La Comisión Europea hizo el “descubrimiento del siglo”: los mayores españoles tienen garantizada su vida con las pensiones, pero los jóvenes están desprotegidos por el desempleo y la precariedad. En consecuencia, Bruselas llama a la solidaridad de los pensionistas con los jóvenes. Ya la hubo: en la anterior crisis, los abuelos garantizaron la paz social sosteniendo a sus familias en paro. Probablemente vuelva a ocurrir ahora. Lo inquietante de la idea de la Comisión es que quizá esté pensando en rebajar o congelar las pensiones para que haya más dinero para la juventud desamparada. Mi posición: a los jóvenes hay que ayudarles, evidentemente. Este país no se puede permitir el dispendio de otra generación anulada por falta de oportunidades. Pero no se les ayuda creándoles una mentalidad de subvención, como parece sugerirse desde Europa. Se les ayuda con el sistema educativo y la creación de puestos de trabajo. Y se les puede ayudar con el ingreso mínimo vital que está a punto de aprobarse. La solidaridad de los mayores es otra cosa. Y, desde luego, no la puede imponer ningún gobierno. No sea que, por corregir una injusticia, se provoque otra peor.