Josep Moya Ollé
Opinión

La educación y el respeto, ¿bienes escasos?

Josep Moya Ollé

Martes 4 de noviembre de 2025

5 minutos

La educación y el respeto, ¿bienes escasos?

Martes 4 de noviembre de 2025

5 minutos

En los último días, el filósofo Antonio Escohotado ha vuelto a ser protagonista en redes sociales por un vídeo que rescata una de sus reflexiones. En el mismo sentencia lo siguiente: “Un país no es rico porque tenga diamantes o petróleo, sino porque tiene educación", a lo que el mismo Escohotado añade que: “Educación es que vas por la acera, es estrecha, y te bajas diciendo ‘disculpe’. Educación es dar las gracias al pagar una factura, dejar propina y volver a agradecer cuando te devuelven el cambio”. Se trata de hábitos de cortesía que no son simples formalidades, sino el fundamento invisible que sostiene la convivencia y el desarrollo. "Cuando un pueblo tiene educación, un pueblo es rico”. 

Al verlo recordé –y recuerdo– las repetidas escenas que todos podemos observar o padecer en nuestro deambular por las calles y los transportes públicos. Cito algunas escenas: un señor de unos setenta años de edad y con dificultades de movilidad entra en un autobús y comprueba que no hay asientos libres. Varios jóvenes, veinteañeros, están cómodamente sentados muy atentos a sus móviles. De uno de ellos emergen unos ruidos que sugieren que se trata de un videojuego. Los ruidos imitan los disparos de sofisticadas ametralladoras. Quien maneja el móvil está hiperatento, no quiere perder la partida; sus dedos presionan nerviosamente el teclado. Súbitamente, se oye un ruido de mayor intensidad: un misil ha impactado en su soldado mercenario. ¡Ha perdido la partida! El rostro del joven muestra claramente su irritación. ¡Y era el noveno intento para pasar de nivel! Probablemente su “fracaso” se debió a una concentración insuficiente. Quizá en su infancia le diagnosticaron TDAH, es decir, trastorno por déficit de atención con hiperactividad.

De otro móvil se oyen las palabras de un ser humano, ¡gran sorpresa! La joven está hablando, al parecer, con una amiga. Le explica que, por fin, ha encontrado trabajo pero que tiene un contrato de solo tres meses. ¡Tanto estudiar para esto! 

Finalmente, de un tercer móvil, sostenido por una señora de unos treinta años, emergen sonidos que sugieren una discusión acalorada. La señora está muy enfadada con su jefa del trabajo y habla elevando el volumen de voz de manera que todos se enteran de su conflicto: ha querido inmiscuirse en su vida privada. ¡Ya no hay privacidad!

Obviamente, ninguna de las personas que están sentadas se molesta en ceder su asiento, salvo una, de unos sesenta años, que, al advertir la presencia del señor setentón, le ha cedido el asiento. 

Una segunda escena: salgo del tranvía y súbitamente percibo que un adolescente de unos quince años está a punto de atropellarme con su patinete. Su velocidad superaba con creces los límites autorizados. Segundos después, lo pierdo de vista.

Finalmente, una tercera escena: una mujer mayor atraviesa un paso de peatones, pero en aquel preciso instante un vehículo tiene que hacer una maniobra para no atropellarla. El conductor del mencionado vehículo no había respetado la obligatoriedad de pararse. 

Todas estas escenas son claros ejemplos de falta de educación y de respeto y sus protagonistas se caracterizan por tener considerables diferencias de edad; además, en estos casos, los irrespetuosos y faltos de educación están armados, unos con su móvil y otro con su patinete. De unos años acá, caminar por una acera se ha convertido en una actividad de alto riesgo, ya que en cualquier momento puedes ser atropellado por un patinete, una bicicleta o, simplemente, por alguien que no mira por donde anda porque va mirando la pantalla de su móvil. 

Hace unos años, el sociólogo estadounidense Richard Sennett escribió en su libro El respeto (2003) que “los receptores de los servicios del sistema del bienestar suelen quejarse de que no se les trata con respeto. Pero la falta de respeto que ellos sienten no sólo se debe a que sean pobres, ancianos o enfermos. La sociedad moderna carece de expresiones positivas de respeto y reconocimiento de los demás”. Ciertamente, con la falta de respeto no se insulta a otra persona, pero tampoco se le concede reconocimiento, simplemente no se la ve como un ser humano integral cuya presencia importa. En la escena del autobús muchos no vieron al señor setentón con problemas de movilidad. En este contexto, Sennett se hace la siguiente pregunta: “A diferencia del alimento, el respeto no cuesta nada. Entonces, ¿por qué habría de escasear?”. No es una pregunta banal, sino de elevada trascendencia, ya que, en efecto, los bienes materiales (alimentos, agua, viviendas) pueden ser escasos, pero el respeto no requiere de elementos materiales ni de operarios que los produzcan. El respeto se construye a través de la educación, por tanto, es a través de ella como se puede convertir en un valor moral. Sin embargo, la realidad cotidiana no parece corroborar que se haya constituido como tal. ¿Qué ha podido pasar?

Entro en la página web del Departamento de Educación de la Generalitat de Catalunya y en el capítulo de 'Educar en valores cívicos y éticos' leo lo siguiente: “Integrar de forma crítica normas y valores cívicos y éticos y actuar e interactuar, a partir del reconocimiento de su importancia en la regulación de la vida individual y comunitaria, para aplicarlos de forma efectiva y justificada en diferentes contextos y para promover una convivencia pacífica, respetuosa, democrática y comprometida con el bien común y una sociedad inclusiva”.

De acuerdo con estos objetivos, parecería que ciertas escenas podrían ser una excepción pero no algo habitual. Es más, en el propio marco escolar se producen numerosos casos de falta de respeto que pueden llegar al insulto o a la agresión, sin olvidar la casuística de los acosos escolares cuyas consecuencias, como se recordaba hace unos días en 65YMÁS, pueden ser trágicas. 

Algo está fallando en la educación y no es solo un problema de malos resultados en los informes PISA, cuyo marco ideológico es discutible, es una cuestión referente a cómo se transmiten –o no– ciertos postulados. Es incoherente afirmar que se trabaja para promover una convivencia pacífica y respetuosa, y que, al mismo tiempo, en las aulas y fuera de ellas, se generen dinámicas absolutamente contrarias. Si queremos contribuir a crear una ciudadanía que respete a los demás, incluidos los más vulnerables, es preciso no solo transmitir valores y normas, sino también sancionar su transgresión, pero, sobre todo, es preciso que los padres y/o tutores también se impliquen en ese proceso.

Sobre el autor:

Josep Moya Ollé

Josep Moya Ollé

Josep Moya Ollé (Barcelona, 1954) es psiquiatra y psicoanalista. Actualmente es presidente de la Sección de Psiquiatras del Colegio Oficial de Médicos de
Barcelona.

Ha trabajado activamente en el ámbito de la salud pública, siendo presidente del comité organizador del VII Congreso Catalán de Salud Mental de la Infancia y psiquiatra consultor del SEAP (Servei Especialtizat d'Atenció a les Persones), que se ocupa de la prevención, detección e intervención en casos de maltratos a mayores.

Es el fundador del Observatori de Salut Mental i Comunitària de Catalunya.

Su práctica clínica privada la realiza vinculado a CIPAIS – Equip Clínic (Centre d’Intervenció Psicològica, Anàlisi i Integració Social) en el Eixample de Barcelona.

Como docente, imparte formación especializada en ACCEP (Associació Catalana per a la Clínica i l’Ensenyament de la Psicoanàlisi), en el Departament de Benestar Social i Família y en el Centro de Estudios Jurídicos y Formación Especializada del Departament de Justícia de la Generalitat de Catalunya.

… saber más sobre el autor