
Miércoles 6 de julio de 2022
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Llamo la atención sobre un hecho singular: cualquier persona que tenga una mínima información coincide en anunciar una crisis económica acongojante. Algunos incluso le ponen fecha: el próximo otoño. En la parte alta de la sociedad, las previsiones van desde un Núñez Feijóo que califica esa crisis como “profundísima” a una Nadia Calviño que rebaja su inquietud a niveles de “trimestres complejos”. La ministra de Hacienda limita su proyecto de reforma fiscal porque desconoce su dimensión. Y las Bolsas caen, impulsadas por los síntomas negativos del comportamiento económico. Así pues, ya no queda nadie, institución o persona, que no dé por seguro algo parecido a una recesión. Sea culpa de Putin, de las materias primas, o de la simple cadencia cíclica, parece que hay que aceptar su proximidad. ¿Y saben lo que me parece más preocupante? Lo que ocurrió siempre: que las crisis se alimentan a sí mismas. El factor psicológico es uno de sus caldos de cultivo. En Galicia tenemos un dicho: “o galego, cando di que morre, morre” (“el gallego, cuando dice que muere, muere”). Me temo que en la economía ocurre lo mismo: cuando dice que muere, hay que ir preparando el funeral.