Cartas a la directora

Y ahora la IA también nos pide que aprendamos su idioma

Juan Jesús Baeza Hernández

Miércoles 15 de octubre de 2025

3 minutos

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Juan Jesús Baeza Hernández

Miércoles 15 de octubre de 2025

3 minutos

cintillo cartas a la directora

 

La nueva alfabetización del siglo XXI no es solo digital: también es lingüística. Las máquinas entienden de datos, pero exigen precisión, cortesía y, sobre todo, un poco de ingenio humano.

La inteligencia artificial ha venido a facilitarnos la vida. O eso dice el folleto. Porque, en la práctica, antes de ayudarnos, exige que aprendamos su idioma. Y no hablamos de inglés técnico ni de programación avanzada, sino de algo más sutil: saber formular un “prompt”. Es decir, una instrucción clara, precisa y —si puede ser— con buena letra y sin faltas. Porque si no, la IA se pone creativa: mezcla fechas, inventa datos y te asegura con total convicción que Cervantes escribió Cien años de soledad o que los vikingos llegaron a la Luna antes que Neil Armstrong.

Para quienes hemos vivido varias revoluciones tecnológicas, esto es solo otro capítulo en la saga de “adaptarse o quedarse fuera”. Pero para quienes apenas se hicieron amigos del correo electrónico, esta nueva exigencia puede sonar a chino binario. Porque no se trata solo de usar la tecnología, sino de hablarle con propiedad. Y eso, para muchos, es como pedirle a un pez que aprenda a montar en bicicleta.

Y cuidado: antes de hablar con la IA, hay que encontrarla. Porque no todo el mundo tiene una conexión estable, dispositivos modernos o presupuesto para pagar versiones premium. La nueva alfabetización digital, si no se democratiza, corre el riesgo de convertirse en un club exclusivo donde solo entran los que ya estaban dentro.

Mientras tanto, nos prometen “agentes” inteligentes que aprenden de nosotros; asistentes virtuales que, en teoría, nos conocen mejor que nuestra familia. En la práctica, a veces olvidan lo más básico: pueden convertirse en un quebradero de cabeza, capaces de ignorar quiénes somos, qué idioma hablamos, de dónde venimos o cuánto vale nuestra memoria colectiva. No queremos que nos llamen “usuario 4578”.

El verdadero reto no es temer a la IA, sino domesticarla. Enseñarle que está a nuestro servicio, no al revés. Que puede ayudarnos, sí, pero sin exigirnos un máster en ingeniería lingüística. Y que, por mucho que aprenda, la última palabra debe seguir siendo humana.

Aunque, visto lo visto, quizá tengamos que recordárselo cada mañana… justo después de pedirle que nos recuerde que somos nosotros quienes mandamos.


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Juan Jesús Baeza Hernández