

Sentenciado Djokovic, queda una duda trascendente: si se ha fabricado un símbolo antivacunas que impulsará ese movimiento negacionista. Es probable, como es probable también que haya cantidad de protestas en muchos países, porque ese movimiento existe, es muy activo en redes sociales y ha demostrado que tiene poder de movilización. Frente a esa probabilidad, se deben tener en cuenta al menos otras dos consideraciones. Una, que ese símbolo ya estaba creado desde que en abril de 2020 declaró que estaba en contra de las vacunas. Si se le hubiera permitido jugar, sería un símbolo ganador, un mito que se imponía a todas las restricciones, con lo cual cargaba de razones al negacionismo. La segunda, que se ha demostrado que las normas están para ser cumplidas por todos, sin excepciones por motivos de rango, popularidad o trascendencia deportiva. Un Estado democrático no puede achantarse ante la chulería, la prepotencia o los desafíos de un orgulloso jugador que, encima, y según todos los indicios, trató de engañar a quienes le tenían que juzgar. Por todo ello, digo: si Djokovic se ha convertido en un símbolo, bien creado está. Y no es solo de los antivacunas, sino del imperio de la ley.