El cáncer de testículos es quizá uno de los de más positiva evolución y puede decirse que en la gran mayoría de los casos se cura. No es necesario acudir a ejemplos de deportistas tan famosos como el del ciclista Lance Armstrong o el del futbolista Lubo Penev. No es tan frecuente como el de próstata o el de colon, pero es el tumor sólido más común entre los 14 y los 45 años; es decir, en plena etapa reproductiva.
Se calcula que en España afecta a 1 de cada cien varones, porcentaje muy inferior al de los alemanes o los de los países nórdicos o en donde se constata una incidencia del 5-6 por 100. Es, además, uno de los tumores que se más se ha beneficiado de la quimioterapia. Como destacan los especialistas ya se consiguen unos porcentajes de curación de entre el 98 y el 100% en los estadios iniciales. Pero debe detectarse a tiempo.
Los fallecimientos se producen, sin duda, porque no se ha detectado en sus fases iniciales y se ha dejado evolucionar. Los varones en edad de riesgo deben hacerse periódicamente una autoexploración. El primer síntoma es un bulto duro del tamaño de un garbanzo que normalmente no es doloroso al tacto. Es un bulto que no da síntomas, que no responde a un golpe ni se acompaña de fiebre o dolor: debe acudir al especialista. Es la única forma de prevenir: detectarlo a tiempo. Todos los varones deberían practicar la autopalpación, especialmente entre los 14 y los 45 años, que es el periodo de mayor incidencia.
Hay que ser conscientes de una realidad: la mayoría de los tumores de testículo se produce entre los 15 y los 30 años y casi todos ellos podrían ser precozmente reconocidos si los varones se autoexploraran y supieran localizarlos. Sobre todo, porque se tiene que saber que los tumores testiculares no duelen y rara vez se acude al médico por algo que no provoca dolor.
Se debe hacer de pie y a ser posible después de un baño con agua caliente, que es el momento en que los testículos cuelgan más libremente dentro de la cavidad escrotal. Si se comienza por el testículo izquierdo, la mano izquierda debe desplazarlo de arriba a abajo hasta apretarlo contra la piel del escroto de tal modo que la mano derecha pueda reconocer perfectamente su superficie, que suele ser tensa, pero no dura. En esa maniobra la mano izquierda está sosteniendo y desplazando el testículo entre el índice y el pulgar, en la zona del epidídimo, que suele estar en la posición más externa y posterior. Asegurarse del tamaño y de la homogeneidad de la superficie testicular es muy sencillo. En el lado derecho se hace lo mismo.
Si se nota un engrosamiento blando con una consistencia como de hebras (en los textos clásicos se hablaba de saquito de gusanos) correspondería a un varicocele. O si se reconoce una falta de simetría de tamaño entre un testículo y otro o se nota una cierta tensión sin durezas. También se debe acudir si se palpan durezas, nódulos duros en cualquier parte o hay algo de consistencia distinta a todo lo demás, si hay irregularidad o si se reconoce un testículo de mayor tamaño, de mayor consistencia y de mayor peso.
El síntoma más acusado es el aumento de tamaño, gradual, no doloroso, asociado a una sensación de mayor peso. Pero hay que advertir que estos cambios pueden no ser notados. Y parece claro que el tamaño del tumor no está relacionado con su grado de agresividad.
Factores de riesgo
Aunque se han descrito diversos factores de riesgo, el que presenta una relación más clara es la falta de descenso de un testículo al escroto (criptorquidia). Se calcula que en el 3 por 100 de los niños los testículos no descienden. En algunos casos uno de los testículos permanece en el abdomen; en otros, el testículo comienza el descenso pero se queda en el área de la ingle. Cerca del 14 por 100 de los casos de tumor testicular se da en varones con un testículo no descendido. Y también debe saberse que quien padece un tumor en uno de los testículos tiene mayor probabilidad de desarrollarlo en el otro.
Otros factores de riesgo que se citan son la edad, las alteraciones embrionarias, la falta de madurez del testículo y los antecedentes familiares.
Si se diagnostica a tiempo, casi todos estos cánceres son curables y, en general, la supervivencia de los enfermos a los cinco años del diagnóstico es superior al 90 por 100.
Normalmente se acude a la cirugía radical –extirpación del testículo afectado– aunque si se trata de un tumor bilateral se opta por cirugía conservadora. La respuesta a la quimioterapia en estos casos suele ser muy buena. Cuando se extirpa un testículo no se pierde virilidad, ya que la capacidad del otro es suficiente para mantener la actividad sexual y hormonal en tasas correctas. Si se pierden los dos testículos habrá infertilidad, pero aportando hormonas masculinas se podrá mantener una actividad sexual normal. La extirpación de ambos testículos significa la esterilidad del varón ya que no puede producir espermatozoides.