
Martes 25 de mayo de 2021
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El régimen de Lukashenko, de Bielorrusia, fabricó la disculpa de un aviso de bomba en un avión, lo obligó a aterrizar en Minsk y detuvo a un periodista crítico y a su novia, que viajaban en él. La operación militar ha sido calificada con toda razón como terrorismo de Estado. Es uno de los mayores atentados de un gobierno contra la libertad de expresión, si se exceptúan los asesinatos, de autoría gubernamental no siempre demostrada. El periodismo es, definitivamente, una profesión de riesgo. Y quizá lo peor ya no sea la persecución de quienes denuncian los abusos del poder, que ha existido siempre y existirá mientras existan regímenes dictatoriales para los que la libertad es perseguible de oficio. Lo peor es que ya no se practica ni el disimulo. Si hay que secuestrar un avión, se secuestra. Les importa un pimiento lo que piense el resto del mundo. Y el resto del mundo, desgraciadamente, no puede hacer otra cosa que poner sanciones comerciales. El próximo paso quizá sea el tan practicado en Rusia: el veneno. Su autoría es más difícil de demostrar. Y, como método para silenciar voces, el más eficaz.