

La edad de oro del envejecimiento y el freno del edadismo
Josep Moya OlléMartes 7 de octubre de 2025
5 minutos

Martes 7 de octubre de 2025
5 minutos
El día 1 de octubre se celebró el Día Internacional de las Personas de Edad. He consultado la página web de las Naciones Unidas para recabar información sobre los objetivos de dicho evento y he encontrado lo siguiente:
“El Día Internacional de las Personas de Edad de 2025, que se celebra bajo el lema Las personas de edad impulsan la acción local y mundial: nuestras aspiraciones, nuestro bienestar y nuestros derechos, destaca el papel transformador que desempeñan las personas mayores en la construcción de sociedades resilientes y equitativas. Lejos de ser beneficiarios pasivos, son impulsoras del progreso y aportan sus conocimientos y experiencia en ámbitos como la equidad en la salud, el bienestar económico, la resiliencia de las comunidades y la defensa de los derechos humanos”.
En la misma página, aunque como información complementaria, se escribe que el número de personas mayores de 60 años se ha duplicado con creces, pasando de unos 541 millones en 1995 a 1.200 millones en 2025, y se prevé que alcance los 2.100 millones en 2050. En 2080, las personas mayores de 65 años superarán en número a los menores de 18 años.
Se trata de un fenómeno progresivo que afecta a todo el planeta, aunque con diferencias en función de las zonas geográficas. Nos encontramos, pues, ante una evidencia: el mundo evoluciona hacia un modelo de sociedad en el que las personas mayores de 65 años serán mayoría. Frente a esta perspectiva se alzan posiciones opuestas. Por un lado, los pesimistas, que auguran un futuro gris tirando a negro, ya que aumentarán los casos de dependencia por motivos de salud (demencias, enfermedades neurodegenerativas, procesos reumáticos invalidantes, etc.), los casos de soledad no deseada, las situaciones de malos tratos y, cómo no, una crisis de los sistemas de pensiones.
Por otro lado, están los optimistas, como Carl Honoré o Gilles Lipovetsky. Así, el primero escribe en su conocido libro Elogio de la experiencia, publicado en el año 2019, que tenemos varias razones para ser optimistas. Honoré nos dice que en la actualidad tenemos una receta bastante clara para envejecer mejor: ejercitar el cuerpo y el cerebro (que, cosa obvia, también forma parte del cuerpo); cultivar una actitud optimista y el sentido del humor; relacionarnos mucho con los demás; evitar el estrés excesivo; seguir una dieta saludable, consumir alcohol con moderación y no fumar. Pero, Honoré va mucho más allá en su optimismo y sentencia, con gran alegría, que la razón más convincente para ser optimistas es que el mundo está cambiando de manera tal que se anuncia una edad de oro del envejecimiento. ¿Cómo llega a semejante conclusión? Este autor escocés explica que día tras día la medicina encuentra nuevas herramientas para el tratamiento de las enfermedades y el deterioro que acompañan a la tercera edad. Se incorporan nuevas técnicas para restablecer la audición y la visión, al tiempo que los neurocientíficos descubren cómo aprovechar las capacidades del cerebro para mover prótesis ortopédicas y manejar ordenadores.
Pero Honoré pone un freno a su optimismo cuando se refiere al drama epidémico del edadismo. Empieza afirmando que el edadismo está siendo ferozmente criticado pero acaba escribiendo que siempre está al acecho. Cierto, lo hemos comentado en diversas ocasiones y está siendo objeto de atención por parte de algunas Administraciones. Pero, fíjense en el detalle: la Diputación de Barcelona organiza los días 14 y 15 de octubre un congreso sobre edadismo en el que participarán destacados profesionales de diversas disciplinas (antropología, psicología, trabajo social, sociología, arquitectura, etc.). Sin embargo, no se ha invitado a ninguna persona que pueda hablar de edadismo en primera persona, como tampoco se ha invitado a los miembros de los consells consultius de persones grans (consejos consultivos de personas mayores) a pesar de que intervinieron en los estudios preliminares sobre edadismo. Es decir, nos topamos nuevamente con el síntoma de que se habla de personas mayores pero sin contar con estas.
La lucha contra el edadismo no puede prescindir del testimonio de los propios afectados, es decir, de aquellos que son víctimas cotidianas de un discurso que enaltece la juventud y el alto rendimiento pero desprecia lo que se puede aportar desde la experiencia, la serenidad y el sosiego.
Quiero finalizar este artículo refiriéndome al lema de este año: Las personas de edad impulsan la acción local y mundial: nuestras aspiraciones, nuestro bienestar y nuestros derechos, objetivo de este 1 de octubre de 2025. El titular es bien claro: impulsar la acción local y mundial, o sea, aportar, enriquecer a partir de nuestra experiencia, de nuestro saber acumulado a lo largo de los años. Hace unas semanas, una paciente a la que atendí durante años en un centro de salud mental me comentó que el facultativo que me había sustituido le había dicho que su médico anterior era “de la vieja escuela”. ¿Un tipo que no estaba al día?, pensaba probablemente. Al parecer, mi sustituto le vaticinaba que él sí la podría curar sus males. Sin embargo, semanas después, el sustituto acabó admitiendo que ya no podía hacer nada más por ella y la invitó a darla de alta. Cabe señalar que esta mujer padece una enfermedad desmielinizante irreversible y que sus ansiedades están directamente relacionadas con su enfermedad neurológica.
Sí, los mayores somos de la vieja escuela, pero es justamente esta la que nos permite afrontar con realismo y buen hacer problemas sociales y sanitarios de elevada complejidad y, elemento no banal, desde una posición altruista. Ya no nos jugamos nada material, no aspiramos a subir en la escala social, no tenemos que demostrar nada. Podemos, además, siguiendo al psicoanalista Erik Erikson, mostrarnos capaces de trascender los intereses personales para cuidar y velar por las generaciones más jóvenes y mayores; podemos, en definitiva, desarrollar nuestra generatividad.