Enrique J. Salván
Opinión

El apagón de nuestras vidas: crónica de un septuagenario

Enrique J. Salván

Foto: Europa Press

Miércoles 30 de abril de 2025

ACTUALIZADO : Miércoles 30 de abril de 2025 a las 8:52 H

5 minutos

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Foto: Europa Press

Miércoles 30 de abril de 2025

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Dicen –decimos- que llevamos una mala racha: Filomena, la pandemia del covid, los tristes efectos de la DANA en Valencia y ahora el apagón eléctrico del lunes pasado en toda la Península Ibérica. Y es verdad. Demasiados desastres en tan poco tiempo, sin olvidar las consecuencias cada vez más evidentes del calentamiento del planeta. Pero peor lo tuvieron nuestros padres con una guerra civil, o nuestros abuelos con la mal llamada “gripe española”.

El apagón del lunes es inusual, sí. Nunca hemos vivido una situación semejante. Es el gran apagón de nuestras vidas, sin duda. Los ciudadanos lo hemos vivido de forma bien diversa dependiendo, en buena medida, de circunstancias azarosas como en donde estábamos en el preciso momento de las 12.30 del lunes cuando un inesperado apagón eléctrico dejó a España y Portugal sin red eléctrica. Ni luz, ni móviles, ni internet. Un guión cinematográfico no hubiese mejorado el desarrollo de los acontecimientos.

El primer contacto de este cronista con la nueva realidad fue la inusual manera que un policía, dentro de su coche patrulla, informaba a los viandantes que “Madrid está sin luz”. Los ciudadanos que lo oían aceptaron sin preocupación aparente la noticia. Tanto que el cronista siguió su paseo matutino entrando en una biblioteca municipal para devolver los libros prestados. 

Allí ya se comprobó que los ordenadores no funcionaban aunque al ser un día luminoso y estar la biblioteca llena de ventanas a la calle los apacibles lectores siguieron leyendo sus novelas de prestado. Pronto llegó un empleado de seguridad invitando a la gente a desalojar el centro porque el generador “apenas dispone de quince minutos de vida”. 

Ya en la calle, un grupo de personas situadas en corrillo, hablaban de las últimas noticias. El cronista aguzó el oído y pudo oir: “el corte de electricidad afecta a toda España, Portugal y parte de Francia”. Y el paseante, aún incrédulo dijo para su bajinis: “¡¡¡Sí. Y el planeta, entero!!!”.

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Ni corto ni perezoso el caminante se adentró por el Retiro madrileño. Pasó por detrás de la estatua de Alfonso XII y observó como la gente aprovechaba el día soleado. Él también lo hizo. Se acercó a un merendero cercano al lago y fue a pedir el consabido café matutino.

-No. No tenemos cafetera por el corte. La plancha tampoco funciona.

-Bueno, pues entonces una Coca-Cola doble cero (“no vaya a ser que luego no duerma bien”, se dijo para sus adentros).

El cronista, incauto él, había quedado con una antigua amiga periodista en una típica taberna de Malasaña, a almorzar. Echó mano de su móvil y se percató que el móvil no funcionaba: ni cobertura, ni internet, ni llamadas, ni datos. “Al fin un día sin guasap ni internet”.

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Día libre de Internet

Día libre de internet. Eso era jauja. Sí, desde luego, pero estaba claro que no podría localizar a la amiga para anular la cita o cambiar el lugar porque ya suponía que en el restaurante no podrían dar de comer. Sin embargo, el cronista incauto (ya que el día invitaba al paseo y él tenía toda la mañana por delante) se encaminó hacia la taberna con la sana intención de encontrar allí a su amiga. En el paseo ya se percató que al pasar por Cibeles el tráfico empezaba a ser insufrible. Sin semáforos, sin pasos para peatones, sin orden ni concierto. Eso sí el caminante  no oyó ni un solo claxon durante la larga caminata.

Huelga decir que la amiga no llegó y el plantón se consumó. Pero esto no impidió que comiese un plato de ragout de primerísima categoría, y tuviese la ocasión de conversar con los camareros que daban gracias a que el dueño no hubiese sustituido el gas por la electricidad en la cocina. Gracias a esa sabia decisión pudimos comer.

Todo cambió en la Gran Vía. Los autobuses funcionaban pero era tal la cantidad de gente dispuesta a subir que no todos cabían. Casi al asalto el cronista se subió por la puerta trasera del bus y permaneció como sardina en lata, eso sí calladito y orgulloso de haber sido uno de los privilegiados en entrar. Pronto, sin embargo, se dio cuenta que el autobús, por la calle Alcalá, caminaba como el antiguo tren de Arganda.

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El parque de El Retiro cerrado

Por la Puerta de Alcalá, los vigilantes del Retiro empezaron a desalojar el parque. El cronista, incrédulo él, como ya queda dicho, trató de entablar conversación con la señora de al lado:

-No entiendo por qué están desalojando el parque, dijo

-Habrá razones de seguridad que desconocemos que aconsejen el desalojo

-Pero si la gente está tan tranquila tomando el sol a las cinco de la tarde

-Habrá alguna razón de peso, insistió la señora.

El cronista no insistió porque ya observó que la señora era una señora de orden o esposa de guardia civil (o ella misma guardia civil sin uniforme,  que las cosas, afortunadamente, han cambiado). Y ya se sabe que, en Madrid, en estos tiempos cualquier afirmación intrascendente te sitúa inmediatamente en el eje derecha-izquierda.

Al llegar, al fin a casa, el paseante puso la radio de pilas. A él no le costó mucho encontrarla porque la utiliza aun diariamente. La radio, la bendita radio de siempre volvió a ser este lunes la mejor compañera para un mundo cada vez más complejo y desquiciado. En el cronista, la radio obró un milagro y un pesar. El milagro fue disfrutar de la información periodística en un día singular. Y el pesar es que tras oír las noticias, el paseante empezó a preocuparse por la gente atrapada en los trenes, por la dificultad del día siguiente para volver a trabajar y las dudas sobre si el colegio del nieto abriría o no las clases.

A las 20.30. volvió la luz al barrio. Desde la terraza de casa, el paseante algo ya cansado de tanta caminata, pudo escuchar la conversación de dos jóvenes en la calle:

-¡Cómo se esfuerzan que tengamos emociones fuertes!, le dijo uno al otro.

Y el otro cual blasillo asintió con la cabeza.

Sobre el autor:

Enrique J. Salván

Enrique J. Salván

Enrique J. Salván es periodista especialista en Economía y Comunicación de Crisis, con experiencia de más de 40 años en medios y departamentos de comunicación.

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