respirando un poco más.

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Miriam Gómez Sanz

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