

Hay que felicitar al gobierno español y, en concreto, a la vicepresidenta Teresa Ribera por el éxito obtenido en Bruselas: la Comisión Europea permite que España y Portugal puedan poner un tope al precio del gas para la producción de electricidad. Los dos países habían solicitado que ese tope fuese de 30 euros y Bruselas lo elevó a 50, pero está muy bien. Dicen todas las fuentes informativas que ese tope permitirá que el recibo de luz se reduzcá a la mitad. Yo no he terminado de entender cómo se elabora ese precio, pero mi amable compañía eléctrica me acaba de informar que la luz que he consumido en los últimos veinte días procede de renovables en un 41% y de gas natural solo en un 18%. Si casi la mitad de la energía eléctrica es renovable, ignoro por qué es tan cara, si el viento y el sol todavía no cuestan nada. E ignoro por qué un modesto 18% procedente del gas puede tener un impacto del 50% en mi cuenta bastante corriente. Con lo cual, me dispongo a hacer un cursillo y me empiezo a angustiar con una duda: ¿quién diablos pagará la diferencia entre los 50 euros y lo que realmente cuesta el gas? Como de costumbre, empiezo a temer que seremos usted y yo. Pero todavía no sabemos por dónde nos la van a colar.