Una de las palabras del día es “desescalada”. El gobierno trabaja en organizarla y no veo cómo puede hacerlo si desconoce cuándo llegará la fecha soñada sin muertos ni contagios. Las autonomías tienen sus propios proyectos, más producto de la necesidad regional que de la visión global de la pandemia. Y parte de la prensa presiona al gobierno para que acelere el calendario, sin tener en cuenta, insisto, que el gobierno no tiene datos objetivos sobre el final de la crisis. Les ruego que no entiendan esto como una defensa de la gestión de Pedro Sánchez, tan marcada por las improvisaciones, las tensiones de su Ejecutivo y las contradicciones en cuestiones muy sensibles. Lo que digo es una advertencia: no se gana nada con precipitar un retorno a la normalidad si ese retorno no se basa en hechos. No ganamos nada con hacer una hoja de ruta de salida del confinamiento si es posible un rebrote. Lo peor para el país –y no digamos para sectores como el turístico– sería abrir la mano y que siguiera habiendo contagios. Eso no nos arruinaría para un año. Nos arruinaría para un lustro.