Cuidadoras en el entorno rural, las grandes olvidadas: menos recursos, más carga y poco reconocidas
Las principales asociaciones de mujeres rurales reclaman más visibilidad
Al igual que ocurre en las grandes ciudades, los cuidados a personas con dependencia que viven en el entorno rural también tienen rostro femenino, tanto si la ayuda la proporcionan familiares –nueve de cada 10 son mujeres– como si se presta por parte de profesionales.
Ahora bien, en muchos pueblos de España, a esta brecha de género hay que sumarle los problemas asociados a vivir en zonas despobladas, como el aislamiento, la falta de recursos y servicios y la sensación de soledad frente a una carga impuesta socialmente.
Una combinación de factores, que hace que cuidar se vuelva una tarea mucho más costosa desde el punto de vista económico y emocional y que aumente el riesgo de acabar recluida en el hogar, con todas las consecuencias negativas que esto tiene.
Es más, a raíz del progresivo envejecimiento de la población del medio rural, el perfil de la cuidadora responde cada vez más al de una mujer mayor que se hace cargo de sus padres, marido, hermanos o hijos, poniendo en riesgo su propia salud física y mental.
Y esto ocurre, denuncian a 65YMÁS desde organizaciones de mujeres rurales como Fademur (@fademur) o Afammer (@AFAMMERmujer), sin que el conjunto de la sociedad sea realmente consciente del problema y con unas administraciones que no terminan de atajarlo.
Por todo ello, reclaman que se visibilice su situación y que las autoridades tomen cartas en el asunto, incrementando los servicios y apoyando a la cuidadora familiar, para que no tenga que asumir sola esta carga. Una labor, a la cual contribuyen desde esta organización con programas –consulta aquí los de Fademur y Afammer–, que llegan a decenas de mujeres, muchas de las cuales son mayores.

La carga que soportan las cuidadoras familiares
"En el caso de las mujeres que residen en zonas rurales, la carga es todavía mayor porque enfrentan, por un lado, la responsabilidad de cuidar a personas mayores, enfermas o dependientes; y por otro, la falta de infraestructuras y servicios que faciliten o respalden esa labor", explica la presidenta de Afammer, Carmen Quintanilla.
"Las mujeres que asumen el rol de cuidadoras en el medio rural desempeñan un papel fundamental para sus familias y comunidades, un rol que a menudo es invisible y poco reconocido", añade.
Eso sí, su situación no es homogénea. Esther Garzón, técnica de Programas en Fademur, explica a 65YMÁS que es importante tener en cuenta que existen grandes diferencias en cuanto a la carga que se asume, dependiendo de la red con la que se cuenta previamente.
Y un aspecto crucial, indica, es saber si la persona dependiente ha sido valorada ya y recibe servicios por parte de la administración. Y es que, argumenta, en los casos en los que está aún en la lista de espera, el peso que deben asumir los familiares es muy superior.
Además, en las zonas rurales, por lo general, la "lentitud burocrática" se agudiza, es más complicado acceder a información y el transporte público es muy deficitario –muchos trámites deben realizarse en municipios más grandes–.
Eso sí, una vez se logra la valoración, apostilla Garzón, la situación tampoco mejora sustancialmente: las mujeres no terminan de desligarse de su rol de cuidadora, ya que los servicios que se ponen a disposición del dependiente son "mínimos" –por ejemplo, en los pueblos más pequeños, rara vez se cuenta con un centro de día o residencia cerca–.
Por otra parte, detalla, los roles de género "heredados" también pesan en el ámbito rural. Y esto provoca que muchas mujeres no accedan a ayudas, como pueden ser los "programas de respiro", al considerar que "está socialmente mal visto", lo que termina provocando un sentimiento de cuidar en "soledad".
"A nivel de salud, se observan también altas tasas de problemas relacionados con el estrés, el cansancio físico y, en casos más graves, cuadros de ansiedad o depresión", puntualiza Carmen Quintanilla.
Así, la combinación de todos estos factores lleva a que muchas mujeres rurales acaben relegadas al ámbito del hogar, dedicando buena parte del día al cuidado y teniendo que hacerse cargo, en paralelo, de sus casas, con la "sobrecarga" que esto conlleva.
De hecho, puntualiza Esther Garzón, cuando dejan de cuidar, algunas acaban necesitando apoyos, ya que "se les cae todo" y manifiestan síntomas físicos y emocionales que habían quedado latentes durante el periodo que se dedicaron a atender a su familiar.
Por todo ello, la técnica de programas de Fademur y la presidenta de Afammer llaman a reconocer su labor y a aumentar la ayuda que reciben los dependientes y las familias.
"El problema de fondo es que socialmente no se valora, porque se supone que es lo que tienes que hacer", comenta Garzón.
"Tenemos que acabar con la percepción social y la mentalidad de que la labor de cuidado es algo natural para las mujeres y, por otra parte, aportar valor a los cuidados, pues es un trabajo que requiere habilidades, dedicación y sacrificio, y es hora de que se reconozca como tal, tanto en lo social como en lo económico", apunta por su parte Quintanilla.
Una vida de renuncias

Un caso que ejemplifica las renuncias a las que deben hacer frente muchas mujeres en el ámbito rural es el de Ione Gardoki, miembro de Fademur.
Esta agricultora sexagenaria, que reside en un caserío de la Vizcaya más rural, en el valle de Arratia (a unos 3 kilómetros de Igorre), cuida de su hija con gran dependencia.
Según cuenta a 65YMÁS, esta situación le ha llevado a dejar muchos trabajos, como un negocio de agroturismo que tenía o incluso a perder su ganado.
Es más, afirma, en el caso de los hijos con discapacidad severa, la carga es tal que, al final, no sólo deriva en abandonar su vida laboral, sino que terminan renunciando a "una vejez tranquila".
A su parecer, la principal carencia a la que hacen frente en el medio rural es la falta de servicios y de "relación social".
Además, cuando se concede algún servicio, como una plaza en un centro de día, los trayectos son largos, implicando hasta "3 horas de autobús", lo que provoca que a veces la familia tenga que "emigrar" para contar con una mejor atención de proximidad.
Y a todo ello hay que añadir, apunta, que tampoco en los pueblos hay un ambiente propicio para las personas dependientes y menos si son más jóvenes como su hija: padecen un gran aislamiento, por la falta de actividades, y una cierta "muerte social".
"Nuestra situación es de total desigualdad, doble discriminación, máxima exclusión", critica. "Nadie nos ve y, lo peor, nadie nos quiere ver. Somos mujeres, que renunciamos a toda nuestra vida para cuidar. Pero no tenemos ningún tipo de reconocimiento. Somos las olvidadas de las olvidadas", comenta. "Es esclavitud consentida", finaliza.
El trabajo de la ayuda a domicilio en el ámbito rural
Y no sólo las cuidadoras familiares del ámbito rural sufren más brechas, también el servicio de ayuda a domicilio, predominantemente feminizado, trabaja en condiciones deficientes.
Pepi Serrano, miembro de Afammer, con una larga trayectoria profesional trabajando para los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Membrilla, en la provincia de Ciudad Real, explica a 65YMÁS que, en ocasiones, en los pueblos, los domicilios no son adecuados desde el punto de vista físico para las personas que requieren de atención, ya que no están adaptados. Y esto implica mayores riesgos de posibles lesiones para las trabajadoras.
Por otra parte, apunta, aunque sí que existe personal con experiencia, otra carencia es la de la formación –hay carencias en ese sentido–, lo que hace que sea más difícil entrar en las bolsas de empleo.
Además, Serrano lamenta que el trabajo no esté lo suficientemente valorado ni remunerado y reconoce que esto está llevando a las más jóvenes a buscar condiciones mejores en "hospitales o instituciones".


