
Martes 9 de septiembre de 2025
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El pasado viernes 22 de agosto, una paciente, afectada de un trastorno psiquiátrico grave, se suicidó en el box de Urgencias del Hospital de Terrassa (Barcelona). La noticia fue confirmada por el Consorcio Sanitario de Terrassa, que aseguró que el suceso estaba en fase de análisis por parte del Comité de Calidad y Seguridad del Paciente y que se estaban siguiendo todos los protocolos del Servei Català de la Salut.
Según informaron diversos medios de comunicación, la paciente tenía un alto riesgo de suicidio y llevaba más de 48 horas en Urgencias a la espera de una cama para poder ser ingresada en la planta de Psiquiatría.
Según publicó el Diari de Terrassa, el comité de empresa del hospital relacionó este suceso con la falta de camas de hospitalización de agudos, sobre todo en Psiquiatría. El mismo medio añadió que este verano se dieron casos de pacientes psiquiátricos que se pasaron hasta un mes en Urgencias antes de poder pasar a planta. El récord fue de 5 semanas, según declaró el doctor Xavier Lleonart, presidente del comité de empresa del Consorcio Sanitario de Terrassa, a RAC 1. Según el mismo médico, la situación es crónicamente caótica.
Se trata de una situación que viví durante mis años de ejercicio profesional en un hospital situado en la misma zona geográfica, el Vallés Occidental, que limita con la ciudad de Barcelona. Aunque la atención psiquiátrica a los pacientes que llegaban a Urgencias era y sigue siendo rápida era bastante frecuente el no poder ingresarlos por falta de camas. Ello obligaba a realizar una atención en el propio box de Urgencias, a la espera de poder disponer de una cama en alguno de los hospitales de la zona o, incluso, de hospitales psiquiátricos situados a 45 kilómetros. Obviamente, aquello provocaba serios e intensos malestares en los pacientes psiquiátricos, sus familias y los propios profesionales.
Lo sucedido suscita reflexiones y preguntas. En primer lugar, cabe plantear la cuestión acerca de si los dispositivos actuales son suficientes y son adecuados para atender a los pacientes psiquiátricos graves. En el caso del Hospital de Terrassa resulta claro que no es así, como ha sido señalado por los propios profesionales del hospital. El doctor Lleonart explicó que el Servicio de Urgencias no estaba diseñado para pacientes psiquiátricos ya que “es semiabierto, hay mucha movilidad de personal y familiares, y tiene un control limitado sobre los pacientes. En cambio, la planta de psiquiatría ofrece un entorno seguro, con habitaciones individuales y un control estricto de entrada y de salida”.
Lo que describe el doctor Lleonart no es un hecho aislado, ya que se repite en muchos otros hospitales. He sido y soy un firme defensor de la integración de la atención psiquiátrica en los dispositivos generales (centros de salud, unidades de hospitalización y hospitales de día), sin embargo, para ello es preciso adaptar las estructuras a las necesidades de los pacientes psiquiátricos. No sólo eso, también hay que contar con profesionales capacitados para atender este tipo de urgencias.
En segundo lugar, está el acto suicida. Suele afirmarse que el suicidio está asociado a determinado tipo de trastornos mentales, en especial, a la depresión mayor. Si bien esta es una afirmación que se puede aceptar aunque con reservas, debe tenerse en cuenta que el suicidio puede darse en muchos contextos. Así, el Plan de Acción para la Prevención del Suicidio 2025-2027, del Ministerio de Sanidad, señala que “la conducta suicida no es una enfermedad en sí misma, sino una manifestación de un sufrimiento emocional profundo, lo que implica que puede surgir en distintos contextos sin señales claras previas. De hecho, algunas personas que fallecen por suicidio no habían expresado ideación o intención suicida anteriormente”.
Exacto, el suicidio no es una enfermedad en sí misma sino que es la expresión de un dolor emocional que deviene insoportable y no siempre se produce en un contexto psicopatológico. El mismo documento del Ministerio de Sanidad esboza algunos factores de riesgo, cito algunos de ellos:
I) Personas con problemas de salud mental en situación de crisis y especialmente aquellas con cuadros severos que requieren un apoyo prolongado del sistema sociosanitario (Trastorno Mental Grave).
II) Personas con discapacidad, en tanto se enfrentan a dificultades adicionales en la accesibilidad en todos los entornos.
III) Personas mayores, en especial aquellas que viven en situación de soledad no deseada; agravada por factores como la pérdida de seres queridos, enfermedades crónicas y una percepción de falta de apoyo.
IV) Adolescentes y jóvenes, en aquellos casos en los que existe un elevado nivel de sufrimiento emocional.
V) Personas en riesgo de pobreza y exclusión social, en especial, las personas sin hogar. VI) Personas que sufren violencia.
Como puede comprobarse, según estos datos, una parte considerable de la población general se encuentra en situación de riesgo suicida. En base a ello, ¿cómo pueden establecerse medidas de prevención?
A lo largo de 40 años de ejercicio profesional he de admitir que algunos casos de suicidio se produjeron sin que, previamente, se hubieran detectado signos de potencial riesgo; más aún, en varios de ellos la patología subyacente no era la depresión. En otras palabras, en muchas ocasiones la prevención deviene casi imposible.
Conviene recordar lo aparecido en la página web de la Oficina de Salud Mental de Nueva York, que en el apartado dirigido a la población general afirmó que: “En la actualidad no hay una medida definitiva para prevenirlo, pero los investigadores han identificado factores que colocan a un individuo en alto grado de riesgo, aunque muy pocas personas de este perfil acabarán suicidándose”. Es decir, que sabemos cuales son los factores de riesgo pero nos resulta imposible llevar a cabo una prevención eficaz, ya que el factor sujeto y su decisión subjetiva quedan como la gran incógnita de la cuestión.
Es lo que sucedió con el joven Martín (nombre ficticio): estaba almorzando animadamente con su familia; se había recuperado de un episodio psicótico autorreferencial y ya estaba planificando su reincorporación al trabajo. Al acabar de almorzar se despidió diciendo que iba a dar un paseo. No volvió. Días después, su cuerpo fue hallado en el fondo de un pozo del huerto familiar. Mucho más inesperado e imprevisible fue el caso de Margarita (también nombre ficticio), auxiliar de clínica. Ella y su compañera estaban conversando sobre sus próximas vacaciones. La compañera se ausentó unos minutos y al regresar al cubículo de enfermería vio, alarmada, que Margarita no estaba pero sí sus zapatos, colocados al borde de la ventana. Margarita se había defenestrado. ¿Qué pudo haber pasado por las mentes de Martín y de Margarita? ¿Quién podía sospechar que existía el riesgo de un acto autolítico? El acto suicida se manifiesta, en muchas ocasiones, al modo de un cortocircuito mental, a la manera de una decisión súbita, sin indicios previos. Ese es el enigma.
Finalmente, una tercera consideración. El caso de la mujer que se suicidó en el box de Urgencias pone sobre la mesa un tema crucial. Aunque se han llevado a cabo notables mejoras en la atención en salud mental es obvio que queda mucho camino por recorrer, no sólo en lo que se refiere a los dispositivos sino también en lo que atañe a las actitudes de muchos profesionales de la salud. Es un tópico afirmar que quienes manifiestan el deseo de poner fin a su vida no lo llevan a cabo. ¡Alerta! No es cierto. En ocasiones, quienes afirman querer suicidarse acaban realizando el acto.
Recuerdo el caso de una mujer que acudió a Urgencias solicitando ayuda manifestando que quería morir. El médico de guardia no la tomó muy en serio, a los pocos minutos la paciente golpeó con furia el cristal de la puerta con el resultado de la sección de venas, nervios y fibras musculares del antebrazo.
El dolor emocional debe ser escuchado con atención, sin menospreciar los decires de los pacientes. La mejor manera de prevenir es, precisamente, la escucha atenta y respetuosa, sin prejuicios (“ah, lo hace para llamar la atención”). Pero para ello se precisan lugares adecuados, sin los ruidos y las prisas de las salas de Urgencias, y, por supuesto, profesionales competentes que puedan ejercer su tarea en condiciones dignas. Formación e inversión son los elementos cruciales a considerar en aras a realizar una asistencia digna al sufrimiento mental.