

Sabemos que el partidismo es uno de los problemas de las sociedades democráticas. Sabemos también que en España es una enfermedad o, como se dice últimamente, un déficit estructural. No podía suponer este cronista, que alcanzara los niveles vistos tras el mensaje del presidente de Ucrania al Congreso de los Diputados. Pidió comprensión y ayuda. Suele utilizar ejemplos históricos que ayudan a entender su drama. Y fue como si pisara un hormiguero. Por estar en guerra con Putin, le criticaron algunas minorías. Por haber ilegalizado al Partido Comunista –y también al nazi, por cierto–, el secretario general de los comunistas españoles le negó su aplauso. Por citar el bombardeo de Gernika, el señor Abascal lamentó que no citara a Paracuellos. Por razones extrañas fue repudiado por algunos independentistas. Cuánto lo lamento. Es legítimo discrepar, faltaría más. Pero aquí no se trata de discrepancias. Se trata de apoyar a un pueblo masacrado. Y se trata de que cualquier palabra no convierta nuestra convivencia en algo imposible y nuestra memoria histórica en una agresión.