Recibir los rayos solares de manera prudente tiene sus beneficios, así lo dicen los expertos. Sin embargo, hacerlo de forma descontrolada ya no lo es tanto. ¿Por qué? Para contestarlo debemos analizar al astro rey y ver qué es lo que le hace más dañino. Hay que tener en cuenta que el sol es el elemento que mayor radiación electromagnética transmite en nuestro sistema planetario. Ahora bien, ¿de qué forma afectan a la salud de la piel estas radiaciones?
El Sol es una gran estrella, la de nuestro sistema solar, que está formada principalmente por hidrógeno, después por helio y en menor medida posee oxígeno, carbón, neón y hierro. Dentro de las ondas electromagnéticas que emite las hay de diferentes frecuencias: la luz visible, que es la que apreciamos nosotros, la infrarroja y la ultravioleta.
Las radiaciones solares se pueden clasificar de distinta manera, según explican desde la Asociación Española de Dermatología y Venereología. Por la forma en la que entran en contacto con la superficie tenemos las radiaciones directas, difusas o reflejadas.
La directa es la que proyecta directamente el Sol y es la que origina la sombra. La difusa se ve afectada por las reflexiones como por ejemplo de las nubes o las absorciones provocadas por montañas o edificios. Y, por último, la reflejada, que llega por “rebote”, es decir, la que nos llega a través de otras superficies. Si estamos tumbados en la arena tomando el sol es la que se expande desde el suelo (la arena) o si estamos en el mar la que rebota directamente sobre la superficie del agua. Así que a la hora de medir de dónde vienen las radiaciones tenemos que tener en cuenta todas estas formas de contacto.
Según la longitud de onda, tenemos tres tipos de radiaciones ultravioleta. Y cada una de ellas es más o menos nociva según sus características.