Miriam Gómez Sanz
                                    Sociedad
                                
                            Crisis de los 40, 50 y 60: cómo disfrutar de cada etapa sin sufrir
La aceptación del envejecimiento es la mejor estrategia
    Cada vez es más común encontrar a personas que se resisten a aceptar el paso del tiempo. En una sociedad que idolatra la juventud y la imagen, el negacionismo del envejecimiento se ha convertido en una fuente de malestar psicológico.
En las mujeres, suele manifestarse en la búsqueda de la eterna juventud a través de la cirugía estética; en los hombres, mediante el culto al cuerpo y el ejercicio físico excesivo. Pero, según los expertos, la clave no está en luchar contra la edad, sino en aceptarla con serenidad.
Así lo explica Javier García Campayo, catedrático de Psiquiatría en la Universidad de Zaragoza y médico psiquiatra en el Hospital Universitario Miguel Servet, en su libro Adiós al sufrimiento inútil (HarperCollins Ibérica). García Campayo sostiene que nuestros antepasados no sufrían crisis psicológicas vinculadas a la edad como las actuales. Hoy, sin embargo, la mayor esperanza de vida, el ritmo de la sociedad de consumo y la presión de las redes sociales han multiplicado la insatisfacción y el miedo a envejecer.
La crisis de los 40: cuando la juventud empieza a quedar atrás
La llamada "crisis de los 40" es la más habitual y, a menudo, la más intensa. Se origina en el momento en que muchas personas comprenden que ciertos objetivos vitales ya no son alcanzables: tener hijos, lograr determinados éxitos profesionales o mantener relaciones ideales.
Esa constatación suele ir acompañada de frustración y negación, un intento de mantener la ilusión de juventud. De ahí que algunos decidan cambiar de pareja, volcarse en el deporte o recurrir a la cirugía estética, buscando "engañar al tiempo".
No todos lo viven igual, aclara el experto: "Más o menos nos sucede a todos, aunque el afrontamiento es muy variable".

La crisis de los 50: lo tengo todo, pero me siento vacío
En torno a los 50 años, el conflicto se traslada del plano personal al profesional y existencial. Según García Campayo, esta etapa suele afectar a personas que han alcanzado muchas de sus metas —una familia, una buena posición laboral, estabilidad económica— y, sin embargo, sienten que algo les falta.
"Como formamos parte de una sociedad de consumo, en la que se siente que la felicidad está fuera de nosotros, la persona a los 50 en muchas ocasiones empieza a darse cuenta de que lo tiene todo pero tiene una sensación de insatisfacción", explica.
Por eso, en esta década es frecuente el giro hacia actividades prosociales o espirituales: colaborar con fundaciones, implicarse en causas solidarias o buscar un nuevo sentido vital. También se da un proceso de redefinición del papel en el trabajo, ya que muchas empresas tienden a sustituir a los mayores de 50 por profesionales más jóvenes, lo que puede generar sentimientos de desvalorización o pérdida de propósito.

La crisis de los 60: el tiempo, la huella y la serenidad
A partir de los 60, la reflexión se centra en el legado y el sentido de la vida. La cercanía de la jubilación y la mayor disponibilidad de tiempo invitan a preguntarse: ¿Qué huella dejo? ¿Cómo quiero vivir esta etapa?
García Campayo explica que el ser humano, consciente de su propia mortalidad desde la infancia, pasa la vida intentando no pensar en el final. Sin embargo, la madurez nos obliga a mirarlo de frente. Algunos lo hacen con negación o escapismo, aferrándose a la juventud mediante nuevas relaciones, deporte extremo o estética. Otros, en cambio, encuentran calma en la espiritualidad, la reflexión o los hobbies redescubiertos.
Incluso existe un término para describir una "segunda adolescencia" a los 60: la sexalescencia, una etapa en la que muchos desean seguir sintiéndose jóvenes, activos y vitales. Lejos de ser negativa, puede convertirse en una fuente de energía y sentido, siempre que se viva con aceptación y no con negación.

Aceptar la vida, también en sus arrugas
Al final, no se trata de resignarse, sino de aceptar. La madurez trae consigo una mayor sabiduría emocional, una comprensión más profunda de lo que realmente importa y, en muchos casos, más felicidad que en la juventud.
Según apunta el psiquiatra, la curva de la felicidad es mayor a los 50 que a los 20 o 30 años. Descubrimos que la alegría no está en el éxito ni en las cosas externas, sino en la aceptación y la paz interior.
Aceptar el envejecimiento, por tanto, no significa renunciar a vivir, sino vivir mejor, sin luchar contra lo inevitable. Porque envejecer no es una pérdida, es un logro de la vida.



