

Si alguien supiera cómo se evita una recesión en España o en cualquier nación del mundo, sería el genio que evitaría más revueltas y más retrocesos en el bienestar social. Sería, como dicen en mi pueblo, “la de Dios”. Pero ese genio no existe. Así que hay que disculpar a los gobiernos: ellos tampoco tienen esos genios y, como no los tienen, se equivocan, adoptan medidas contradictorias y a veces parece que adoptan medidas como quien juega la Primitiva. Si aciertan, premio. Si no aciertan, no pasa nada: como alguien dijo que el dinero público no es de nadie y lo que se gasta en las medidas que se aprueban hoy se basan en subvenciones (dinero público), nadie puede protestar. Incluso Feijoo tendrá problemas para oponerse, porque ¿cómo se va a oponer nadie al regalo de veinte céntimos por litro de carburante? Así que este cronista recibe las medidas de hoy con escepticismo sobre su eficacia contra la crisis, pero sin poder criticarlas porque benefician a los más necesitados. Esa es la trampa. Con lo cual solo queda echar la Primitiva y esperar que toque. Y dentro de tres meses –también el tiempo de caducidad de los premios de la Lotería Nacional–, Dios proveerá.