Martes 23 de diciembre de 2025
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Es ya una costumbre habitual desearnos felicidad en estos días en los que celebramos supuestamente una fiesta religiosa. Y para ello se invita al personal a que se reúna con los familiares y los amigos alrededor de una mesa repleta de ricos manjares. Además, esta celebración “religiosa” no se concibe sin el obligado intercambio de regalos. Es obvio que para que todo esto se haga realidad es preciso tener familia, amigos y recursos económicos suficientes. Y es un índice de buen nivel de satisfacción de un país que la mayor parte de sus ciudadanos dispongan de esos tres preciados bienes: familia, amigos y recursos económicos.
Sin embargo, hay casos en los que esto no sucede así ya que muchas personas apenas pueden llegar a final de mes, como nos recuerda un anuncio televisivo, mientras que otros ni siquiera tienen un techo donde cobijarse. Pero, hay más, una misma persona puede pasar por diversos estadios en los que va de más a menos. Y es eso lo que he querido ilustrar con esta breve ficción literaria.
Acto primero
La escena transcurre en una estancia agradable, bien decorada, con mucha luz natural. El mobiliario es elegante. En el centro de la estancia hay una larga mesa. Los cubiertos están perfectamente colocados. Manuel y Margarita están sentados en un sofá de tres plazas. Suena el timbre. Llegan sus dos hijos, con sus parejas respectivas y los hijos de éstas. Las diez personas se sientan a la mesa. Inician una animada conversación. Hablan del tiempo, de la situación en el mundo, lamentan que todavía haya guerras a pesar de que alguien, un conocido politólogo, predijo el fin de la historia, es decir, un mundo sin conflictos. Hablan, como no podía ser menos, de la salud. Margarita presenta una ligera rigidez muscular y unos temblores. Ha consultado con un neurólogo. Van a realizarle unas pruebas. Pronto sabrán los resultados.
Al finalizar la comida llega el gran momento, el más esperado: ¡los regalos! Los nietos de Manuel y de Margarita se levantan, y se dirigen al sofá a la espera de que sus abuelos les muestren las mágicas cajas. A los pocos minutos, los abuelos entregan los regalos a sus nietos. Para el mayor, que tiene 14 años, una Nintendo último modelo. Para el pequeño, un móvil de última generación. Están entusiasmados, abrazan a Manuel y a Margarita. También hay regalos para sus hijos. Uno de ellos, el pequeño, pide a Manuel hablar en privado. Tiene dificultades en su negocio y necesita un soporte económico. Manuel, que ya no ha de pagar hipotecas y tiene ahorros, le ofrece su ayuda. Su hijo pequeño le abraza: “Qué bueno eres, papá. Siempre te querré”.
Al final de la tarde los hijos y los nietos regresan a sus respectivos hogares no sin antes desearse una feliz Navidad y un próspero año nuevo, como mandan los cánones.
Acto segundo
La escena transcurre en el mismo piso. Han transcurrido varios años. Manuel ha enviudado. A Margarita le diagnosticaron la enfermedad de Parkinson que la fue inhabilitando progresivamente hasta que falleció. Una señora, Maria del Carmen, le ayuda en las tareas de la casa aunque, de momento, Manuel es bastante autónomo. Hoy es Navidad. En la mesa solo hay dos cubiertos. Manuel y Maria del Carmen no esperan invitados. Suena el timbre. Son sus hijos con sus respectivas parejas e hijos. Vienen de visita. Recogen sus regalos y se marchan no sin antes desearles a Manuel y a Maria del Carmen una feliz Navidad. Ambos se sientan a la mesa y reanudan sus habituales conversaciones sobre la vida, la familia, el amor, y el pasado. Manuel le explica, una vez más, lo feliz que fue compartiendo su vida con Margarita aunque no todo fueron rosas, sobre todo desde que la enfermedad de ésta fue limitándola cada vez más.
Acto tercero
La escena transcurre en una residencia de mayores. Han pasado varios años y Manuel decidió ir a vivir a un centro geriátrico que le ofreciera los servicios indispensables y, sobre todo, un lugar donde poder sentirse acompañado. Hace ya tiempo que apenas ve a sus hijos y mucho menos a sus nietos. Ahora ya no está en condiciones de hacerles regalos. Sus recursos económicos los ha invertido en la residencia. Aquí se siente seguro, sabe que si su salud se ve afectada por algún percance tiene garantizada la atención médica. Además, ha hecho amigos con los que puede compartir historias personales, “batallitas”: “Cuando hubo el accidente de la central nuclear yo estaba de guardia. Fueron unas horas terribles, en las que cada uno de nosotros se jugó la vida pero, gracias a Dios y a nosotros, pudimos evitar una desgracia”.
Esta “batallita” era ya muy conocida por sus contertulios, ya que la explicaba una o dos veces por semana, pero nadie se lo reprochaba; al fin y al cabo, todo el mundo tiene derecho a ser escuchado incluso cuando se trata de unas “hazañas” que ya todos conocen.
Pero hoy celebran la Navidad. En una de las mesas, con cuatro sillas alrededor, se acomodan Manuel y sus tres amigos. Inician una conversación sobre la situación del mundo en general, y del país, en particular. Comentan, brevemente, el aumento de las pensiones que ha anunciado el gobierno de la nación. Obviamente la pensión no les llega para pagar la residencia pero, afortunadamente, ellos fueron previsores y generaron unos ahorros. De esta forma pueden pagar la mensualidad. Hablan también de los hijos; Manuel explica que hace un mes recibió la visita de uno de ellos, sí, aquel a quien ayudó económicamente hace ya muchos años y que le prometió que le vendría a visitar para Navidad. Habrá tenido algún contratiempo, les explica Manuel. Sus compañeros asienten con la cabeza.
Suena la música, varias residentes salen a bailar. Ellos, los hombres, las miran aunque no se animan a acompañarlas. La tarde transcurre entre risas y bailes. Poco a poco va diluyéndose el ruido y cada uno de los residentes se dirige a su habitación. Se apagan las luces. ¡Feliz Navidad!


