

Escribo esta nota después de conocer la denuncia del gobierno de Ucrania: las tropas rusas han bombardeado un hospital infantil. Hay cadáveres de niños entre los escombros. Este crimen ocurrió en la ciudad de Mariupol, en la que antes se habló de niños que morían deshidratados y cuya situación fue definida por Cruz Roja como “apocalipsis” antes del ataque al hospital. En los conflictos bélicos no todas las noticias son ciertas. La guerra informativa es una parte del conflicto, con lo cual dejo en la duda la credibilidad del bombardeo, pero admitiendo desde el horror que es posible, dramáticamente posible: las bombas no saben distinguir un cuartel de un hospital. Pero, si es cierto el ataque y es cierto que hay cadáveres de niños entre los escombros, estamos ante un crimen de guerra; ante uno de los más horrendos crímenes de guerra. Y los autores o los responsables tienen que ser juzgados por el Tribunal Penal Internacional. Si este crimen quedase impune, sería como si el señor Putin obtuviese licencia para seguir matando. Si no hay forma de detenerlo y llevarlo ante la Justicia, condenémoslo los ciudadanos con el único arma que tenemos: la palabra. Pongamos al lado de su nombre la palabra que lo define: criminal.