La digitalización cambia la forma de trabajar de los agricultores y olvida sus conocimientos
Un estudio considera necesario diseñar herramientas que se adapten a las realidades del campo
Iniciativas de digitalización actuales están cambiando la forma de trabajar de los agricultores, lo que está generando tensiones y rechazo, así lo revela un estudio de la Universitat Oberta de Catalunya (@UOCuniversitat), en el que han analizado cómo obliga a adaptar el trabajo agrícola a modelos administrativos y basados en datos la implementación del Cuaderno Digital de Explotación (CUE), una herramienta de uso obligatorio en España con la que los agricultores tienen que registrar información sobre su actividad.
El estudio en abierto, In agriculture 1+1 does not equal 2": Re-configurations and frictions around the implementation of the Digital Farm Book, elaborado por las investigadoras del grupo Urban Transformation and Global Change Laboratory (TURBA Lab), Paloma Yáñez Serrano y Lucía Argüelles Ramos, habla de cómo este proceso de digitalización de la agricultura "choca con el saber y las prácticas del campesinado y está transformando el sector agrícola", tal y como señalan en una nota, en la que resaltan que la digitalización del campo, debido al impacto que tiene, es necesario que integre los conocimientos de los agricultores, así como sus necesidades y la esencia de sus prácticas.

Digitalización del sector agrícola
Para este estudio, las investigadoras utilizaron una metodología cualitativa y llevaron a cabo 25 entrevistas a agricultores, técnicos, desarrolladores de tecnología y funcionarios públicos. "Lo que queríamos era observar, desde una mirada cercana, la manera como estas herramientas son adoptadas, resistidas, adaptadas o incluso rechazadas y qué tipo de conocimientos y relaciones se ven desplazados o reconfigurados en el proceso", explican Yáñez y Argüelles, que concluyen que el conflicto surge de la tensión entre dos formas de entender el conocimiento agrícola.
Y es que, explican, "el CUE se basa en una lógica de estandarización, cálculo y automatización propia de una visión tecnocrática que considera que lo que no puede medirse, no existe. Pero para muchas personas agricultoras, su conocimiento no pasa por tablas ni algoritmos, sino por el cuerpo, por los sentidos, por la experiencia acumulada".
"Saben cuándo se tiene que regar porque huelen la tierra, cuándo cosechar porque ven cómo cambia el color del fruto o sienten la textura de las hojas. Este conocimiento sensorial y tácito no tiene lugar en el CUE, y eso les genera una gran sensación de desconfianza, de sentirse desplazadas por un sistema que intenta controlarlas sin reconocer ni respetar lo que saben y cómo lo saben", añaden. "Uno de los ejemplos más ilustrativos con el que nos encontramos es el de un agricultor andaluz que produce su propio compost. Nos contaba que él sabe cuándo tiene que aplicar el fertilizante por el olor: Me guío por el olor. No puedes visualizar el olor. Por eso digo que los datos no sirven para todo. Esta frase resume muy bien el conflicto entre una lógica sensorial e intuitiva y una herramienta que solo admite lo cuantificable".
De hecho, señalan que muchos de los agricultores que participaron en el estudio consideraban poco práctico y rígido el tener que introducir en el CUE cada práctica que realizaban en el campo, teniendo en cuenta el tiempo que se necesita para ello, así como los conocimientos informáticos y burocráticos, algo que no todos tienen o directamente no quieren aprender, apuntan, lo que les lleva necesariamente a depender de técnicos o asesores para esta tarea.
"Durante la investigación nos encontramos con un agricultor que hace veinte años que lleva su propio registro en una hoja de Excel adaptada a su forma de trabajar y con otros que utilizan el móvil para fotografiar siembras, cosechas y actividades importantes, con el fin de llevar un registro con significado personal. Estos ejemplos muestran que los agricultores no están en contra de la tecnología, sino que buscan herramientas que respeten y complementen sus formas de saber y hacer", explican las investigadoras.
Teniendo todo esto en cuenta, el estudio concluye que el uso del CUE "genera impactos importantes en el entorno agrario que van más allá de la desvalorización del conocimiento experiencial", modificando el rol del agricultor y convirtiéndolo en un perfil más técnico y administrativo, pudiendo, además, acelerar la tendencia de concentración agraria.
También hay un cambio en la concepción de sostenibilidad, la cual "pasa de prácticas concretas (como la rotación de cultivos o la aplicación de plaguicidas no sintéticos) o normas (como la agricultura ecológica) a la contabilización de los insumos y productos y la creación de indicadores. Hemos visto cómo surgen fricciones entre los defensores de estas dos visiones", explican las investigadoras.
Soluciones para cambiar esta situación
Ante esta situación, las investigadoras consideran que "la clave está en reconocer a los agricultores como coproductores de conocimiento y no como simples usuarios pasivos. Para ello, es fundamental diseñar herramientas digitales que se adapten a las realidades del campo, y no al revés. Esto implica codiseñar plataformas con los propios agricultores y respetando su diversidad de prácticas, cultivos y contextos".
"Es importante que las herramientas sean flexibles y accesibles, y que incorporen formas de conocimiento no cuantitativas: registros visuales, descripciones narrativas, criterios locales. Además, es necesario cuestionar la idea de que la sostenibilidad solo puede lograrse mediante indicadores numéricos. Por ejemplo, las prácticas agroecológicas ya son sostenibles por definición, aunque no siempre encajen en los parámetros del CUE", añaden Yáñez y Argüelles.
Proponen, así, herramientas capaces de registrar experiencias en voz o imagen, y que además reconozcan la diversidad de lenguajes, así como soluciones que, además de tener un fin administrativo, sean igualmente útiles para los propios agricultores en la toma de decisiones.
Concluyen, así, esperando que "este trabajo contribuya a abrir un diálogo con instituciones y desarrolladores para pensar juntos formas más justas, democráticas y situadas de digitalizar la agricultura. No se trata de decir sí o no a la tecnología, sino de preguntarnos qué tipo de digitalización queremos, qué tecnologías, para quién y con qué fines".



