Josep Moya Ollé
Opinión

A vueltas con la soledad

Josep Moya Ollé

Martes 21 de octubre de 2025

5 minutos

La crudeza extrema de la soledad: Antonio, 15 años muerto sin que nadie le echara de menos

Martes 21 de octubre de 2025

5 minutos

Hace pocos días, diversos medios de comunicación dieron una noticia dramática y, al mismo tiempo, difícil de comprender: un hombre, Antonio, fue hallado muerto en su piso de Valencia. Lo macabro del caso es que llevaba muerto 15 años. Antonio había nacido en el año 1936 y se calcula que murió a los 71 años. Nadie, ni los vecinos ni ninguna administración, había sospechado su fallecimiento.

65YMÁS publicó un artículo, firmado por la psicóloga Isabel Bermejo, en el que la autora se planteaba varias preguntas como, por ejemplo, ¿qué ocurre en la mente y en el corazón de una persona que, poco a poco, se va alejando más y más de su mundo hasta desaparecer por completo, incluso en vida? 

Ciertamente, algo grave debe ocurrir en la mente de una persona para que progresivamente o, de forma súbita, decida alejarse del mundo, de su familia (suponiendo que la tenga), de sus amigos, si existen, y, en general, de todo el universo cotidiano. No obstante, antes de abordar específicamente la pregunta que se plantea mi colega, es preciso señalar todo un conjunto de factores que contribuyen, con mayor o menor peso, a la soledad no deseada. Citaré algunos de ellos: 

En primer lugar, los factores sociales y de contexto. Un ejemplo lo constituyen aquellas personas, generalmente mayores, que viven en zonas alejadas de los núcleos urbanos y no tienen la posibilidad de desplazarse, ya sea por motivos de salud o porque no disponen de medios de transporte. Otro caso es el de personas que han migrado recientemente y no disponen de redes de apoyo social.

En segundo lugar, factores relacionados con situaciones vitales, como sucede en casos de pérdida de seres queridos o bien el tener a su cargo el cuidado de una persona (un familiar) muy dependiente.

En tercer lugar, se citan los factores personales y aquí se suele hacer referencia a los problemas de salud mental, sin embargo, aquí llama la atención que se hable de ansiedad, depresión o baja autoestima, pero no se haga alusión al que, en mi opinión, es uno de los factores personales de mayor peso: la psicosis, en sus diversas formas (melancolía, paranoia, esquizofrenia). Pero, ¿en qué consiste la psicosis? Y, ¿por qué provoca este efecto de exclusión social, de soledad, en ocasiones extrema?

No es fácil dar una definición de la psicosis. En muchos textos se alude a la falta o la pérdida del juicio de realidad, pero esta definición es demasiado ambigua ya que, en muchas ocasiones, cualquiera de nosotros, supuestamente sanos mentalmente, mostramos un juicio de realidad bastante precario. Algunos autores han definido la psicosis como aquel proceso mental en virtud del cual la persona orienta su vida a partir de una certeza absoluta. Pero, ahondando más en este concepto me referiré al psicoanalista Jacques Lacan quien, en su Seminario III, Las Psicosis, escribió lo siguiente: “Lo que está en juego (en el psicótico) no es la realidad. El sujeto admite, por todos los rodeos explicativos verbalmente desarrollados que están a su alcance, que esos fenómenos son de un orden distinto a lo real, sabe bien que su realidad no está asegurada. Pero, a diferencia del sujeto normal para quien la realidad está bien ubicada, él tiene una certeza: que lo que está en juego –desde la alucinación hasta la interpretación– le concierne”.

Cabe insistir en ello: en el psicótico la certeza es radical. Esta certeza puede hacer referencia a algo inconcreto, a una sensación vaga, imprecisa, sin embargo, lo inquietante es que se trata de algo que le concierne, que tiene que ver con él. En varias ocasiones, un sujeto psicótico puede afirmar que siente que él, o ella, es el centro del mundo y todo gira a su alrededor. Es objeto de la mirada de los otros, de su juicio, de su posible sanción o crítica. El psicótico puede encontrarse como el protagonista de la novela El proceso, de Kafka. Recordemos que el personaje protagonista, Josef K., siente que es acusado pero no sabe de qué. Así es como se sienten muchas personas psicóticas. Se sienten amenazadas pero ignoran los motivos.

Hace unos años, los familiares de una paciente que habíamos atendido meses atrás en el centro de salud mental me pidieron que acudiera al domicilio de ella para dilucidar qué le ocurría, más aún, si estaba viva o no. Con la colaboración de unos vecinos pude acceder al patio interior y llamar a la puerta. Ella abrió la cortina y me preguntó si quería entrar. Al hacerlo, pude comprobar que se había atrincherado en la casa, había bajado todas las persianas y cerrado todas las puertas. Además, tenía las maletas preparadas por si se veía en la necesidad de salir huyendo rápidamente. La pude convencer de que me acompañara al hospital y quedara ingresada unos días hasta que cediera su angustia. 

La soledad de aquella mujer era el resultado de una vivencia persecutoria masiva: todo el mundo suponía para ella una amenaza, de ahí que se 'refugiara' en su casa, como si se tratara de un castillo sitiado por el enemigo. 

Imposible saber si Antonio era un sujeto psicótico, aunque no me sorprendería que así fuera. Otro autor, Pierre Naveau, en su libro Las psicosis y el vínculo social, ha escrito que la psicosis es una tragedia, en cuanto a que tiene como consecuencia inevitable una degradación del sujeto. El psicótico siente que está excluido por el solo hecho de tener la vivencia de que no es él quien habla. En una ocasión, un paciente me explicó que no quería tomar la medicación porque si lo hacía ello era aprovechado por un vecino para enviarle ondas electromagnéticas a su cerebro. Esas ondas le hacían perder la libertad y, en consecuencia, sus pensamientos y sus movimientos ya no eran los de él, sino los del vecino.

En definitiva, en algunos, quizá varios casos de soledad extrema, la realidad mental subyacente es la de la psicosis, una tragedia que coloca el enfermo en una situación de gran vulnerabilidad en la que todo supone una amenaza: un gesto, una palabra, una sonrisa, un comentario que escucha al entrar en una tienda. De ahí la necesidad de refugiarse, de aislarse del mundo. “Cuando escucho demasiados ruidos he de aislarme en el silencio de mi habitación”. El problema es que a veces ese aislamiento perdura por tiempo indefinido.

Sobre el autor:

Josep Moya Ollé

Josep Moya Ollé

Josep Moya Ollé (Barcelona, 1954) es psiquiatra y psicoanalista. Actualmente es presidente de la Sección de Psiquiatras del Colegio Oficial de Médicos de
Barcelona.

Ha trabajado activamente en el ámbito de la salud pública, siendo presidente del comité organizador del VII Congreso Catalán de Salud Mental de la Infancia y psiquiatra consultor del SEAP (Servei Especialtizat d'Atenció a les Persones), que se ocupa de la prevención, detección e intervención en casos de maltratos a mayores.

Es el fundador del Observatori de Salut Mental i Comunitària de Catalunya.

Su práctica clínica privada la realiza vinculado a CIPAIS – Equip Clínic (Centre d’Intervenció Psicològica, Anàlisi i Integració Social) en el Eixample de Barcelona.

Como docente, imparte formación especializada en ACCEP (Associació Catalana per a la Clínica i l’Ensenyament de la Psicoanàlisi), en el Departament de Benestar Social i Família y en el Centro de Estudios Jurídicos y Formación Especializada del Departament de Justícia de la Generalitat de Catalunya.

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